Nuestros nuevos socios
Claudia Domnu brindará esta noche por el Año Nuevo con la alegría de quien ve cumplido un sueño antiguo. Esta noche, ante un plato de sarmale, en el piso que comparte con su marido y dos compatriotas rumanos en Alcalá de Henares (Madrid), Claudia, de 48 años, hará proyectos como ciudadana europea de pleno derecho y enjugará alguna lágrima recordando los duros años pasados. "Por fin entramos en la Unión Europea", se dirá con los ojos brillantes. También alzarán sus copas con la misma ilusión Mirca, camarera rumana en un mesón de Teruel; Vania y Sasho Georgiev, búlgaros trasplantados a Móstoles; Arina Gruia e Ionela Petre, jóvenes empleadas rumanas de Madrid; Iossif Davidov, periodista búlgaro que trabaja en Fuenlabrada; Valentín Nitu, albañil y futbolista afincado en Castellón; Cornel Predoana, rumano con residencia en Madrid; Corina Truta, empleada de hogar, y Elka Petrova, golpeada por las bombas del 11-M a los cuatro días de llegar desde su Bulgaria natal.Ellos, y la mayoría de los 400.000 rumanos y los 98.000 búlgaros empadronados a día de hoy en España, aunque cifras no oficiales hablan de 800.000 y 120.000, respectivamente.
"Rumania no puede llegar más lejos ya. Necesitamos a Europa", dice Arina Gruia
Iossif Davidov, que siguió de cerca el proceso español, espera que Bulgaria tenga el mismo éxito
"No hay palabras para agradecer a España lo que hemos conseguido", dice Claudia Domnu
Los emigrantes aportaron el año pasado a las arcas rumanas 3.000 millones de euros
Sasho pasó un año en Alemania, pero no pudo quedarse. "Alemania está blindada", cuenta
La UE no lo es todo. Tendrán que subir los salarios para que se detenga el éxodo de búlgaros
La incorporación, mañana, de sus países a la Unión Europea representa un paso decisivo en el camino de la normalización democrática y del progreso económico. "Confiamos en que nos vaya tan bien como a España", dice el periodista Davidov.
Con la adhesión de Rumania y Bulgaria, la bandera de la UE arropa finalmente (a falta de cinco de las repúblicas de la antigua Yugoslavia) a todos los países del antiguo bloque comunista europeo. La nueva Unión de 487 millones de habitantes, que alarga su frontera hasta el mar Negro, se prepara para readaptarse, reconocerse en sus nuevas dimensiones y aceptar este nuevo perfil, irregular, de 27 miembros.
El futuro inmediato no será fácil, y los pasos de los nuevos socios estarán estrechamente vigilados por Bruselas, que ha impuesto deberes de reducción de la corrupción y rigor presupuestario a los respectivos Gobiernos. Pero por complicada que sea la tarea, rumanos y búlgaros la viven con la felicidad del náufrago que ha logrado subirse al último bote salvavidas. Atrás quedan los años duros del exilio económico, de la entrada ilegal en la mayoría de los casos, del trabajo diario de sol a sol, del largo proceso hasta abrirse camino en la sociedad española.
Arina Gruia, de 28 años, psicóloga, "una señorita" de Bucarest, hizo la vendimia en La Puebla de Almoradiel (Toledo), en 2002, antes de colocarse como consultora informática en una empresa de Madrid. Sasho Georgiev, de 42 años, tocó la tamburá búlgara en las calles y en el metro de la capital española antes de encontrar empleo en la construcción. Elka Petrova logró en un tiempo récord su permiso de residencia y de trabajo, pero sólo porque un fatídico destino la llevó a subirse a uno de los trenes de la muerte, en Alcalá de Henares, el 11 de marzo de 2004.
Todos llegaron a España por la ruta más común. Entraron como falsos turistas en autobús desde Sofía y Bucarest. Los que tardaron más en salir, lo hicieron con menos riesgo. Bastaba un pasaporte limpio, un billete de regreso, la carta de un familiar y una suma de dinero para entrar en cualquier país del Espacio Schengen. Para Claudia Domnu, que salió de Rumania hace siete años, las cosas fueron un poco más difíciles, pero las circunstancias la echaron literalmente de su casa, en Piatra-Neamt, una pequeña ciudad en la Moldavia rumana, cuando cerró la empresa para la que trabajaba como contable.
