Salvar la cara
En su libro La mentalidad árabe, Raphael Patai destacaba como uno de los componentes de la misma el concepto de wajh, "cara". En este sentido, la cara es la fachada del honor, y un verdadero hombre ha de intentar salvaguardarla incluso a costa de infringir la exigencia de veracidad o los deberes propios de su situación. En inglés existe la expresión adecuada, en negativo, "his face is lost", si bien con menor trascendencia, traducible en árabe como "su cara se ha ennegrecido". Patai proporciona el ejemplo de las conversaciones entre el rais egipcio Gamal Abdel Nasser y el rey Hussein de Jordania durante la Guerra de los Seis Días, en 1967. Nasser buscaba la entrada de Jordania en el conflicto, pero ante todo no podía admitir ante Hussein que sus cálculos habían fallado al desencadenar la crisis y que su aviación primero, y su ejército después estaban siendo aplastados por los israelíes. Así que un día tras otro insistió en sus mensajes de victoria y cuando ya no pudo sostenerlos, apeló a una supuesta intervención de americanos e ingleses en el ataque a Egipto. Hasta el último momento siguió firme en sus trece. "Es la voluntad de Alá", dijo cuando ya la derrota total era un hecho. Su wajh, y con ella su honor, estaban salvados.
No es éste el momento de discutir el libro de Patai, duramente criticado por Edward Said. Nos interesa únicamente destacar ese tipo de comportamiento a la vista del modo en que el presidente Zapatero gestionó primero hasta el 30 de diciembre, y está abordando ahora la crisis de su política vasca, destrozada por el atentado de ETA. Parece que lo esencial no es presentar ante la opinión los elementos de juicio disponibles para el Gobierno acerca de lo sucedido en estos meses, aun cuando nada se va a estropear ya si ley del silencio es rota. Cuenta ante todo para el presidente aparentar que su actuación fue la correcta por los buenos propósitos que la guiaban, insistir, a pesar de la catástrofe, en que el suyo era "el único camino" y, en consecuencia, apuntar sin reservas, como aquel personaje televisivo de infausta memoria que "yo sigo". Y "aún con mayor energía", subraya (léase obstinación). Por eso va a buscar apoyos en otros partidos antes de presentar su versión ante el Congreso, como si la explicación ahora necesaria y exigible fuese cuestión de consenso. La finalidad de una información veraz es obvia: así sabremos qué puede hacerse en el futuro, más allá de pronunciar palabras sin significado que sirvan sólo para eso, para salvar la cara. Tal y como Aznar lo intentara, sin éxito, por vías más tortuosas después del 11-M.
Hay una verdad inconcusa: una organización terrorista llamada ETA es la única responsable del último atentado y, consecuentemente, del fin de esa tregua o "alto el fuego" que los miserables anunciaron como "permanente". Como consecuencia, todos los demócratas han de respaldar la lucha intensificada que el Gobierno debiera llevar en lo sucesivo contra la banda terrorista, si es que realmente está dispuesto a actuar con claridad de ideas, lo cual no significa rigidez. La crítica encaja con la democracia; la fe del carbonero, no.
En una palabra, según explicó Imaz, bajo ningún concepto puede aceptarse la coartada de que media tonelada de explosivos son una simple advertencia y que por lo mismo tras un inevitable paréntesis la política seguida desde marzo puede ser reemprendida sin más. ETA acaba de mostrar que resultan contraproducentes todas las concesiones sin contrapartida efectiva, incluida la puesta en marcha de una previsible negociación cuando no se cumplía la condición fijada por el Congreso en 2005. Sin olvidar que la ausencia de hoja de ruta gubernamental durante la tregua produjo un mar de confusiones. Son dos cosas que por desgracia vinieron a invalidar el escenario optimista de marzo. De nada sirvieron la discreción del Ejecutivo, las declaraciones de optimismo, ni la concesión tan arriesgada de discutir el futuro vasco en una mesa de partidos. Tras lo sucedido, y lo que puede suceder muy pronto, urge una clarificación y sólo ZP puede darla.
Apostilla. Y por respeto a los muertos y a un mínimo rigor, dejemos de hablar de "proceso de paz" y sobre todo de "fin de la violencia", como hiciera el presidente delante de la T-4. Esta "violencia" es terrorismo puro y duro. Incluso si hay que volver a negociar un día, tengámoslo en cuenta.
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