Una identidad-proyecto para Barcelona
Desde hace unos años Barcelona está en un proceso de renovación de su proyecto de ciudad. Un proyecto que dé un nuevo sentido a la política municipal y al eficiente trabajo del equipo de gobierno. Un proyecto que no sólo sea de ciudad, sino para la ciudad y para sus ciudadanos. Un proyecto próximo y ambicioso a la vez, global y local.
Un proyecto que debe dar respuestas a una ciudad que ha cambiado mucho en muy poco tiempo. Tanto que, como apuntaba hace unas semanas Jordi Borja (EL PAÍS, 31 de enero), algunos ciudadanos empiezan a sentir un cierto desapego hacia su ciudad. Una sensación que en ocasiones deriva hacia una sentimiento de pérdida, como el que brillantemente narró Josep Maria Benet i Jornet en su última puesta en escena, Salamandra.
Con todo, la ciudad está más viva que nunca. Una ciudad que batega, como dice el Ayuntamiento. Una ciudad donde conviven, junto a los barceloneses de toda la vida, más de 260.000 residentes extranjeros, comunitarios y no comunitarios, y unos cuantos millones de turistas que nos visitan durante todos los meses del año. ¿Cómo resolver entonces, la ecuación? ¿Cómo evitar que algunos sientan que están perdiendo la ciudad, y otros crean que la ciudad no los integra?
En primer lugar, asumiendo la nueva realidad. No podemos seguir siendo lo mismo que éramos hace 10 años porque no somos los mismos. Barcelona, como el resto de ciudades de este país, debe repensarse, y crear un orgullo de ciudad sobre cimientos nuevos. Toda política no sólo debe ser ambiciosa, sino tener un profundo anclaje en la realidad, de modo que hay que reconocer que hoy las recetas de los años ochenta y noventa ya no nos sirven. Ha llegado el momento de construir una nueva identidad ciudadana, una identidad-proyecto, como la definiría el sociólogo Manuel Castells.
Castells acuñó este concepto hace ya más de 10 años como respuesta a la identidad de resistencia característica de muchos movimientos sociales, culturales y religiosos de muy diversa índole. Identidades de resistencia construidas, de forma excluyente y no inclusiva, en base a elementos culturales o religiosos. Ante el peligro de generalización de estas identidades de resistencia, en el marco de sociedades con una creciente diversidad cultural, étnica y religiosa, Castells proponía la creación de identidades-proyecto.
Hoy, en Barcelona, como en otras grandes ciudades, tenemos el riesgo de que surjan estas identidades de resistencia. Un riesgo que es necesario combatir no sólo con políticas sociales ambiciosas, sino también con políticas culturales integradoras. Y para ello necesitamos empezar a hablar abiertamente de los cambios permanentes que nos traen estos nuevos 260.000 ciudadanos de Barcelona. Y empezar a dar a la identidad (sea nacional, lingüística, cultural o religiosa) la importancia que tiene en las sociedades actuales, caracterizadas por la diversidad. Debemos entender que no habrá integración si no hay reconocimiento de la diversidad cultural, pero también religiosa: diversidad de espacios de culto, y diversidad de manifestaciones religiosas en el espacio público.
Para gestionar esta realidad, en Barcelona ha llegado la hora de construir un nuevo proyecto de ciudad. De dotar a todos los barceloneses, sea cual sea su origen, de una identidad-proyecto, "aquella que se construye en la práctica cuando una colectividad se moviliza en torno a un proyecto compartido", en palabras de Manuel Castells. Sin esta identidad compartida, sin este proyecto común, no hay política más allá de las políticas.
Éste es el gran reto del alcalde Jordi Hereu: dar sentido a la nueva realidad ciudadana, escribir el relato que nos identifique con la ciudad. Y para ello debe contar con una nueva generación, la suya, la de los que nacieron en los años sesenta y setenta, capaz ya de pensar la Barcelona que quiere dejar a sus hijos en el año 2020. Pero contando también con los nuevos barceloneses, porque la futura clase media de Barcelona y las clases populares que seguirán dando vida a esta ciudad están ahí, entre los que hace poco que han llegado. Ellos son parte fundamental de esta identidad-proyecto que debe ser Barcelona, y no los podemos perder. Tenemos una gran oportunidad y no la podemos desaprovechar.
Albert Aixalà i Blanch es director de la Fundació Rafael Campalans.
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