¿Arquitectura justa?
Barcelona y L'Hospitalet estrenarán pronto una Ciudad de la Justicia construida según el proyecto del arquitecto británico David Chipperfield en colaboración con el estudio barcelonés b720. La coincidencia ha hecho que esta ciudad se realice casi al mismo tiempo que la de Madrid, cuyo plan ha sido desarrollado por los arquitectos Javier Frechilla y José Manuel López Peláez. Así las arquitecturas de ambas ciudades saltan de nuevo juntas a escena prestándose a compararlas.
Comparar arquitectura, como podríamos hacerlo con la literatura o la pintura. Comparamos para poder decir de ambas Ciudades Judiciales cosas que no podríamos decir de ellas por separado. Comparar con la clara idea de que es el azar lo que nos lleva a hacerlo y por el simple gusto de hablar de dos cosas a la vez. El mismo azar que también hizo que los jurados de los concursos que activaron estos dos procesos se decantaran, sin saberlo, por dos propuestas que harían inevitable esta comparación. Es también el azar el que ha hecho que las dos ciudades comparadas por excelencia, Madrid y Barcelona, movidas por una razón similar, decidieran centralizar su justicia en un único complejo. Una metáfora de los tiempos en los que vivimos, que hace que quizá cuando la justicia es más frágil en la ciudad real, ésta se dota de una idílica Ciudad de la Justicia, en la que uno de los objetivos del programa de ambos complejos es que no se crucen nunca los que no deben cruzarse: los agresores y las víctimas. Así resulta que en ambos proyectos tiene una importancia especial el cuidado de los tránsitos de los que allí son convocados.
El resultado es en cualquier caso interesante, ya que la arquitectura ha podido interpretar de forma distinta dos requerimientos similares, dando lugar a dos soluciones que hacen aún más fructífera la comparación. Obviamente, ambas ciudades han interpretado el término Ciudad de la Justicia de forma análoga, esto es, descomponiendo en distintos edificios las actividades y componiendo con ellos la representación de una ciudad, usando la dispersión y el desorden como argumentos. Esto, que tal vez es atractivo para ordenar los muebles de una sala de estar, tratándose de una ciudad, se echa en falta la jerarquía que le hubiera otorgado una plaza.
Sin embargo, las dos ensoñaciones urbanas ideales son radicalmente distintas. Así, mientras que Barcelona interpreta su ciudad con volúmenes prismáticos, diferentes, de planta rectangular y dispuestos de forma antojadiza, pero encorsetados por fachadas iguales, Madrid se decanta por la circunferencia para trazar los perímetros de todos sus edificios. El resultado es una volumetría cilíndrica y no prismática para sus edificios.
Decimos su perímetro porque, según se desprende del proyecto para Madrid, dentro de estos cilindros pueden darse distintas soluciones, no sólo geometrías concéntricas, sino también las que dispongan patios cuadrados o rectangulares en su interior. Cualquier organización queda contenida por los grandes tambores de sus volúmenes. Mientras que en Madrid es el volumen el que ordena la composición y el programa de cada edificio, en Barcelona es la fachada troquelada, realizada de modo que ventanas y pilares se equilibran. Diríamos que en la de Barcelona se pone el énfasis en garantizar el aspecto de las fachadas, mientras que Madrid prefiere garantizar el parecido de los volúmenes. De hecho, mientras que en la Ciudad de la Justicia de Barcelona, la mano de los edificios es una, la de D. Chipperfield, en la de Madrid estaba previsto que fueran varias, pero dirigidas por el plan de J. Frechilla y J. M. López-Peláez. Aunque esto parece haber tomado otro rumbo últimamente y la Comunidad de Madrid, tal vez víctima de la comparación, ha decidido adjudicar los principales edificios a otro británico, Norman Foster, pero sin concurso.
Entre las dos surge una última inevitable mirada, esta vez sobre el espacio resultante, es decir, sobre lo que será su aspecto o, mejor aún, la experiencia de quienes transiten entre los edificios. La de Madrid apuesta por un espacio jardín y, en consecuencia, por la ausencia de esquinas para procurar la mayor continuidad y fluidez del espacio libre, será pues un jardín de la justicia. La de Barcelona, por el contrario, dejará que su espacio libre quede determinado por las esquinas de sus edificios, pero sólo aparentemente, porque en la práctica los edificios quedan unidos mediante un hall irregular de cuatro plantas, haciendo que la circulación entre ellos se asemeje más a la experiencia que se tiene en un museo o en un centro comercial. Cosas ambas que casan mal con la justicia.
Xavier Monteys es arquitecto.
Babelia
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