Hizo lo mismo que sus amigos estudiantes. Pagar 1.300 dólares y subirse a un autocar. Fue el 26 de octubre de 1999. "El autobús nos dejó en Holanda, pero allí no había nada que hacer. No podíamos quedarnos. Mi primo y yo esperamos en una gasolinera, sin saber adónde ir, hasta que llegó un camión español, y el conductor era rumano". Le pagaron 150 dólares por un viaje a Madrid. Aquí encontró trabajo de inmediato en el servicio doméstico. Enseguida llegó su marido, ingeniero en paro tras el cierre de la empresa de automoción en la que trabajaba.
Claudia no se queja. Al contrario. Ha renovado dos veces su permiso de residencia, que ya es de cinco años. "Estamos muy felices. No tenemos palabras para agradecer a España lo que hemos conseguido". Libertad para moverse, para pedir un préstamo. "Si trabajas puedes pagar una letra", dice en su español todavía inseguro. Aunque, en su caso, la letra es para la casa que se están construyendo en Rumania. En España, su vida es trabajar, de la mañana a la noche, y ahorrar. Aquí gastan lo mínimo. El dinero lo envían a Rumania, que recibe sumas ingentes de sus emigrantes, convertidos en la mayor fuerza industrial del país, con aportaciones que el año pasado fueron de 3.000 millones de euros, el 4% del PIB total.
Claudia no se siente una víctima. Se declara feliz. "Los fines de semana nos visitan compatriotas, o les visitamos nosotros a ellos, y hablamos de nuestras cosas". Por ejemplo, de la entrada en la Unión Europea. "Es muy bueno para nosotros, podrá venir la gente sin miedo a cruzar la frontera. Y además en Europa hay muchos países adonde ir". Aunque ella no piensa moverse, salvo cuando llegue el momento de regresar. "No somos tan jóvenes, no tenemos hijos. Pensamos en volver".
Volver. Ésa parece la prioridad general de la inmensa masa de rumanos dispersa por Europa. "Siempre y cuando no tengan hijos escolarizados", cuenta Miguel Fonda Stefanescu, presidente de la Federación de Asociaciones de Inmigrantes Rumanos (Fedrom), integrada por 21 organizaciones en toda España. Pero incluso en las familias con hijos, la tentación de volver está siempre presente. En casa de Cornel Predoana, de 39 años, padre de dos chicas y de un chico (de 18, 14 y 15 años, respectivamente), la duda entre Rumania y España es constante. Y él, por si acaso, compró un piso en Madrid y se está construyendo una casita en Bals, su pueblo natal, a 200 kilómetros de Bucarest.
El caso de Cornel Predoana es paradigmático. Salió de Rumania en 1997 con un visado para Tailandia. "Por 1.000 dólares me trajeron directamente a Madrid. El autocar era de dos pisos, y venía lleno". Cornel trabajó como un loco en la construcción, tres años sin papeles, sin contrato alguno, y hoy tiene su propia empresa y emplea a tres personas, "todos familiares".
Si quisiera volver a Rumania tendría trabajo seguro, porque ya no se encuentran albañiles, ni fontaneros, ni expertos informáticos. El exilio masivo ha vaciado el país, dejándolo sin mano de obra. Las cosas no son muy diferentes en Bulgaria. "Faltan trabajadores. El Gobierno está contratando a vietnamitas y chinos para cubrir las necesidades", dice Tihomir Nikolov, secretario de Balkan, asociación de inmigrantes búlgaros en España. Nikolov confía en que, con la integración en la UE, muchos búlgaros regresen a su país, cuando la situación mejore y aumenten los salarios. Quizá entonces se lo planteen Sasho y Vania Giorgiev, curtidos ya en las dificultades del exilio. "Estamos muy ilusionados con la incorporación a la UE", dice esta última, nacida hace 43 años en Sliven, pequeña ciudad de la Bulgaria interior.
Sasho empezó su particular carrera de emigrante en Alemania, en 1991. Pero sólo pudo quedarse un año. "Alemania está blindada", cuenta. Al final probó suerte en España. Vino primero en una gira de músicos búlgaros, en 1994. Y aquí se quedó, tocando en la calle. "Un señor de Alicante nos oyó, y nos contrató para el verano. Regresé a Bulgaria y en 2000 volví aquí porque me gustaba la vida en España". Al principio sobrevivió tocando la tamburá en el metro. "Hasta que aprendí algo del idioma. Y entonces trabajé ilegalmente, como chico para todo en una obra de construcción".
