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Javier Calvo convoca a Dickens y Stephen King en 'Mundo maravilloso'

El autor actualiza la novela decimonónica

La (auto)reconocida hiperactividad del escritor Javier Calvo (Barcelona, 1973) se adivina en las páginas de su nueva novela, Mundo maravilloso (Mondadori), recorridas por buena parte de sus obsesiones estéticas y literarias. Las estéticas ya se perciben en la portada, copada por una perturbadora ilustración del artista londinense Ray Caesar: dos gatitas de aires victorianos invitan desde allí al lector a adentrarse en un universo bizarro.

Con esta obra, Calvo quiere romper tópicos asociados a su biografía. "Soy bastante tradicionalista. Mi gran referente literario es la novela realista anglosajona de los siglos XIX y XX. Alguna vez me han invitado a simposios de narrativa posmoderna y me han acabado echando a gorrazos", dice el autor, que alumbró la historia aguijoneado por una necesidad vital. "Hace unos años pensé en serio por primera vez que quería tener hijos, que para ser feliz era necesario tenerlos. De ahí nace esta novela, la historia de un tipo que para ganarse la aprobación póstuma de su padre se convierte en criminal. Es su manera de quitarse una espina". El tipo se llama Lucas Girault y su vida cambia a lo bestia al conocer al temible Bocanegra, dueño de la sala de fiestas El Lado Oscuro de la Luna, que suele lucir unos abrigos más propios de señoritas ladinas de cine negro. Girault irá descubriendo poco a poco los entresijos del Club No Nos Gusta el Sol, junto con otros misterios que envuelven la extraña muerte de su padre.

Es la primera vez que Calvo escribe una novela larga con trama y con una inspiración tan descaradamente decimonónica. Eso sí, un estilo Dickens que convive con Stephen King y Pink Floyd, dos motivos recurrentes en la novela. Para el autor, adicto a la cultura gótica pasada por el cedazo pulp, abogar por el entretenimiento sin caer en la mediocridad se ha trocado en una suerte de compromiso. "Me cuesta aceptar la figura del intelectual, aquel que se cree que su juicio es superior al de los demás porque escribe novelas. Yo también he escrito artículos de opinión, pero no es un registro en el que me sienta cómodo", reconoce Calvo, y remacha: "No creo que la literatura deba ser un vehículo de mensajes sociales, ni utilizarse para pontificar. Se empieza escribiendo una novela sobre la condición humana y acaba uno convertido en Saramago. La gente se lee sus libros como si fueran tratados".

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