El derecho a la impunidad
Una de las más dañinas consecuencias de la percepción actual del tiempo, de la que hablé hace una semana, y de la absoluta dominación del presente sobre el pasado, por cercano que sea, es la cada vez más extendida aspiración de impunidad. Alguna vez he comentado que, cuando las cosas cesan, se produce hoy una impresión (del todo falsa) de que, puesto que ya no están sucediendo, en realidad no han sucedido. Recordemos, por ejemplo, las escasas semanas de la Guerra de Irak como tal guerra: la población europea, que se había opuesto frontalmente a aquella invasión injustificada y basada en mentiras, padeció mucho durante aquellos días, y todavía tuvo arrestos (los había gastado en buena medida en tratar de impedirla, antes de la criminal cretinada de las Azores) para salir a las calles, elevar protestas a los Tres Azóricos, Bush, Blair y Aznar, y mostrar su indignación por la farsa. Sin embargo, en cuanto cayó Bagdad y pareció que ya no iba a haber muchos más muertos, todo se calmó, y de hecho, pese a los ríos de sangre que han corrido allí desde entonces, nunca ha vuelto a darse el mismo vigor en la furia de los ciudadanos europeos. Lo cual les ha venido de perlas a los grandes culpables, que, sin el menor sonrojo, hacen descarado uso de esta anómala característica de nuestros tiempos: en España, cada vez que al Partido Popular se le recuerda que aún no ha pedido disculpas por sus falacias ni por su participación en esa Guerra de consecuencias tan nefastas (entre ellas los atentados del 11-M, según los informes del CNI y de la policía), los mismos individuos que formaban parte del Gobierno que la alentó y apoyó -Rajoy, Acebes, Zaplana- ponen el grito en el cielo, ofendidos, y acusan a los no olvidadizos de "resentidos", de "remover el pasado" y de "no mirar hacia el futuro", que es lo que a ellos importa -y conviene, desde luego-. Es decir, se aprovechan de nuestra enfermiza percepción del tiempo y nos espetan: "Oiga, ¿verdad que esto de los bombardeos americanos ya no acontece? Pues entonces, a qué viene hablar de ello o pedir responsabilidades. ¿Y verdad que ya no hay tropas españolas por aquellos pagos? Pues entonces, a qué viene afearnos que en su día las mandáramos". Pretenden, en suma -como si fuera un derecho-, quedar impunes de lo que hicieron, por la sencilla razón de que ya no lo están haciendo. Lo que exigen -y en parte logran- es que los errores y las falsedades caigan en el olvido porque, para ellos, el mero paso del tiempo hace que prescriban y ya no cuenten.
Es lo mismo que han pretendido ETA y Batasuna durante los nueve meses de "alto el fuego permanente". Lo de permanente resulta un chiste cuando escribo esto, el día de Fin de Año, tras la furgoneta-bomba en la T-4 de Barajas y los casi seguros dos muertos causados por ella. ¿Por qué han vuelto a atentar, añadiendo además a su larguísima relación de vilezas una nueva, la de no advertir que la tregua había acabado? Dejando de lado las explicaciones más complejas, sesudas y "políticas", a primera vista se diría que porque no se les ha concedido la impunidad retroactiva a la que, descerebrada o cínicamente, creían haberse hecho acreedores. La pretensión de Batasuna y ETA durante este periodo ha venido a ser esta: "Oigan, ¿verdad que hace la tira de tiempo que no matamos a nadie? Pues entonces, a qué viene detenernos, juzgarnos y condenarnos por lo de antes". Esto es, los terroristas han interpretado que el cese de su actividad asesina equivalía a una prescripción de todos sus delitos previos. "Si ahora no estamos matando, a qué viene castigarnos por lo que aconteció pero no acontece, por muertos pasados que no son de hoy ni de ayer siquiera. Son ustedes unos resentidos, se dedican a remover lo remoto, no miran hacia el futuro de nuestros países. Volvemos a matar, por tanto, a ver si de una vez aprenden".
No sé, para mí son incomprensibles semejantes pretensiones. Cuántas veces no hemos oído a Otegi y a los suyos decir que tales o cuales detenciones, procesos o sentencias "no ayudaban nada al proceso de paz", o que se esperara de su formación la condena de la violencia y su adecuación a la Ley de Partidos, qué insolencia. Era como si nos espetara: "Oigan, si mis amigos ya no matan, a qué viene hablar de violencia, o que condene lo que ya no existe. ¿Que existió? Ah, no me vengan con antiguallas. No irán a pedirnos cuentas de lo que ya no ocurre".
En cierto sentido es como si cada vez se instalara más en la mente de los delincuentes y los políticos, pero también de las poblaciones enteras, la insensata y malsana idea de que sólo cabe responder de los crímenes, los abusos, las injusticias y las meteduras de pata mientras se están cometiendo, y de que en realidad sólo hace falta dejar pasar algún tiempo para que prescriban, y para que echarlos en cara o reclamar por ellos resulte algo intolerable e intolerante, un mezquino afán de venganza por parte de los damnificados, casi un atentado a nuestro derecho de "pasar página", como decía Aznar y ahora repiten tantos. Pero a todo eso, ya digo, se lo debe llamar aspiración de impunidad, y no otra cosa.
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