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La ofensiva terrorista
Columna
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Amenaza cumplida

La plausible presunción -desgraciadamente refutada por los hechos- de que el tranquilizador mensaje sobre la marcha del proceso de final dialogado de la violencia enviado por el presidente del Gobierno el pasado viernes descansaba sobre fuentes de información privilegiadas y seguras sirvió durante pocas horas para contrarrestar los negros augurios de la vuelta de ETA a la vía del crimen: desde el verano, las acciones de la banda terrorista y las declaraciones de los portavoces de su brazo político venían dando sobrados fundamentos racionales a ese temor. Al día siguiente de las palabras de Zapatero, ETA rompía en Barajas el alto el fuego declarado en marzo de 2006, si es que el aquelarre de Atxiluregi, el robo de las 350 pistolas, los estragos de la kale borroka y los amenazadores comunicados no hubiesen acreditado ya suficientemente que la banda terrorista se había levantado de la mesa de negociación.

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Este desenlace dramático pone en cuestión tanto la calidad y fiabilidad de las fuentes como los métodos de análisis de los contenidos que han servido al presidente Zapatero para tomar sus arriesgadas decisiones en materia de terrorismo. El atentado también invita a formular un pesimista diagnóstico sobre la posibilidad de emprender otra vez el camino abierto sin éxito por la resolución aprobada en mayo de 2005 en el Congreso de los Diputados. La brutal respuesta dada en Barajas por los terroristas a la generosa oferta de las Cortes Generales para alcanzar un final dialogado de la violencia pone de manifiesto que las condiciones históricas y políticas no estaban aun maduras; ese objetivo tan sólo podría lograrse en un impreciso futuro si ETA aceptase discutir exclusivamente los términos de su rendición condicional, en lugar de aspirar a obtener en la mesa de negociación -como ha sucedido esta vez- esa victoria pactada que los asesinatos, las extorsiones y los atentados no le habían deparado.

La experiencia de las dos treguas anteriores de ETA permite aventurar que las eventuales ventajas conseguidas por la banda armada durante los nueve meses de 2006 consagrados a tareas de reorganización, avituallamiento e infraestructuras no resistirán a corto o medio plazo la ofensiva de las policías española y francesa y de la Ertzaintza. Los costes para la trama civil del nacionalismo radical que apoya obedientemente a los comandos armados todavía en libertad de ETA también serán muy elevados. Los más de 700 presos que cumplen condena o esperan juicio en España y Francia perderán la esperanza de que las medidas de gracia acorten su estancia en la cárcel. Los dirigentes y cuadros de la disuelta Batasuna verán disiparse igualmente la oportunidad de regresar a los ayuntamientos, las diputaciones forales y los Parlamentos del País Vasco y de Navarra, fuentes no sólo de influencia política sino también de puestos de trabajo remunerado. Y los sectores de la izquierda abertzale partidarios de la táctica del cuanto peor, mejor deberán afrontar las medidas represivas del frustrado Gobierno socialista de forma inmediata y la eventual llegada al poder del PP en el futuro.

Las consecuencias del atentado de Barajas sobre el sistema político español -en vísperas de un agitado año electoral que comenzará con las municipales y autonómicas y concluirá con las legislativas- son de difícil previsión. Sin duda, la imagen de Zapatero ha quedado seriamente dañada por la ruptura de la tregua: la fortuna premia a los audaces pero también castiga a los osados cuando equivocan sus apuestas. A la vez, el atentado de Barajas ha desmentido las falsedades propaladas por los dirigentes populares sobre el imaginario pacto secreto suscrito por Zapatero con ETA como recompensa por la fabulada participación de la banda en el 11-M para que los socialistas llegasen al poder. Ese diabólico convenio conduciría inevitablemente paso a paso a la ruptura de España y a la territorialidad (la anexión al País Vasco de Navarra y de las comarcas ultrapirenaicas francesas), autodeterminación e independencia de Euskal Herria. La realidad de la historia, sin embargo, contradice esa paranoica fantasía: ETA ha pedido como siempre un disparatado precio y ha cumplido -también como siempre- su amenaza de volver al camino del crimen cuando ha comprendido que el Gobierno de Zapatero no accedería nunca a pagárselo.

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