Territorio de La Mancha
Cómo nombrar a un continente? El nuevo mundo, dijo dedicándolo a los monarcas españoles, Colón, pero Columbia se llamó y se llama en canción la América del Norte -"Columbia, la Gema de los Océanos"-, Columbia es una compañía de cine, Columbus es una ciudad de Ohio y Colombia (ayer "La Gran", hoy dividida en tres afuera y mil adentro) una república suramericana. Panamá abre y cierra su herida (¿o será apenas apendicitis?) con un Colón del Caribe y un Cristóbal del Canal.
Todo en vano. El continente no se llama como Cristóbal Colón, sino como Américo Vespucio. Éste -Amerigo Vespucci- publicó el primer gran mapa del mundo nuevo -Mundus Novus- en 1507 y sus contemporáneos dijeron que el continente debía llamarse "América" en honor suyo y porque la tierra de América, igual que Asia y Europa, resume su pródiga naturaleza en nombre de mujer.
La fiesta nominativa del nuevo mundo es tan extensa que llenaría un libro
¿Y por qué no, entonces, "Colombia" el continente de Colón? ¿Y por qué no, si tanto Colón como Vespucio eran italianos, uno de los pródigos nombres de navegantes llamados Caboto, Verrazano, Pigafetta...? Nombrar, dijo temprano Platón por boca de Sócrates, no es intrínseco a lo nombrado, así suene correcto al oído. ¿Es sólo convencional? ¿Es resultado del hábito? ¿Es mudable? ¿El nombre nace de la acción? ¿Es instrumento de la instrucción? ¿Quién nos nombra? ¿El nombrador posee una nominación ideal o absoluta? ¿O el nombre le pertenece al que lo usa? ¿Es uno el nombre que emplean los dioses y otro el que usan los hombres? ¿Es la naturaleza la que nombra? ¿El deseo? ¿La muerte que es sólo la compulsión disfrazada de deseo? ¿Es el nombre apenas un disfraz? ¿Es una imitación?
¿O es, acaso, sólo un acto que relaciona a un mundo en constante movimiento, dándole al menos un minuto de quietud a las cosas a fin de que, sabiéndose nombradas, se sepan tanto relativas como relacionadas?
La fiesta nominativa del nuevo mundo es tan extensa que llena un libro. Guanahani pasa a ser San Salvador, pero Cuba no es, como se esperaba, el Catay del Gran Kan, ni Caribata su imperio, sino nuestro Caribe. Borinquen se transformará en Puerto Rico después de que le den nombre a la isla San Juan Bautista... La Antigua, Guadalupe, Santa Lucía, la María Galante, Boca del Sierpe, Bocas del Dragón...
En México, los nombres indígenas preceden y presiden con gran fuerza a la hispanización. Tenochtitlán y Quetzalcóatl admiten traducción pero no sustitución, aunque la fuerza del mestizaje alumbra un bautizo doble: San Martín Texmelucan, Santa Ana Tlapaltitlán, San Cristóbal Suchixtlahuaca, Santa Catalina Ixtepeji.
¿Dónde encontraremos semejante floración nominativa sino en otra geografía, la de la novela de caballerías, el ciclo artístico, Perceval, Lanzarote, Tristán, Orlando y Amadís? El cura y el barbero de Cervantes proceden a expurgar las caricaturas titulares en la biblioteca de don Alonso Quijano (o Quixada o Quezada), mandando lo "pernicioso" al corral y salvando del fuego lo que, a juicio de los buenos inquisidores, posee "razones".
Mas he aquí que el propio don Alonso, al convertirse en "Don Quijote", burla a sus jueces y asume, a un tiempo, la nobleza y el ridículo, la épica y la comedia, del género caballeresco para llevarlo a una forma inédita, el género de géneros, la novela, trascendiendo el mito del origen, y la épica del devenir para instalarse en el diálogo genérico, pastoral y urbano, picaresco e histórico, novela de amor, bizantina, moresca, y al cabo narración que se sabe narrada, libro que se sabe escrito, novela que se sabe leída.
¿Dónde ubicar semejante descubrimiento? ¿En las fantásticas Trapobanas de las lecturas de Don Quijote? ¿En las no menos fantásticas caribatas buscadas por Colón? ¿En la geografía fantástica de Fernández de Oviedo, Gil González y Pedro Gutiérrez de Santa Clara: sirenas, luminosos cocuyos, tortugas con conchas como techos, heladas salamandras de fuego, tiburones armados de dos vergas?
El mar océano cubre demasiadas aguas, toca demasiadas costas, ilumina demasiadas imaginaciones. Separa en la distancia a Iberia de Iberoamérica. Iberoamérica, separada, reclama lo indo y lo afro, como Iberia lo árabe y lo judío.
¿Indoafroiberoamérica? ¿Semitaiberia?
¿Semitaindoafroiberoamérica? Las nominaciones pueden alcanzar dimensiones barrocas y ninguna logra abarcarlo todo.
Toda cultura corre el peligro de una minuciosa fragmentación. Hay Balcanes físicos y mentales en España y en América. En México, hablamos en broma de "la hermana república de Yucatán". Y ya hubo "republiquetas" separatistas en Argentina y Bolivia durante la posindependencia. La Centroamérica unida de Morazán dejó de existir. Y son de sobra conocidos los separatismos de España. En la reunión de los académicos en Rosario (Argentina) muchos grupos indígenas reclamaron sus lenguas, y acaso tenían razón. Pero un indio aymara y un indio guaraní no se entenderían, casi nunca, sin la lengua castellana. Y fuera de España, el vasco y el catalán, grandes lenguas en sí, no se comunican con millones de hispanoparlantes globales. Incluyendo a casi cincuenta millones en el corazón de Angloamérica.
¿Qué nombre nos nombra entonces? ¿Qué resumen lingüístico nos une y reúne? ¿Qué título, simplificándonos, da cuenta verdadera de nuestra complejidad?
He venido proponiendo un nombre que nos abarca en lengua e imaginación, sin sacrificar variedad o sustancia. Somos el territorio de La Mancha. Mancha manchega que convierte el Atlántico en puente, no en abismo. Mancha manchada de pueblos mestizos. Luminosa sombra incluyente. Nombre de una lengua e imaginación compartidas. Territorios de La Mancha -el más grande país del mundo-.
Carlos Fuentes (1928) es escritor mexicano. Autor de Terra nostra, La muerte de Artemio Cruz y La Silla del Águila.
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