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Columna
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Las nueces y el ruido

El Ayuntamiento de Valencia anunció este verano pasado la creación de un Centro de Estrategias y Desarrollo con la vista puesta en el periodo comprendido entre 2008 y 2015. Entre los objetivos anticipados figuraba el convertir la ciudad en una vanguardia de la economía del conocimiento en tanto que impulsora de nuevas tecnologías. Si se pone en ello tanta voluntad como fantasía delata el propósito a tenor de lo que se viene realmente haciendo es posible que avancemos algo en este capítulo de la innovación, tan imprescindible hoy por hoy en todo discurso político que se precie de progresista y correcto.

Pero en tanto se afinan los objetivos y diseñan las tácticas lo que indudablemente desarrolla el PP municipal valenciano es un plan de grandes eventos con la vista puesta en su proyección mediática, decimos de la propia tanto como de la ciudad. En este sentido, como se recordará, fracasaron sucesivamente los proyectos de convertir Valencia en capital cultural de Europa o en sede de alguna competición deportiva, asimismo continental. Todo se andará. Lo importante, deben pensar en el consistorio, es apostar y ponerse a la cola de los candidatos. Así tocó en suerte la visita del Papa, que pudo resultar un chasco a tenor de la afluencia esperada, pero que situó por un par de días a Valencia en el foco del orbe católico, y de eso se trataba. Por cierto que seguimos sin saber cuánto le costó aquel fasto religioso a las arcas públicas. Las regatas de Copa del América es otro de los hitos excepcionales, que de momento se cierran con la multitudinaria presentación el lunes pasado del bólido de Fórmula 1 que pilotará Fernando Alonso esta próxima temporada de carreras, y que puede ser el precedente de un circuito urbano, con el estruendo y caos circulatorio consiguientes.

Ignoramos si se ha efectuado en Valencia algún sondeo de opinión acerca de este programa propagandístico de grandes festejos que patrocina el PP, pero no nos parece arriesgado afirmar que goza de la anuencia y aplauso de la gran parte del censo capitalino. Nada tan fácil como exacerbar el chovinismo mediante espectáculos resonantes como los referidos. Los reiterados escrutinios electorales constituyen, por otra parte, el más claro refrendo de esta sintonía mayoritaria con la mencionada política municipal, si por tal entendemos las dichas operaciones de mercadotecnia, pues tal es lo que son en puridad. Frente a esta realidad, y desarmadas -¿o será desguazadas?- como se encuentran las asociaciones vecinales, apenas si es audible la crítica de la oposición, que probablemente alienta proyectos de ciudad y de gestión alternativos, que por ahora, sin embargo, quedan apagados por la explosión de los motores, las regatas o las preces colectivas y, en definitiva, la música oficial.

Pero tanto el ruido promovido por unos como la afonía obligada de otros no deben ocultarnos los problemas de la ciudad que siguen latiendo y no se enmiendan con espasmos de notoriedad o con los piropos eventuales que nos dedica algún reportero de campanillas foráneo deslumbrado por la Valencia emergente. Al contraluz está la otra Valencia, la deficitaria en zonas verdes, y ello a pesar del recuperado Turia y de que el Ayuntamiento contabiliza como jardines hasta los alcorques y la Albufera; la contaminada como muy pocas de CO2 y de decibelios; la que tiene una cuenta pendiente con su Centro Histórico, y específicamente con Ciutat Vella, devastada por una riada de la que pronto se cumplirán 50 años; la saturada por la circulación vial cuando la urbe brinda condiciones idóneas para promover el transporte público y el alternativo, por no hablar del vacío en punto al aprovechamiento de la energía solar, la promoción de la conciencia ecológica de los ciudadanos o la abundancia de viviendas vacías, un escándalo que parece no concernir a nadie.

No se le puede negar a la alcaldesa Rita Barberá la habilidad constatada para atraer hacia Valencia el foco de la actualidad y hacer ruido, pero ello no nos conmina a que la indultemos por las nueces que no se han recogido a lo largo de su dilatado Gobierno.

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