La invención de la fórmula
A Molly Bloom, la heroína del Ulises, la toquetea un hombre en los achuchones para entrar en Dublín, 1895, a la adaptación teatral de Trilby (1894), del inglés George du Maurier (París, 1834-Londres, 1896). Trilby, entonces el mayor éxito de todos los tiempos, se había convertido en una industria: folletín por entregas en una revista americana, novela en tres volúmenes en Inglaterra, melodrama musical, una cadena de productos con el nombre de Trilby, zapatos, escobas, cocinas y helados con la forma del pie de Trilby, la bella que canta hipnotizada por un genio. Fue el libro más solicitado de la historia en las bibliotecas públicas de Chicago. Dio nombre a una ciudad en Florida que yo no he encontrado en el mapa. Estas cosas las revive David Lodge en su novela ¡El autor, el autor!
TRILBY
George du Maurier
Ilustraciones del autor
Traducción y posfacio de Max Lacruz Bassols
Funambulista. Madrid, 2006
462 páginas. 25,50 euros
La fama es caprichosa y hoy Du Maurier quizá sea más recordado por ser el abuelo de Daphne, autora de Rebecca y Los pájaros de Hitchcock, o el padre del actor que encarnó por primera vez al capitán Garfio en un escenario. George du Maurier quiso ser pintor, pero se quedó tuerto y se dedicó a ilustrar novelas y a dibujar para la revista Punch, esa crónica humorística y fidedigna de la Inglaterra de la época. Inventaba historias que regalaba a sus amigos escritores. El lunes 25 de marzo de 1889 le ofreció a Henry James una idea: la aventura de una criada de voz maravillosa y nulo oído a quien un músico de talento hipnotiza y hace cantar fabulosamente. Aunque le pareciera "muy buena", no usó James la invención del dibujante.
El propio Du Maurier la convirtió en novela, Trilby, situándola en el París bohemio de sus años de aprendiz de pintor. Ahí empieza la historia, en el estudio de tres jóvenes mosqueteros del pincel, caballeros ingleses, con un aire de crónica artística y social de un tiempo y una ciudad. La fórmula todavía funciona bien: entiende la novela como una variante del periodismo, una especie de periodismo de la imaginación, combinando temas de actualidad y ambientes atractivos pero impenetrables, además de añadir digresiones y opiniones sobre la moda en cuestión de calzado, el darwinismo o el carácter falaz y venal de los clérigos.
Trilby es planchadora y modelo de artistas, y nada menos que hija de un catedrático de Cambridge caído en desgracia por la bebida y un mal matrimonio. Alegre y buena, pero descarriada, posee unos pies espléndidos y una prodigiosa belleza andrógina, prerrafaelita. Es un milagro espiritual y físico, pero canta fatal. No puede casarse con su enamorado, el joven pintor Bellee Bagot, destinado al triunfo más alto, pues la boda sería una inconveniencia. Hay sexo y fetichismo en Trilby, pero en realidad no hay sexo, que, como decía Henry James, era entonces la inmensa omisión de la literatura anglosajona.
Son muy buenas la nueva traducción y la nota final de Max Lacruz Bassols. La primera traducción al español de Trilby, en los años cuarenta, se llamó Svengali, como el hipnotizador. Puede que, en aquel tiempo, pareciera más interesante la fuerza maligna que la bondad de la belleza. Svengali es un judío siniestro y hermoso. Majestuosa alma, "mercenaria y vil", habla "en francés hebraico-germánico", pues todo lo germánico era bastante sospechoso hacia 1900. Y Du Maurier advierte que en lo mejor del mundo siempre hay un poco de sangre judía, como si quisiera espantar los clichés antisemitas de finales del siglo XIX, germen en el XX de crímenes masivos. Svengali, talento excepcional, fue el mejor pianista de su tiempo en el conservatorio de Leipzig.
Hay hipnotizadores que recurren a su poder para obligar a matar o robar, pero Svengali mesmeriza a Trilby para que cante maravillosamente en las mejores salas del mundo, y su víctima y musa triunfa en ciudades como Viena, San Petersburgo, Varsovia o París. Las damas se arrancan las joyas para dárselas, los caballeros le entregan el regalo de bodas que guardaban para su esposa. Berlioz y Gautier la celebran. Wagner rabia de celos. ¿Se reencontrará Trilby con su enamorado imposible, el joven pintor inglés? A la intriga trivial el narrador superpone lo más importante: el reportaje de primera mano sobre un caso de fenómenos y monstruos, la beldad de voz infinita y el hipnotizador austro-húngaro. En aquellos tiempos, la hipnosis era una moda científica de barraca ferial y sala de fiestas.
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