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MIRADOR
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Cadena perpetua

El jueves pasado, el grupo Popular del Ayuntamiento de Salamanca rechazó la propuesta del grupo Socialista de retirar a Francisco Franco el título de "alcalde de honor a perpetuidad" concedido en 1964, es de suponer que con la unanimidad y entusiasmo que se hacían estas cosas por aquellas fechas. La moción socialista, presentada en una sesión extraordinaria, pedía también la revocación de la medalla de oro de la ciudad concedida en 1948. Visto y no visto, en apenas diez minutos, el alcalde y los concejales del PP, rechazaron la moción sin debatirla ni, por supuesto, rebatirla.

En este fulgurante episodio llama la atención el silencio de la representación municipal del PP. Parece una declaración elocuente de que ni tenían argumentos para rechazar la propuesta de la oposición ni tampoco los necesitaban. La mayoría del ayuntamiento salmantino que no se siente concernida por la urgencia de suprimir la figura del dictador de las páginas ilustres de la ciudad debería explicar por qué todos los salmantinos están condenados a la perpetuidad del alcalde Francisco Franco.

Es inevitable relacionar el pleno del día 25 con el del pasado 28 de diciembre que rechazó la retirada de la moción de destitución de Miguel de Unamuno en 1936 y devolver el honor al alcalde y los concejales fusilados en 1936. Arguyó entonces la mayoría popular que, en el caso de Unamuno, no era necesaria la reparación pública, puesto que nadie negaba hoy en día el reconocimiento ciudadano a Don Miguel. Mala argumentación, puesto que se trataba precisamente de que las instituciones de la ciudad reconocieran lo que los ciudadanos, salmantinos y españoles ya habían restituido. En el caso de Franco como alcalde a perpetuidad, la argumentación ha sido peor. Ni siquiera ha existido.

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