Sasho trajo a su familia y logró el permiso de trabajo en la regularización de inmigrantes de 2002. Primero se instaló, con Vania y los dos hijos, en el piso de su cuñado. "Éramos ocho personas. No me gustaba". Pero enseguida se independizaron. Consiguieron una hipoteca y compraron un modesto piso en el barrio madrileño de Vallecas. Sólo que estaba lejos de la escuela y del instituto donde estudiaban el hijo mayor, Giorgi, que ha cumplido ya 20 años, y la pequeña, Boyana, que tiene 13. La solución fue alquilarlo a unos compatriotas, y alquilar a su vez un apartamento en Móstoles. En todos estos años han trabajado sin un momento de nostalgia, sin plantearse siquiera si el esfuerzo valía la pena. "Tenemos tanto que hacer, aprender el idioma, trabajar, que no nos queda tiempo de estar tristes", dice Vania con una sonrisa. Del techo del salón cuelgan algunas guirnaldas navideñas. La televisión está encendida, y emite una película francesa con subtítulos en búlgaro. Las letras del alfabeto cirílico son la única seña de identidad nacional en el domicilio de los Giorgiev.
"Es que somos muy parecidos búlgaros y españoles", dice Sasho. "En Alemania no hubiera aguantado. Eso lo digo fijo". Pero no todo son buenas palabras. Giorgi, el hijo mayor, dice sin paños calientes que su experiencia en España "ha sido muy negativa". Se refiere a los años de instituto en Madrid. "Cuando llegué no sabía una palabra de español, en la escuela no sabía a qué habitación ir". Hoy trabaja en una empresa de montaje y distribución de muebles de oficina. "Me siento búlgaro y volvería a Bulgaria si la situación mejorara", añade. Pero la situación, le interrumpe su madre, no mejora. "Mi mejor amiga es profesora en Bulgaria, y gana el equivalente a 150 euros. Así no se puede vivir". En cambio, en España reciben sueldos más o menos dignos. Incluso el subsidio de desempleo que cobra Sasho en estos momentos es una fortuna comparado con los sueldos búlgaros.
Por eso la entrada en la UE no lo es todo.Habrá que esperar a que los salarios suban en Bulgaria, para que los búlgaros no sigan abandonando su país. Por eso, sindicatos y empresarios españoles han pedido (y obtenido) del Gobierno una moratoria de dos años antes de abrir el mercado laboral a los dos nuevos miembros de la UE. "Es la misma medida que se adoptó a raíz de la entrada de Polonia, en 2004. Lo que se pretende es evitar que se descompensen los mercados de trabajo en Rumania y Bulgaria y en España, y para lograr una equiparación de la situación en esos países", explica Almudena Fontecha, secretaria de igualdad de UGT. Pero el sindicato ha recibido muchas críticas por defender la moratoria. "Nos han malinterpretado porque, a fin de cuentas, lo que nos preocupa es que el trabajador inmigrante tenga unos derechos. Con esta moratoria, rumanos y búlgaros podrán circular libremente, pero para trabajar en España tendrán que pedir una autorización, es decir, tendrán que tener un contrato de trabajo".
"¿Y como van a regular en dos años lo que no han regulado en siete?", se pregunta Arina Gruia, rumana, de 28 años, instalada legalmente desde 2005 en Madrid. UGT no tiene una respuesta clara, pero Fontecha recuerda que el verdadero efecto llamada es el de la economía sumergida. "Los rumanos y búlgaros vienen clandestinamente a España no porque los contingentes autorizados sean pequeños, porque casi ningún año se cubren, sino por el reclamo que ejerce el mercado negro. Saben que vengan como vengan van a encontrar trabajo".
Un trabajo precario quizá, abusivo, mal pagado. "¿Por qué es España el país de la UE con más servicio doméstico?", se pregunta esta sindicalista. La respuesta está en la gigantesca oferta de mano de obra que hay en nuestro país sin demasiadas exigencias ni papeles. "Lo que pedimos es un mercado de trabajo regulado, ordenado, legal, al que estos trabajadores puedan incorporarse con todos los derechos", remata Fontecha.
