Nieve que quema
Con un pequeño pueblo cubierto de nieve, una buena banda sonora y un par de apuntes inquietantes se puede empezar a construir una intriga que, al menos en su primer acto, mantenga al espectador con los ojos bien abiertos. La gelidez del paisaje contrasta con la acogedora música y el efecto hace que enseguida evoquemos imágenes clásicas de Fargo o Affliction. The river king, película canadiense dirigida por Nick Willing, estiloso autor de Fotografiando hadas (1997), mantiene durante buena parte del metraje la atracción gracias al cadáver de un joven en un río helado, a un internado universitario de oscuros secretos, a la posible doble exposición de unas fotografías que revelan lo que parecen unos espectros, y a la obsesión por el suicidio de un policía con un traumático recuerdo infantil. Sin embargo, pasado el tiempo de las conjeturas y de la presentación de interrogantes (tanto los que tienen como función despistar al personal como los que al final resultan significativos para la solución definitiva), The river king se va apagando conforme algunos de sus elementos pasan de lo inquietante a lo melindroso. Así, los ecos de Un enemigo del pueblo, de Henrik Ibsen, con una ciudadanía al servicio de unos intereses económicos comunes, apuntan hacia la buena dirección, pero se olvidan pronto. En cambio, las novatadas amparadas en una supuesta secta ancestral causan más vergüenza que alarma. De modo que la película, eficaz hasta ese momento, va convirtiéndose en un producto tan digerible como olvidable.
THE RIVER KING
Dirección: Nick Willing. Intérpretes: Edward Burns, Jennifer Ehle, John Kapelos. Género: intriga. Canadá, R U, 2005. Duración: 95 minutos.