_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Los cotidianos excesos

La moderación, es decir, cuanto guarda una medida o no se sale de lo ordinario y prudente, es en ocasiones un bien más escaso que la lluvia en el Sahel. Durante los meses o semanas que anteceden a una cita electoral arrecian por lo demás los excesos. Observemos. Desde hace varias décadas, y lo tenemos asumido como algo ordinario, es relativamente normal que un sector nada desdeñable de la derecha valenciana se nos muestre como defensora a ultranza de identidades y patrias chicas. Unas patrias y unas identidades que se olvidan también de ordinario en la práctica, como en la práctica se le olvidó a la munícipe principal de Valencia hablar en valenciano, aunque fuese tan sólo para contentar afectivamente a quienes todavía lo utilizan en el término municipal del cap i casal. Aunque hay más olvidadizos, y no sólo en sus filas, y aunque ya a nadie extrañe, ni nadie le dé mayor relevancia. Pero se acercan las elecciones locales y autonómicas y, soplando en las brasas de los amores patrios e identidades ancestrales, la alcaldesa de Valencia insinúa que el poeta hispanomusulmán de Al-Andalus Al-Russafí escribía y hablaba el valenciano que ella no utiliza: un exceso, un guiño hiperbólico a unos miles de votos secesionistas. Indicar que el poeta musulmán, nacido en el barrio de Russafa, de haber hablado valenciano con sus padres lo hubiesen bautizado como l'hortolà o jardiner, no viene a cuento. Pero russafa es tanto como huertos o jardines en árabe, y en la martirizada Bagdad hay un distrito con el mismo nombre. A cuento viene el exceso de amor a las identidades de antaño que no son el valenciano de hogaño. Los adversarios políticos de Rita Barberá tacharon sus afirmaciones de ridículas y pseudoeruditas; en puridad fueron lúdicas y jocosas para quienes únicamente conocen de forma somera el alfabeto de las suras del Corán.

Resulta difícil guardar la medida y atenerse a los límites de la moderación. Porque los excesos no son privativos de la clase política, casi siempre en campaña electoral. Lo desmesurado y excesivo invade también el ámbito privado de muchos ciudadanos que se sienten arrollados, en muchas ocasiones machacados, por decibelios sin límite y sin hora en Tenerife o en Valencia, en Castell de Cabres o en Alcanfor de la Sierra. La decisión de un juez insular y canario destapa la jarra de Pandora en torno al tema de los excesos festivos; un tema casi tabú, puesto que formular cualquier crítica a la desmesura en las celebraciones vendría a ser como colocarse frente al jolgorio de la fiesta y la alegría que todos necesitamos para quebrar la monotonía de los días. Y no es eso. Es el exceso que puede atentar contra los derechos de muchos o pocos, o de demasiados. Quizás tantos como quienes originan dichos excesos. Porque si escribieron los clásicos que los humanos deberíamos ser moderados hasta en las cosas honestas, cuánto más no lo deberíamos ser en el necesario estruendo festivo que periódicamente nos acompaña. El auto del Juzgado de lo Contencioso-administrativo de Santa Cruz de Tenerife supo atravesar el mar sin que el agua borrara sus letras: un casi milagro es el hecho de que aquí, a favor o en contra, se empiece a reflexionar y debatir en torno a los excesos. Andamos sobrados de los mismos. Y en esa necesaria discusión o polémica, cualquiera de ustedes, vecinos, han podido tropezar con unas secuencias de la televisión autonómica, con las imágenes de un menor afirmando que él tiraría petardos digan lo que digan las leyes. Un doble exceso: el mediático, y el de los decibelios no exentos de peligrosidad cuando se tienen escasos años. También hubo en el debate, que continúa y continuará, la voz sensata y valenciana de colectivos sociales, como Castelló sense soroll, cuyo portavoz habló sobre los ruidos que no son de una semana, sino de cincuenta y pico de semanas; o como el portavoz de la Federació de Colles en la capital de La Plana que se refirió a la razonable comprensión y participación en jolgorio festivo, y al respeto debido a los colectivos sociales que exigen su derecho al descanso.

Es el camino del medio que suele ser el más seguro, y no el de los excesos que sólo conducen a la tensión o al disparate lúdico, que confunde a un poeta árabe medieval, nacido en Russafa el siglo XI o XII, con un presentador de juegos florales. Al desatino en suma.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_