Una España que funcione
Cuando la sección de Cartas al Director de este periódico (no leo otro desde hace algo más de 30 años, pero supongo que también ocurrirá en otros diarios) se convierte, en buena medida, en el eco público de la impotencia de los ciudadanos para conseguir la atención y el respeto de los gestores de los servicios públicos y, cuando se necesita, la protección de las instituciones del Estado, la democracia deviene en una formalidad que consiste básicamente en oír a los ciudadanos cada cuatro años y no escucharles nunca. Para contratar servicios tan sencillos pero tan fundamentales para el funcionamiento de un hogar como el gas y el agua, he tenido que soportar la incompetencia, el desinterés y a veces la arrogancia de los servicios de atención al cliente (¡qué ironía!) de las respectivas empresas gestoras, con situaciones más allá de lo kafkiano que les ahorro. Cuatro semanas después de pedir una línea telefónica, me dicen que tengo que esperar a que haya una vacante, y una hora después que hay una incidencia que no me pueden revelar. Mis peripecias domésticas me hicieron recordar la célebre frase de Felipe González: "Quiero una España que funcione". Poco hizo el ex presidente para conseguirlo; al ex presidente Aznar le importó un pimiento; y el presidente Zapatero está ensimismado (lo escribió Soledad Gallego-Díaz) con el problema. La consecuencia es que, 30 años después de la transición, seguimos esperando la democracia de los ciudadanos, o sea, que España funcione. ¡Ya está bien.
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