Arina Gruia no parece convencida. La medida aplaza en cierto modo la realización del sueño europeo para rumanos y búlgaros, piensa. Aunque a ella no le afecta. Su futuro está en España. De momento. Se acaba de matricular en la Complutense para hacer un máster en recursos humanos. ¿Brindará esta noche, cuando Rumania, como una nueva Cenicienta, entre en palacio al fin? Arina da un sorbo a su té y ataca con timidez el pedazo de la tarta sacher que ha pedido antes de responder que sí. "La entrada en la UE va a ser muy buena. Va a subir el nivel de vida, las cosas van a mejorar; de hecho, ya han mejorado. Vamos a pasar a ser un país consumidor. Además, Rumania no puede llegar por sí sola más lejos de lo que ya ha llegado. Necesitamos a Europa". Eso sí, advierte, "lo primero de todo será acabar con la corrupción".
Corina Truta, de 27 años, llegada de Bucarest en 1999, está de acuerdo y precisa que ese cáncer se da a todos los niveles, no sólo el político. Corina trabaja como empleada doméstica, tiene un novio español y está totalmente integrada. A su compatriota Valentín Nitu, de la misma edad, le cuesta, en cambio, encontrar las palabras. Nitu, topógrafo de profesión, lleva cuatro años en Castellón, trabajando en la construcción. "Pero ya tengo la segunda tarjeta de residencia. Ésta es por dos años", dice. En Castellón se encuentra bien. "Y puedo jugar al fútbol". Primero jugaba en el equipo rumano local, ahora juega en el Vinaroz, "que está en preferente", dice con orgullo. Todos los años vuelve a casa, pero sólo de vacaciones. Ahora que se abren las puertas del club europeo, " salir no costará nada; se acabaron las dificultades en las fronteras", dice.
Claro que la apertura será en ambos sentidos. Y eso es algo que inquieta un poco a Elka Petrova, búlgara, de 52 años. "Me da miedo por la naturaleza tan limpia que tenemos en mi país", dice insegura Petrova, que ha venido a la iglesia ortodoxa griega de Madrid, como todos los domingos, a encender una vela. "No sé si creo en algo, pero me gusta hacerlo". Petrova saluda a otras mujeres en la fila. Esta noche festejará el año viejo con unos familiares, en Toledo. Elka perdió el tímpano del oído izquierdo en la masacre del 11-M. Pero recibió, a cambio, un montón de solidaridad y ayudas. "Del Ayuntamiento de Madrid, de la Embajada búlgara, de la asociación Balkan, de la de Víctimas del 11-M". Petrova compra en la entrada de la iglesia un ejemplar del periódico de la inmigración búlgara en España, Hoba Dyma (Nueva Palabra). "El título es un homenaje a un diario del siglo XIX que se llamaba La Palabra de los Inmigrantes Búlgaros", explica Iossif Davidov, relaciones públicas del diario, que vende unos 10.000 ejemplares en toda España. En la misma redacción, ubicada en la localidad madrileña de Fuenlabrada, se edita también el diario de los emigrantes rumanos en España, Noi in Spania, que tira 40.000 ejemplares.
Davidov fue corresponsal de la agencia de noticias búlgara en nuestro país, en los años ochenta, y recuerda perfectamente el proceso de adhesión de España y Portugal. "Entonces las cosas eran más complicadas. Ahora la UE tiene mucho rodaje en esto de la incorporación de nuevos miembros. Nosotros esperamos que nos vaya en este proceso tan bien como a España".
También Horia Barna, director del nuevo Instituto Cultural de Rumania, inaugurado a primeros de diciembre en Madrid, sueña con un progreso a la española para su país. "¿Por qué no?", se pregunta. "Rumanos y españoles somos muy parecidos. Los rumanos nos sentimos aquí como en casa, nos resulta fácil el idioma, entendemos las costumbres". La familiaridad es idéntica con muchos países de la UE. Por eso, entrar en Europa "es algo así como el regreso a casa".
