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Reportaje:ARCO 2007

El tiburón mimado

El inglés Damien Hirst confirma en Madrid su condición de celebridad contemporánea

Damien Hirst ha restado protagonismo a los coreanos en la inauguración de ARCO. Su modelo anatómico gigante ha atraído la atención de los periodistas tanto como el buda de lentejuelas frente al que posaron ayer los Reyes con el presidente de Corea. Hoy nadie parece atreverse a minimizar su inquebrantable estatus de celebridad, en parte porque su arte sigue siendo uno de los más cotizados. Apenas abierto su stand monográfico en la feria, el galerista Hilario Galguera ya vendía sus obras a cifras de vértigo. Pero ¿qué hace Hirst para cotizar tan alto? ¿Equivalen realmente su fama y caché a su prestigio como artista?

Líder del grupo conocido como los Jóvenes Artistas Británicos, Damien Hirst (Bristol, 1965) se dio a conocer internacionalmente en 1992 con la polémica pieza de un tiburón conservado en formol. Fue en una de las célebres exposiciones orquestadas por el también famoso coleccionista y marchante Charles Saatchi, quien, tras la recesión del mercado del arte a finales de los ochenta, redirigió sus compras hacia las de los artistas emergentes. Tracey Emin, Jack y Dinos Chapman, Sarah Lucas, Gavin Turk y el propio Hirst, entre otros, presentaban un arte conceptual visualmente accesible y en muchos casos espectacular. Con constantes referencias a la cultura popular, sus obras se basaban en referencias y formas no elitistas, de modo que la gente sin conocimiento especializado las podía entender y apreciar. Estas exposiciones recibieron gran atención mediática, y la operación Saatchi catapultó al joven grupo a lo más selecto del establishment artístico.

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Elocuente invitación al optimismo

Con el paso de los años, y paralelamente a su obra fílmica y pictórica, Hirst se ha hecho conocido por haber creado un universo de vitrinas médicas y animales muertos. Una atmósfera desacogedora que recuerda a los museos de historia natural y los antiguos gabinetes de curiosidades, con cuya misma ansia científica pretende demostrar "la imposibilidad física de la muerte en la mente de alguien vivo". Una vaca seccionada en dos, con todas sus entrañas a la vista del espectador, es una imagen impactante que va directamente al sistema nervioso. Pero más allá de esa presentación, y del efecto-espectáculo que le otorga popularidad, muchos achacan a sus propuestas falta de contenido y ambigüedad. Al parecer, ésta es la clave que irrita a muchos críticos.

No cabe duda de que Hirst, que es conocedor de historia de la vanguardia y está informado de las teorías del arte, ha puesto en contacto objetos no artísticos con los materiales y modos de exposición tradicionales del arte. Medicamentos, aparatos quirúrgicos, insectos y cuerpos de mamíferos, son confinados y expuestos en asépticas vitrinas y contenedores acristalados. Su receta ha consistido en combinar un imaginario de memento mori con el rigor del arte elevado. Es decir, confrontar al cubo minimalista con el cuerpo de un animal, ensuciar la obra autorreferencial con el pulso real de la vida y su finitud. Porque sobre las ideas recurrentes del orden, la clasificación y el confinamiento, sin duda lo que más ha fascinado a Hirst ha sido el tema de la muerte.

Por este motivo, sus más fervientes promotores consideran que él ha tomado el relevo en el tratamiento de los grandes asuntos de la historia del arte. Otras voces, sin embargo, opinan que la mortalidad es un gran tema, pero que no basta con sólo mencionarlo. Y que lo que realmente interesa al artista no es tanto la muerte como su representación en la cultura de masas, concretamente en el cine gore y de terror, de donde provendría en realidad todo su imaginario. Muchos lo consideran sobrevalorado, y señalan que más allá del primer impacto y la atracción mediática, no ha conseguido todavía desarrollar un discurso estético verdaderamente revelador.

Damien Hirst, fotografiado en Londres en 2003.
Damien Hirst, fotografiado en Londres en 2003.

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