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Prodi sobrevive en el poder en Italia tras renunciar a sus objetivos más ambiciosos

La coalición de centro-izquierda supera por la mínima el voto de confianza en el Senado

Enric González

Al Gobierno italiano le queda aún aliento. Vive sobre el filo de una navaja, ha renunciado a sus objetivos más ambiciosos y no llegará, probablemente, al final de la legislatura, pero no está muerto. El primer ministro, Romano Prodi, obtuvo anoche la confianza en el Senado, con un resultado tan ceñido como se esperaba: fueron 162 votos a favor y 157 en contra, aunque restando los senadores vitalicios, que por su independencia no podían incluirse en ninguna mayoría política, el Gobierno se quedó en 158. Lo justo para no caer. En el centro-izquierda no hubo deserciones y se mantuvo la disciplina.

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También había, sin embargo, una lectura negativa: los dos comunistas rebeldes que la semana pasada forzaron la dimisión del Gobierno expresaron su intención de seguir oponiéndose en cuestiones como la presencia militar en Afganistán o la reforma de las pensiones, lo que hacía prever nuevos momentos críticos en un futuro próximo.

A la agónica victoria gubernamental contribuyeron las ausencias de dos senadores vitalicios, Giulio Andreotti y Sergio Pininfarina, que redujeron el quórum. Lo esencial fueron los votos afirmativos del italo-argentino Luigi Pallaro, representante de los votantes italianos en Latinoamérica, y sobre todo del tránsfuga democristiano Marco Follini. La votación de hoy en la Cámara de Representantes, donde el centro-izquierda posee una confortable mayoría, debía ser un simple trámite. Pese a la derrota, la oposición no quedó insatisfecha. En cierta forma, se sentía más fuerte que el Gobierno.

La sesión del Senado antes de la votación fue tensa y ocasionalmente tumultuosa. La intervención de Prodi, que tomó la palabra para responder a las posiciones de los distintos grupos tras su discurso del martes, se vio punteada por abucheos y gritos desde los bancos del centroderecha. El presidente del Gobierno dimisionario fue, sin embargo, aún más conciliador que la víspera: tendió la mano a unos y otros, se desentendió de la polémica ley sobre parejas de hecho, pasó de puntillas sobre la cuestión de Afganistán y sugirió que, en caso de mantener el cargo, privilegiaría el consenso en todos los temas.

Insistió en la urgencia de una nueva ley electoral, atendiendo a las indicaciones del jefe del Estado, el presidente Giorgio Napolitano, y con ello reforzó una impresión muy generalizada: aspiraba a una prórroga limitada, que debía durar tanto como el proceso de reforma electoral, y ni un día más. En su afán por no disgustar, ni siquiera ofreció alguna pista sobre el tipo de sistema electoral que él preferiría.

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La economía fue, junto a la reforma electoral, el eje de la argumentación de Prodi para pedir la confianza del Senado. Recordó que el crecimiento económico había alcanzado un ritmo del 2% anual, el más alto desde 2001, y consideró que ese porcentaje, más bien modesto, ofrecía enormes oportunidades.

En cuanto a la ley sobre parejas de hecho, conocida como "dico" (derechos y deberes de las personas convivientes), se la quitó de encima como si fuera un mal bicho. Necesitaba confirmar el voto favorable de Udeur, el partido de su coalición más cercano a las tesis episcopales y a los valores políticos de la derecha, y de Marco Follini, el tránsfuga en el que se centraban las posibilidades de supervivencia del Gobierno. "Quiero ser muy claro sobre los dico: el Gobierno ha presentado el proyecto de ley ante el Parlamento y con esto", afirmó, "ha cumplido su misión. Espero un debate sereno".

Fue una actitud paradójica, porque el mismo presidente del Gobierno que había firmado el proyecto de ley se declaraba neutral sobre el mismo. Pero no tenía otra opción. Para mantener las posibilidades de salvarse, Prodi condenó la legislación sobre las parejas de hecho al limbo parlamentario. Ahondó, por otra parte, en los temas de defensa de la familia caros a los centristas, y prometió más desgravaciones fiscales por hijo y más guarderías públicas.

Romano Prodi (izquierda) y el titular de Exteriores, Massimo D'Alema, ayer durante el debate en el Senado.
Romano Prodi (izquierda) y el titular de Exteriores, Massimo D'Alema, ayer durante el debate en el Senado.REUTERS

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