_
_
_
_
LA CRÓNICA
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Me amo con la fuerza de los mares, yo...

Siempre me he sentido atraída por el amor y lo hortera, y si las dos cosas van juntas, soy una mujer feliz. Por eso, a pesar de mi bajo presupuesto, hoy no puedo dejar de celebrar el empalagoso día de San Valentín. El año pasado por estas fechas estaba en Nueva York (gracias a los buenos oficios del siempre venerado y nunca lo bastante peloteado Instituto Ramon Llull, que pasea a los escritores por el mundo) y aún recuerdo que muchos de mis compañeros de profesión se quejaban de lo cursis que son los americanos, parece mentira, mira que son infantiles con lo del San Valentín. Y yo les decía: "Ay, sí, cuanta razón. Nosotros nunca caeremos en estas bajezas". Y eso a pesar de que San Valentín es un santo que en Cataluña siempre se ha celebrado y, por lo tanto, tendríamos excusa.

Lo primero que hago es ir al bar gallego de debajo de mi casa. Quiero empezar el día con un desayuno romántico. Aunque en el bar, de momento, no hay vestigios de amor. Las gambas ni siquiera han sido colocadas en forma de corazón. Pero, para compensar, en la tele tienen puesto el programa de Josep Cuní, que, para mí, es un símbolo de amor universal. En la pantalla sale una florista que explica los distintos tipos de flores que se pueden regalar hoy. Eso me interesa. Y también le interesa al dueño del bar, un hombre aparentemente rudo, pero en el fondo sensible. Así que, mientras me como una romántica tapa de lacón, oímos que la señora explica que para el amor romántico no hay nada como las orquídeas, que, para el amor pasional, lo mejor son las flores rojas y para el amor dulce, unas rosas comestibles que ha traído. De hecho, cuenta que los pétalos de rosa nos pueden servir de recipiente para el caviar o el foie de la cena romántica de esta noche. Pues vaya. Espero que mi amado tome nota y descarte lo de llevarme al Herón City otra vez. (Pero, por mí, se puede ahorrar el pétalo).

Otra muestra de mi gran coherencia es que, para celebrar esta fecha, hoy estoy procurando hablar todo el rato en diminutivos (y ustedes deberían hacer lo mismo). No digan cena con velas", sino "cenita con velitas". Y no hablen de comprar "un detalle" sino de comprar "un detallito". Y a eso voy. A por el detallito. O sea que aparco la moto en la Rambla de Catalunya esquina Consell de Cent. Allí hay una tienda de adminículos picaroncetes. Y está llena de personas inquietas como yo. Enseguida me intereso por una imprescindible paella que sirve para hacer un huevo frito en forma de pene. La adquiero. Y también tienen vestidos de enfermera sexy. En cambio, no tienen vestidos de escritora ligerita, con lo bien que me iría a mí poder disfrazarme esta noche y decir: "Y ahora... vamos a jugar a que tú eres mi editor y tienes que pagarme el anticipo... Mmm... ¿O prefieres pagárselo a mi negro? ¿Quieres que hablemos de derechos de autor...?". Y, por favor, espero me perdonen por haber dicho "derechos de autor", en lugar del correcto "derechos de autor/a".

De nuevo en la izquierda del Eixample, me paro en la perfumería y droguería Sebastià, de la calle de Mallorca con Borrell. En los cristales han pegado un corazón rojo en el que se lee: "¿Por qué dices que no si en el fondo te encanta?". Y, desde luego, han dispuesto las colonias de forma artística. Un envase de Amor, amor aquí, otro de Pura esencia, de David Bisbal, allá, uno de Antonio Banderas acullá... Pero no puedo entretenerme. Es hora de ir al súper. Y, desde luego, entro en el Suma (enfrente) porque es un establecimiento que suele celebrar las fiestas como Dios manda. Por supuesto, este San Valentín tampoco me defraudan. Junto a la puerta, ya me encuentro con una mesa cubierta con tela roja que contiene: la popular caja roja de bombones Nestlé, una cajita de plástico transparente con un corazón rojo de papel que lleva, según reza la etiqueta, "aguacates de San Valentín", botellas de cava Anna de Codorníu, unas orquídeas en un tiesto de cerámica blanca, la no menos popular caja de bombones Ferrero Roché y la colonia Ye Ki Pé de Joaquin Cortes. Un poco más adelante, otro expositor decorado con la misma tela muestra toda clase de cajas de bombones aunque también (no pregunten la razón) envases de Nocilla antigoteo. Pero lo que me emociona de verdad es ver que las simpáticas vendedoras de la carne han sacado un producto que para mí es como de la familia, porque ya lo sacaron por navidad. Se trata de una caja de cartón que contiene pato a la naranja precocinado, especial para las parejas románticas con poco presupuesto. En una esquina del cartón se puede leer "chin, chin" junto al dibujo de dos copas de cava, y también se lee la frase: "Felices fiestas". Juro que por Sant Jordi me lo compro.

Y ahora me voy a la licorería Torres, de la calle del Nou de la Rambla, a ver si en el aparador han puesto botellas de Baileys y de Tolón, el licor de leche merengada que tanto gusta a algunas féminas. Y, luego, tengo que enviar un mensaje al 343 para "sorprender a mi pareja" con una postal virtual romántica.

Pero, de camino, paso por delante del club de alterne Kiss Me, en Mallorca con Viladomat. En la puerta de este local no han colgado ningún corazón, pero es normal. Ellos van a su ritmo. De hecho, todavía no han quitado el cartel luminoso de "Felices fiestas" que pusieron por Navidad. ¿Abrirán hoy?

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_