La metamorfosis del comandante
Ortega ofrece una imagen de moderación 16 años después de su primer mandato
Daniel Ortega poco tiene que ver con comandante guerrillero que, junto a otros ocho dirigentes rebeldes, conformaba la dirección colegiada del Frente Sandinista que puso fin a la tiranía de los Somoza. El aspecto físico -más peso, menos cabello e indumentaria mucho más refinada- y el discurso del presidente son radicalmente distintos. El viaje de Ortega desde el radicalismo revolucionario a la moderación del político que se resiste a tirar la toalla ha tenido varios capítulos, desde su derrota electoral en 1990 frente a doña Violeta Chamorro, su otrora aliada en el primer Gabinete de unidad nacional tras el triunfo de la revolución de 1979.
El acercamiento del ex guerrillero a la Iglesia implicó un cambio de ideas en temas sensibles
Derrotado sucesivamente en tres ocasiones en las urnas, Ortega mantuvo su firme voluntad de recuperar contra viento y marea la presidencia de la República. La mayoría de los nueve comandantes del Frente Sandinista y varios de sus colaboradores más importantes le abandonaron en el camino. Algunos dejaron la política para dedicarse a los negocios, y otros se fueron para formar otro partido.
Sus enemigos seguían presentándolo como un peligro para Nicaragua ante cada contienda electoral. De poco servía que Ortega cambiara los colores negro y rojo de la simbología sandinista por el rosa. En la campaña del 2001, inmediatamente después de los atentados del 11 de septiembre en Nueva York, los adversarios del candidato del FSLN pusieron al aire un anuncio publicitario en que se veía la imagen de Osama Bin Laden que parecía decir a los telespectadores: "Si yo fuera nicaragüense, votaría por los sandinistas".
Ortega perdió las elecciones ante Enrique Bolaños, candidato del Partido Liberal Constitucionalista (PLC). En este mandato Ortega consolidó el pacto con el sector de los liberales fiel al anterior presidente, Arnoldo Alemán, condenado por corrupción y con cinco procesos pendientes.
El acuerdo permitió una reforma de la Constitución, que abría la puerta del futuro político del líder sandinista. La nueva norma permitía declarar vencedor de las elecciones a quien obtuviera en primera vuelta el 35% de los votos y cinco puntos de diferencia respecto del segundo candidato más votado. El listón electoral se rebajaba considerablemente para Ortega, que en ninguna consulta había logrado superar el 40% de los votos.
Con la reforma constitucional bajo el brazo, el candidato sandinista encaró la última campaña electoral con mayor optimismo. Los astros parecían jugar a su favor. Por una parte, los liberales concurrieron divididos a las elecciones en dos candidaturas. Por otra, Ortega aprovechó para dar algunos golpes de efecto con el propósito de dar fe de su conversión ideológica Designó como compañero de fórmula al empresario y antiguo dirigente de la Contra Jaime Morales Carazo, a quien Ortega había expropiado una casa. Todo en nombre de la paz y la reconciliación.
El dirigente sandinista se casó el año pasado con Rosario Murillo, con quien había convivido durante años sin la bendición eclesiástica. El obispo Obando y Bravo, antaño enemigo acérrimo de Ortega, ofició la ceremonia.
El acercamiento del hoy presidente a la Iglesia implicó un cambio de ideas en un tema tan sensible como el aborto. La interrupción del embarazo por razones terapéuticas era legal en Nicaragua desde hacía décadas. A fin de conseguir lograr votos de los sectores más conservadores y del respaldo de la jerarquía eclesiástico, Ortega y el Frente Sandinista dieron un giro de 180 grados y encabezaron una campaña a favor de la penalización del aborto. La última sesión de la Asamblea Nacional antes de las elecciones certificó la medida. El aborto está hoy penalizado en Nicaragua con penas que pueden alcanzar los 30 años de prisión.
"El arco iris de votantes por Ortega va desde quienes le dan un cheque en blanco hasta quienes tienen curiosidad por ver el experimento: cómo se comportarán los sandinistas gobernando en paz y en la actualidad", escribe el analista José Luis Rocha en la revista Envío. Más de la mitad de los electores del Frente Sandinista son tan jóvenes que no vivieron ni la cruzada nacional de alfabetización ni el servicio militar patriótico, las dos movilizaciones masivas de los años ochenta.
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