Medio millón de nuevos votantes, un gigantesco 'caramelo' para los partidos
LOS PARTIDOS POLÍTICOS han tomado ya buena nota de lo que representa en cifras absolutas y relativas el colectivo rumano y, en menor medida, el búlgaro en España. Sólo en la Comunidad de Madrid viven 150.000 rumanos, al menos un tercio de los empadronados en nuestro país. Quizá por eso, Bartolomé González, alcalde popular de Alcalá de Henares -con 15.000 rumanos, uno de los municipios con mayor proporción de inmigrantes de esta nacionalidad, junto a Castellón-, gastó 60.000 euros para celebrar la fiesta nacional de Rumania, a principios de este mes. Un gasto que fue muy criticado por los socialistas, aunque, obviamente, el PSOE no está dispuesto a renunciar a esta considerable clientela política.
La presidenta de Madrid, Esperanza Aguirre, ha apoyado con entusiasmo la construcción de una iglesia ortodoxa para este colectivo, que se edificará en Alcalá, y no desaprovecha la ocasión de presidir congresos o actos públicos ligados a la comunidad rumana.
En Castellón se abre paso la posibilidad de que un nuevo grupo (el Partido Independiente Rumano) juegue alguna baza en las elecciones locales, pero las asociaciones de inmigrantes no acaban de verlo con simpatía. En menor proporción, el colectivo búlgaro representa también un bocado para los políticos en busca de votos. A partir de mañana, rumanos y búlgaros tendrán derecho, en tanto que ciudadanos de la UE, a votar en las elecciones municipales. Claudia Domnu, por ejemplo, asegura encantada: "Todo el mundo va a votar". Pero no está claro cuántos de sus compatriotas lo harán finalmente. "Los búlgaros somos muy activos políticamente", asegura por su parte Tihomir Nikolov, que llegó a España en 1992 y está perfectamente instalado. En su calidad de secretario de la asociación Balkan, sabe lo que piensan muchos de sus compatriotas. Por eso cree que el voto búlgaro va a contar. "En Gandía, por ejemplo, hay una comunidad de 8.000 búlgaros que puede ser decisiva. También en Mejorada del Campo o Villalba, el voto búlgaro puede ser importante".
Nadie sabe si la entrada de Bulgaria en la UE provocará un éxodo aún más masivo del que se ha producido hasta el momento. Tihomir no lo ve fácil. "Bulgaria ha reforzado muchísimo sus fronteras, ahora es más difícil atravesarlas que antes".
Entre la simpatía y la suspicacia
EL EUROBARÓMETRO DE JULIO de este año revela que los españoles son, junto con los griegos, los europeos del grupo de Los Quince más favorables a la entrada de Rumania y Bulgaria en la UE. Un 55% está de acuerdo con esta ampliación, mientras que entre alemanes, franceses e ingleses, este porcentaje oscila entre el 34% y el 44%.
Un reciente sondeo del Real Instituto Elcano constata que el 60% de los españoles está de acuerdo en que se imponga una moratoria de dos años al libre acceso de estos europeos a nuestro mercado laboral. Son datos que reflejan una actitud ponderada y, sin embargo, algunos de los entrevistados para este reportaje detectan rechazo social por culpa de su nacionalidad. Un sentimiento que coincide con algunos de los sondeos manejados por UGT, en los que los hijos de los inmigrantes denuncian mayor hostilidad por parte de la sociedad de acogida que la encontrada por sus padres.
¿Tiene que ver en ello, como dice Arina Gruia, la profusión de noticias que hablan de bandas organizadas de rumanos y búlgaros que operan en nuestro país? Miguel Fonda, presidente de Fedrom, cree que hay que distinguir entre inmigrantes y delincuentes. "He visitado hace poco una cárcel, y los rumanos que había dentro no tienen el perfil del inmigrante". Eso sí, señala que hay un problema con los gitanos rumanos, que en tiempos del régimen comunista ni siquiera eran censados, y son difíciles de controlar. Tahomir Nikolov, secretario de Balkan, cree que la UE tendría que hacer un esfuerzo mayor para lograr la integración de estos niños gitanos.
En cuanto a los estereotipos que pesan sobre los búlgaros, cree que algunos tienen una base cierta. Nikolov admite que la descomposición del régimen comunista, el desmantelamiento de parte del ejército y de la policía han empujado a algunos de sus miembros a crear bandas organizadas. Una fuente de la policía española señala que la delincuencia búlgara "está especializada en el robo de vehículos de alta gama y en el tráfico de drogas. La delincuencia organizada rumana utiliza la inmigración clandestina para la explotación sexual y laboral. Se dedican a la clonación de tarjetas, hurtos en la calle y explotación de menores".
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