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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Los bosques del totalitarismo

Hay que felicitar a Vidal-Beneyto (Cartas al director, 29-12-06) por haber logrado elevar el debate particular sobre el acceso de Laín Entralgo a su cátedra (cuyos detalles podemos seguir analizando en algún ámbito especializado, con la extensión, el tiempo y la documentación que requieren) a una cuestión más general: el proceso de "defascistizar la sociedad civil española", al que Laín contribuyó apoyando a muchas personas valiosas, de muy diversas ideologías, cuando, en los bosques franquistas, se encontraron en dificultades sociales, económicas o académicas.

Y también hay que señalar el acierto de Isaac Rosa ('Árboles que dejan ver el bosque', Babelia, 23-12-06) cuando apunta que la asistencia de Laín al congreso del partido nazi en 1938 no se debió a intereses turísticos. Se debió a la equivocada convicción que tenía entonces de que quizá el nazismo fuese capaz de realizar los nobles ideales que él había creído descubrir en el falangismo antidemocrático de Primo de Rivera.

Es un ejemplo más de un fenómeno psicológico de apariencia bien conocida pero fondo oscuro: la sorprendente cantidad de árboles de envergadura que, en los bosques ideológicos del siglo XX, se dejaron fascinar por dictadores de todos los colores. Algunos fueron derribados por ello (Celine, Pound); otros llegaron a reconocer su error, pese a las feroces críticas de sus ex camaradas (Gide, Ridruejo, Vargas Llosa, Koetsler, Semprún, Laín); bastantes murieron sin dar su brazo a torcer (Sartre, Heidegger, Cortázar). La explicación de cómo los tiranos lograron seducir a tantos hombres honestos, cultos e inteligentes (a la vez que a masas de aprovechados sin escrúpulos y de psicópatas fascinados por la dialéctica de los puños y las pistolas) corresponde a los especialistas en filosofía de las ideas políticas y en psico(pato)logía social (el término es de Castilla del Pino).

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De todo esto se podría extraer una conclusión aún más general: cuando uno logra librarse de las anteojeras ideológicas -que reducen las complejidades de la realidad a una película de buenos y malos- suele acabar constatando que no hay bosque tan puro que no incluya algún árbol infecto, ni bosque tan podrido que no contenga ni un solo árbol noble.

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