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Columna
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La sangre y la tierra

Josep Ramoneda

El año que termina ha estado dominado políticamente por una obsesión: la cuestión territorial. En tiempos en que los problemas son globales, en la agenda de nuestros gobernantes se han impuesto las cuestiones locales. Una vez más se ha demostrado que el territorio es la fuente de todas las neurosis cuando la política razona todavía en términos de Estado-nación. Y en política, como en la vida, las neurosis mueven el mundo.

El Gobierno catalán imaginó el nuevo Estatut como factor de cohesión y éste acabó arrastrándole al precipicio. Y no sólo a él. El Gobierno español sufrió el desgaste de un tema que dominó toda la primera mitad del año y que dio cuerda a la oposición para sobrevivir en plena travesía del desierto. Todas las demás decisiones que tomó el tripartito quedaron a beneficio de inventario. Algunas de ellas reflotan ahora con el "tripartito dos" que ha encontrado su fuerza principal en enviar a la cuestión territorial de vacaciones, para reponer fuerzas después del estresante debate que acabó con un descolorido referéndum. Tantas eran las ganas de olvidar aquellas histéricas semanas en que el tripartito iba de crisis en crisis y no se sabía de dónde saldrían las fuerzas electorales para salvar al sí, que sólo han pasado seis meses y parece que hayan pasado años. Es una manera muy catalana de enterrar los malos momentos. Lo mismo ocurrió con otro fiasco nacional, el Fórum 2004. En Cataluña, ya nadie se acuerda de que existió.

El presidente Zapatero vio una oportunidad para el fin de la violencia en Euskadi y se metió a fondo por esta vía. Nada que objetar. Es exigible a nuestros gobernantes que aprovechen cualquier brecha que se abra para acabar con esta penúltima herencia del franquismo. Pero el presidente Zapatero se ha encontrado atrapado por el poder de arrastre de la tierra y la sangre. Y el proceso de fin de la violencia se ha apoderado de la escena, ocultando de modo creciente todo lo demás. Ni siquiera un tema sensible como la inmigración consigue hacerse un hueco en la agenda. La propia oposición que había pensado hacer de la inmigración y de la seguridad -dos de los temas preferidos para la demagogia de la derecha- las cuestiones estelares de la última fase de la legislatura, se está quedando colgada de la cuestión vasca. El fin de la violencia tiene tanta fuerza obsesiva que acaba dominándolo todo. Lo cual no deja de ser peligroso porque a fin de cuentas es una traslación de la lógica de los terroristas -la violencia es la que manda- a la lógica de los demócratas. Y porque coloca a la política española pendiente de un anacronismo.

¿Por qué tal obsesión? Porque esta violencia va ligada al territorio. La sangre se mezcla con la tierra, lo más atávico que llevamos puesto. El territorio, a pesar del creciente reconocimiento del factor humano -de la ciudadanía-, sigue siendo fuente y emblema de poder. El tamaño sigue contando en el mundo por más instrumentos virtuales de que se disponga. Pero, al mismo tiempo, el territorio, en una especie como la nuestra más familiarizada en pasar hambre que en vivir en la abundancia, sigue representando la comida, la posibilidad de ser autónomo. Por esta razón, los sistemas electorales siguen privilegiando el campo sobre la ciudad, el territorio sobre los hombres. Todos estos factores siguen pesando en el imaginario del hombre moderno, por mucho que parezca que vive en una red de significación universal. Y los gobernantes explotan, más que nadie, esta simbología profundamente arraigada.

Repartir el territorio es algo más que repartir el poder. Es difícil secularizar estos debates. Por mucho que el mundo esté globalizado la experiencia de los ciudadanos sigue siendo primordialmente local y nacional. El argumento preferido de la oposición es la ruptura de España. Es la manera de ahondar en la obsesión. El Gobierno está preso de ella, a pesar de las muchas cosas que ha hecho en dos años. Hasta el punto de que la obsesión marcará, probablemente de modo injusto, el balance final de la legislatura. ¿Podía haberse hecho de otra manera o es éste el precio del fin de la violencia?

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