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Reportaje:ESTILO DE VIDA

Una nariz, diez perfumes

Eugenia de la Torriente

Frascos idénticos. Diez sobrios y cuadrados botes con una etiqueta en blanco y negro. Seis nombres nuevos y cuatro viejos. Alineados con precisión quirúrgica y presididos por uno de los logos más reconocibles del mundo, que los vigila desde la cima del tapón. Así se enfrenta al mundo la colección Les Exclusifs, el lanzamiento perfumero más peculiar de la historia de Chanel. Fragancias que no le ofrecerán una puerta de acceso al olimpo de lo exclusivo desde una valla de autobús ni desde la planta baja de unos grandes almacenes. “Es una reacción frente a la banalización de los perfumes. Una banalización que viene de la distribución y de la publicidad. Por eso decidimos hacer lo contrario: distribución muy limitada [en España sólo se venderá en la tienda de Chanel en Madrid] y nada de publicidad. Un homenaje a la profesión del perfumista, que es un trabajo artesano, como la alta costura”.

Sentado frente a sus criaturas está Jacques Polge, nariz de Chanel desde 1978. El encargado de mantener el legado olfativo de una firma que lleva desde 1921 sentando cátedra en un campo aún más etéreo que el de la moda: el del aroma. El Nº 5 fue la fragancia pionera, ideada por Coco y Ernest Beaux, un visionario a la altura de la modista del blanco y negro. Pero otras de éxito contemporáneo, como Allure, Coco Mademoiselle o Chance, son obra de este francés de 63 años. Un hombre tímido y pausado que acaba de firmar una auténtica aventura. Seis nuevas creaciones que se unen a cuatro ya existentes para mostrar que aún hay espacio para lo particular en un sector dominado por lanzamientos planetarios que pueden llegar a costar 100 millones de dólares y que aspiran a triunfar como canciones de pop. “Los perfumes se han convertido en una gran industria y un gran negocio, pero, al mismo tiempo, la forma en que funcionamos es muy artesanal. En el proceso de creación, en la elección de las materias primas? Por ejemplo, la disponibilidad de algunas de las que hemos utilizado en estos perfumes es muy escasa. No podríamos haberlas usado en otros que se fueran a lanzar a gran escala, como el Nº 5”.

Teniendo en cuenta que Polge ha desarrollado nueve perfumes desde su llegada a Chanel (de Antaeus, en 1981, a Chance, en 2003), y que el proceso involucra no sólo al laboratorio, sino también a departamentos de lo más diverso (marketing, arte, distribución?), llama la atención que ahora se puedan componer nada menos que seis nuevas fragancias así, de golpe. “Algunos son acordes en los que he estado trabajado durante mucho tiempo”, aclara Polge. “Un perfumista tiene siempre más perfumes en sus archivos que en el mercado. Dispongo de varios frentes abiertos que voy modificando, que retomo y abandono cada cierto tiempo. Por ejemplo, Bel Respiro es un olor con el que me recuerdo trabajando hace 30 años. No quiere decir que haya pasado todo este tiempo con esa nota, sino que cada vez que tienes una idea o descubres una materia prima vuelves a él y lo modificas. Es la forma habitual de trabajar: vas y vuelves hasta que sientes que tienes el perfume adecuado”. Y una vez lo obtienes, le falta decir, empiezas a lidiar con las necesidades y opiniones de los que nada tienen que ver con la cuestión del olor: el diseño del envase; la estrategia de marketing; el estudio de mercado; la opinión de los americanos, de los japoneses o de los europeos; la búsqueda de una estrella para el anuncio? Como admite Polge, esta vez no le preguntó a nadie más que a sí mismo. Un diálogo que también puede resultar complicado. “Podrías trabajar en una fragancia toda tu vida. De la misma forma que Pierre Bonnard seguía pintando sus cuadros una vez enmarcados. Pero un día tienes que parar. Aunque hay quien dice que un perfumista se pasa toda la vida haciendo el mismo perfume. Es complicado innovar. Pero creo que con estas seis fragancias he conseguido crear olores muy distintos. Tal vez alguno de ellos, en el futuro, tendrá una nueva versión. ¡Aunque, si lo hago, será de forma que la gente no identifique el origen!”.

