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Columna
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Ley muda

Vicente Molina Foix

No salgo de mi asombro. Por primera vez en mi vida, y espero que no sirva de precedente, estoy de acuerdo en algo con Esperanza Aguirre, nuestra presidenta por Dios y por Tamayo. La noticia ya la sabrán ustedes, sobre todo si son padres de familia: por medio de un decreto que va a aprobarse en breve, la Comunidad de Madrid prohibirá en todas las aulas de todos los centros educativos bajo su jurisdicción el uso de teléfonos móviles, consolas y artilugios de mp3. Confieso que de las consolas y el mp3 sé menos, aunque me hago una idea, pero en los móviles soy un experto. Experto a mi pesar. Poseo uno, como hombre de mi tiempo que trato de ser, pero de ahí a convertirlo en ese apéndice inextirpable del cuerpo de la mayoría de seres humanos (no sólo madrileños) va un largo trecho, el que sufro a diario en los autobuses de la EMT, en los cafés, en las tiendas, en las salas de los aeropuertos, en los teatros y cines donde suena pese a los avisos; una vía dolorosa estridente que cada día hace insufrible un nuevo lugar colonizado por sus usuarios.

Por primera vez, estoy de acuerdo con Esperanza Aguirre, presidenta por Dios y por Tamayo
Convertidos los trenes en corrales de aves chillonas, quedaba el avión como último refugio sin móvil

Lo curioso del edicto de Esperanza es que vaya contra la corriente del mercado, única, diría yo, en la que nuestra presidenta no teme bañarse dos veces (incluso en el mismo día). Partidaria acérrima del consumismo, el golfismo y demás enseñas del liberalismo contemporáneo, sorprende ahora que la misma dama que favorece el libertinaje del tabaco, se ponga estricta y pedagógica. Claro que ya veremos si la ley llega a puerto cuando los grandes operadores telefónicos, inquietos por la caída en la facturación infantil, muevan Roma con Santiago para que Aguirre se caiga del caballo de su prohibición. De momento, hay tirios y troyanos infiltrados en el asunto.

Los estudiantes ven en la normativa un arma más de clase, pues el profesor, al castigarles o expulsarles por ese uso ilícito del telefonino, se convertiría en "un mercenario al servicio de la Administración"; ningún sindicato estudiantil denuncia, sin embargo, la monstruosa incongruencia de que una clase de filosofía o matemáticas se transforme en un locutorio público. Algunos padres, con el escepticismo que da criar a unas criaturitas un buen día convertidas en trogloditas, creen que se trata de un brindis al sol de la presidenta, pues no creen que una ley pueda más que el sentido común, y sospechan que sus vástagos seguirán prefiriendo un SMS a un dictado. Un único señor de Vigo, en carta al director que consiguió publicar tanto en EL PAÍS como en el Abc, abogaba por la prohibición, con el argumento de que la gente, si no se la multa, no pasa por el aro del civismo.

Estoy plenamente con el señor de Vigo, a sabiendas de que tanto él con su liga prohibicionista de los malos hábitos, como yo en mi aversión al abuso maleducado del móvil, lo tenemos todo perdido. Porque mientras la Comunidad prepara esta ley tan cuerda que parece mentira que fuese necesaria, nuestras autoridades se afanan por ampliar la cobertura del móvil por tierra, mar y aire. Unas autoridades que incluyen a Esperanza Aguirre, ya que en el comunitario metro de Madrid se está trabajando no por el servicio, que sigue empeorando calamitosamente, sino para que las llamadas entren y salgan en el subterráneo.

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Convertidos los trenes de largo recorrido en corrales de telefónicas aves chillonas, quedaba el avión como el último refugio de los sin móvil. Pues también esto va a acabarse: tres grandes compañías europeas anuncian ya que sus ingenieros trabajan en un innovador adelanto científico que permitirá al ejecutivo dar órdenes a su oficina mientras se toma un whisky en clase business y a la señora pedirle al marido que saque el pescado del congelador desde el Puente Aéreo. ¿Habrá que volver a la guerrilla de los espacios separados, como cuando el tabaco aún estaba vigente, estableciendo una zona libre de emanaciones sonoras? Las aulas madrileñas quizá dispondrán pronto de esas zonas, pero ¿y al salir de clase? El legislador verdaderamente audaz y progresista sería aquel que se preocupara por prohibir los desmanes de los adultos, incluidos los propios políticos, que rara vez aparecen en las fotos sin un móvil en la boca.

Ahora que el Estado controla (más o menos) el humo del tabaco, los modos de conducir y los estragos del alcohol, se hace absolutamente necesaria una ley seca que cierre el pico -por decreto y con multas elevadas- a los miles de groseros desaprensivos que en cualquier espacio público nos castigan a todas horas con sus vociferaciones andantes al móvil. Eso sí que sería pedagogía.

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