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Estrellas de Jazz

La cantante airada y el trompetista existencial

EL PAÍS presenta mañana 'Diva', de Nina Simone, y el viernes, 'Ascensor para el cadalso', de Miles Davis, por 4,95 euros cada uno

Iker Seisdedos

La tía Sarah tenía la espalda fuerte y cansada de soportar el dolor infligido una y otra vez. Peaches estaba dispuesta a matar al primer desgraciado que se cruzase en su camino, tal era el amargor que sentía. Como Siffronia, que se sabía hija de una esclava y un rico blanco al contemplar su piel amarilla en el espejo. ¿Y Sweet Thing? Ella ofrecía sus labios de vino a quien pudiese pagarlos.

Estos cuatro personajes ficticios habitan en Four women, una de las canciones más desgarradas y emblemáticas de Nina Simone (1933-2003). Como el resto de las contenidas en Diva (disco-libro que se entrega mañana con EL PAÍS al precio de 4,95 euros), fue grabada por la cantante y pianista a mediados de los sesenta. En plena era de lucha por los derechos civiles en Estados Unidos, cuya bandera enarboló una Simone airada y con las únicas armas de las que disponía; su forma melodramática y arrastrada de interpretar al piano, el trémolo profundo y escalofriante de su voz y las pocas ganas de callarse nada. "La esclavitud nunca ha sido abolida del modo de pensar americano. El fin de la segregación es una mera broma", declaró a propósito de su tema antirracista Mississippi Goddam.

Pero como queda demostrado en esta colección de éxitos, grabados durante su contrato con el sello Phillips, el compromiso político no fue más que una de las facetas en la vida de la chica que quiso convertirse en la primera concertista negra de la historia y tuvo que conformarse con cambiarse el nombre (Eunice Waymon se reinventó en 1954 como Nina Simone, en homenaje a la actriz Simone Signoret) para acceder a la inmortalidad como intérprete a medio camino entre el jazz, el folk y esas canciones que suenan cuando los clubes llevan horas cerrados. Podía, por ejemplo, regalar versiones definitivas de temas de otros (I put a spell on you, de Screamin' Jay Hawkins, con la que se abre el disco); demostrar sus dotes como pianista, entre la formación clásica de su juventud y el bop de Bud Powell; o crear atmósferas densas como la de la extraña y bellísima Lilac wine, que décadas después rescató el mártir del rock Jeff Buckley para la generación MTV.

Madrugada en París

Y si en la diva Nina Simone todo suena arrebatado e intenso, la trompeta de Miles Davis se sitúa en el extremo contrario, leve y etéreo, de las cosas.

Todo lo que acontece en el álbum Ascensor para el cadalso (que se presenta con el diario del viernes, por 4,95 euros) transcurrió durante una madrugada de diciembre de hace 50 años en un "edificio lúgubre" de París.

O así quedó registrada la leyenda. Un trozo del labio dañado de Miles obstruía la boquilla de la trompeta y forzaba aquella noche la melancolía de su sonido. La chanteuse existencialista (Juliette Greco, que había seducido a Davis) y el novelista y poeta descarnado (Boris Vian) estaban allí para recordarlo todo. Mientras, la actriz Jeanne Moreau ponía copas y el quinteto de jazz (Miles Davis con el respaldo de un quién es quién de la escena parisiense de la época) improvisaba sobre las imágenes proyectadas por un joven y debutante director.

Louis Malle era su nombre, y había convencido a la estrella de jazz estadounidense de gira en la ciudad para poner música a su obra, que iba a convertirse en una de las primeras piedras de la extensa carrera del cineasta, así como en una de las obras inaugurales de la nouvelle vague francesa. La película, Ascensor para el cadalso, contaba la historia de un crimen perfecto, como casi siempre, truncado. Y la música esquemática de Miles Davis subrayaba la atmósfera de cine negro (versión polar francés) y la angustia de Jeanne Moreau, caminando arriba y abajo por los Campos Elíseos, preguntándose si habría sido traicionada por su cómplice, interpretado por Maurice Ronet, y atrapado en el elevador del título.

La banda sonora fue editada (y premiada) el año siguiente y aún hoy cuenta como uno de los más avenidos matrimonios entre cine y jazz jamás registrados. Además de superar con creces la categoría de lo anecdótico en la historia de Davis, al que se le atribuye el haber revolucionado el jazz unas cuantas veces. En este disco, coinciden los expertos, se puede adivinar la deriva hacia el jazz modal (en el que la base rítmica funciona como una hipnótica plataforma para el despegue de los instrumentos solistas) que tomó la carrera del trompetista en los sesenta y setenta.

Nina Simone, en una imagen de 1992, y Miles Davis, en 1987.
Nina Simone, en una imagen de 1992, y Miles Davis, en 1987.MIGUEL GENER / MARISA FLÓREZ
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Sobre la firma

Iker Seisdedos
Es corresponsal de EL PAÍS en Washington. Licenciado en Derecho Económico por la Universidad de Deusto y máster de Periodismo UAM / EL PAÍS, trabaja en el diario desde 2004, casi siempre vinculado al área cultural. Tras su paso por las secciones El Viajero, Tentaciones y El País Semanal, ha sido redactor jefe de Domingo, Ideas, Cultura y Babelia.

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