El origen de Polge nos lleva a Grasse, la cuna de la perfumería francesa. Allí se trasladó su familia cuando tenía 14 años y allí entró en contacto con una profesión curiosa, la de crear algo que ni se ve, ni se oye, ni se toca. Algo que se huele. “Una forma poética que no habla, pero desborda”, como a él le gusta definirla. Luego, la oportunidad para el estudiante de literatura e inglés en Aix-en-Provence vino en la forma de un puesto en la filial neoyorquina de una empresa cosmética francesa. “Mi conocimiento del idioma me consiguió el puesto. Me preguntaron si estaría dispuesto a formarme como nariz y acepté. La gente cree que para ser perfumista necesitas un olfato especial, pero no es así. Cualquiera que haya empezado lo suficientemente joven puede alcanzar el nivel de percepción adecuado. Hay que imaginar que el olfato es un músculo, y que sólo hay que entrenarlo convenientemente. Luego viene el problema de la creación, que ya no depende de tu capacidad olfativa, sino de tu talento y tu creatividad”.

Dos años duró su aventura estadounidense. A su vuelta se instaló en París y trabajó en Givaudan Roure, donde colaboró con genios de la talla de Yves Saint Laurent (para quien compuso Yves Saint Laurent Rive Gauche en 1970). Eran tiempos más ingenuos, que hoy recuerda con cierta nostalgia. “Todas las profesiones evolucionan, pero la mía ha cambiado mucho. Cuando empecé, si tenías que desarrollar una fragancia para un diseñador de moda, establecías un diálogo con él. Ahora, los modistas ya no se involucran en las fragancias que llevan su nombre, y con quien te reúnes es con el equipo de marketing. Los perfumes se han convertido en un gran negocio. El hecho de que la distribución sea tan masiva ha minado su personalización y personalidad. Cuando entré en Chanel había algunas empresas de moda que todavía tenían un laboratorio de creación interno. Hoy somos la única que queda, a excepción de Hermès”. La reivindicación del aspecto artesanal de una industria que, sólo en España, significó 1.000 millones de euros en 2004 es la constante que salpica la argumentación de Polge y también la de Chanel. La empresa francesa no deja pasar ninguna oportunidad para recordar que, al igual que ha hecho con los principales talleres de la alta costura, controla directamente la producción de absoluto de jazmín en Grasse con la finalidad de preservar intacta la fórmula original del Nº 5.

Las palabras no le bastan a Polge para ar-ticular su discurso. Necesita su herramienta de trabajo. Los olores. Por eso echa mano de los perfumes, y de las esencias puras de las materias que los componen, para apoyar sus explicaciones. “La descripción de un olor es difícil y personal. Cada uno establece asociaciones distintas. Por eso somos muy prudentes con las palabras. Para nosotros, las palabras no existen. Existen los olores. Decimos que detrás de cada fragancia hay una idea, sí. Pero esa idea es un olor”. Habla de composiciones que traspasan el tiempo y de cómo evolucionan nuestras apetencias. “Un perfume nunca viene de la nada. Siempre tiene antepasados. Como en la moda. Considero una buena fragancia aquella que me gusta y obtiene éxito comercial. Pero también la que nos hace avanzar porque trae un nuevo acorde o un nuevo material. Eau Sauvage, de Dior, utilizó por primera vez ciertas materias primas que ahora usa todo el mundo. Se puede trazar el árbol genealógico de los perfumes. Algunos de ellos no existirían sin una creación anterior. A veces, un gran éxito comercial sale de otra fragancia que ha tenido menos repercusión, pero que ha abierto un camino”.

En esta mañana de enero, Polge no sabe aún cuál será la vida de esta colección. No será hasta este mes de febrero cuando llegue a las tiendas de Chanel. Y no a todas. Hasta ese momento, la colección se habrá mostrado a algunos privilegiados (léase Karl Lagerfeld) y se habrá jugado a adivinar qué fragancias conseguirán más éxito y cuáles menos. El agua de colonia, tan fácil y limpia, es una apuesta segura. También lo es anticipar la dificultad del Nº 18. Un aroma con algo de metálico inspirado en la frialdad de los diamantes que, según Polge, llega a producir “rechazo”. Si España es fiel al tópico elegirá la primera, siguiendo su tradición cítrica y fresca. ¿Pero siguen siendo válidas esas consideraciones y particularidades en el mercado global? “Cuando empecé había una perfumería francesa, una española, una británica. Cada una respondía a los gustos particulares de cada país y trabajaba con notas propias. Podías saber mucho de un país a través de sus olores. Heno de Pravia, por ejemplo, era una parte importante de mi comprensión y conocimiento de España. Pero estas diferencias culturales están hoy muy diluidas por la globalización y la mundialización. Aunque siguen existiendo de alguna forma”.

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