Buenas señales
Diversificar el patrón de crecimiento de la economía española, hacerlo menos intensivo en construcción, con mayor presencia de otras formas de inversión y mayor competitividad exterior es, desde hace años, la exigencia más reconocida para garantizar la sostenibilidad del crecimiento y, desde luego, una expansión equivalente de la renta por habitante. Los datos de contabilidad nacional correspondientes al ejercicio pasado, apuntan en la buena dirección: la economía ha crecido más en 2006 que en 2005, y lo ha hecho mejor.
El 3,9% de crecimiento del PIB vuelve a diferenciar muy favorablemente a la española del resto de las economías europeas. Lo hace también la creación de empleo, con 550.000 nuevos puestos de trabajo en el año, un 3,1% más que el precedente. Esa intensidad del factor trabajo, en la que hay que destacar una muy importante absorción de emigrantes, no ha impedido que la productividad aparente del trabajo abandone parcialmente los pésimos registros del pasado. Que el valor por hora trabajada haya crecido un 0,8% no nos sitúa precisamente entre las economías más eficientes, pero es la mejor tasa en una década larga de variaciones inferiores al 0,5%.
Sin crecimiento de la productividad no hay prosperidad. Para conseguirlo es necesario fortalecer el stock de capital por trabajador, no sólo físico, sino fundamentalmente tecnológico y humano. Una mayor intensidad de estas formas de capital posibilita además el fortalecimiento de la competitividad internacional y, por tanto, la reducción del abultado déficit exterior.
Sin minimizar el significado de ese desequilibrio, en realidad uno de los mayores del mundo, hay que constatar igualmente la desaceleración en su ritmo de crecimiento. Probablemente debido a
la reducción de los precios del petróleo y al crecimiento de la demanda de las economías europeas que han consolidado su recuperación en la segunda mitad del año pasado, Alemania de forma particular, y no tanto a mejoras competitivas internas. La continuidad de estas señales favorables, manifestadas de modo especial en el último trimestre del año, y la más importante traducción en el crecimiento de la renta por habitante, todavía insuficiente, exige que el relevo parcial en la composición de la inversión no se detenga. También requiere que la inflación estreche aún más su diferencial frente al promedio europeo y, por supuesto, que las condiciones de financiación no se endurezcan demasiado hasta el punto de condicionar la solvencia de las muy endeudadas familias españolas.
Aun cuando no sea holgado el margen de actuación de la política económica, siguen existiendo suficientes posibilidades para estimular la continuidad de esa diversificación del patrón de crecimiento. La eliminación de obstáculos para la creación de empresas, el fomento de la innovación o el apoyo a la modernización de sectores esenciales como el turismo son algunas de ellas, sin un excesivo coste presupuestario.
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