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Reportaje:

Secuestros falsos, víctimas reales

Se multiplican en Argentina las detenciones "virtuales", en las que los criminales hacen creer que un familiar ha sido capturado

Jorge Marirrodriga

"Hola ¿podría hablar con su marido?", pregunta una voz al teléfono "Está en el trabajo", responde la mujer. "Eso es lo que usted cree. Está con nosotros. Lo tenemos secuestrado". Éste es uno de los comienzos de un tipo de llamada que cada vez se está volviendo más frecuente en Argentina y sobre la cual las autoridades han dado la voz de alarma. La persona que descuelga el auricular, angustiada, sigue las precisas instrucciones de su comunicante sin pararse a reflexionar. No llama al lugar donde debería estar el familiar presuntamente secuestrado; no cae en la cuenta de que el secuestrador pide cantidades altas pero siempre accesibles en un plazo muy corto, e incluso no le extraña que le exija los códigos de tarjetas telefónicas de prepago que la víctima debe comprar y dictar por teléfono al secuestrador.

La realidad es que el familiar nunca ha sido secuestrado y sigue su vida normal, ajeno a lo que está sucediendo en su domicilio. Es lo que se llama un "secuestro virtual". Lo preocupante es que gran parte de esas llamadas se realizan desde el interior de las prisiones y que en muchos casos sus autores disponen de ayuda en el exterior. Uno de esos secuestros virtuales acaba de costarle la vida a un hombre de 71 años, Gregorio Nezkalo, que murió de un paro cardiaco en la periferia de Buenos Aires cuando le llamaron para decirle que su hijo, que se encontraba perfectamente, había sido secuestrado.

"Mis padres en estaban en España cuando llamaron diciendo que eran de una comisaría y que había ocurrido un accidente", relata Janina Gómez, una joven de Buenos Aires. La llamada tuvo éxito al principio. Janina enseguida pensó en su hermano quien en esos momentos había salido de casa. Los delincuentes llaman al azar utilizando guías telefónicas presentes en las prisiones hasta que alguien contesta. Una reacción normal de los comunicantes es comenzar a dar datos y nombres preguntando por los "accidentados". Es información muchas veces facilitada de forma inconsciente debido a los nervios del momento y a que los delincuentes anotan y utilizan cuidadosamente en la conversación que se va deslizando del accidente al secuestro y de ahí a la exigencia de un rescate.

"Yo tuve reflejos y mientras hablaba con ellos le envíe a mi hermano un mensaje de texto con el móvil", explica Gómez. Su hermano contestó enseguida. Ella comprendió que era un "secuestro virtual" y colgó. Sin embargo, no todo había terminado. "Llamé a la policía y me dijeron que no saliera a la calle, ya que existía la posibilidad real de que la llamada se hubiera realizado frente a mi casa y fuera secuestrada de verdad al ir a pagar el rescate", destaca. Y esta segunda variante es la que está creando mayor sensación de inseguridad.

Las autoridades han reconocido que se han multiplicado este tipo de llamadas, sobre todo las realizadas desde las prisiones. Los delincuentes ni siquiera necesitan gastar dinero ya que telefonean a cobro revertido y muchas de sus víctimas confunden la voz grabada que dice "desde la penitenciaría" con "desde la comisaría". El jefe del Servicio Penitenciario Bonaerense, Fernando Díaz, ha reconocido las dificultades para controlar estas llamadas. "No podemos grabar las conversaciones porque eso traería aparejados problemas judiciales", ha declarado.

Algunas prisiones han instalado sistemas para que se escuche claramente que la llamada procede una cárcel. Pero el nerviosismo puede pasar por encima de estas barreras, como en el caso de un padre que mientras dictaba códigos de teléfono a los "secuestradores" de su hijo observó como éste atravesaba el pasillo de su vivienda tras despertarse de la siesta.

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Sobre la firma

Jorge Marirrodriga
Doctor en Comunicación por la Universidad San Pablo CEU y licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra. Tras ejercer en Italia y Bélgica en 1996 se incorporó a EL PAÍS. Ha sido enviado especial a Kosovo, Gaza, Irak y Afganistán. Entre 2004 y 2008 fue corresponsal en Buenos Aires. Desde 2014 es editorialista especializado internacional.

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