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Columna
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Las leyes del espacio exterior

A menos de cincuenta pasos de la entrada al Museo de Bellas Artes de Bilbao se ha instalado recientemente una escultura de Pablo Palazuelo (Madrid, 1915). Se trata de una pieza de acero corten, que lleva por título Umbral 3, realizada en 1985. No hay más que acercarse a la escultura para darse cuenta de que su emplazamiento no es el adecuado. La obra queda perdida frente al trajín de los transeúntes -cuya mirada se torna forzosamente resbaladiza, rápida, superficial- y el tráfago automovilístico. El espacio exterior posee unas leyes determinadas. Siempre las ha tenido. La escultura de Palazuelo no cumple las leyes debidas. No ha sido pensada para dar gusto a la contemplación de las miradas aprisadas de los transeúntes en el espacio circundante, sino para el análisis reflexivo que ofrece el juego de pliegues y repliegues de líneas y contornos geométricos inherentes en la creación de la obra descrita.

No siempre la belleza puede estar en todas partes, sin distinción de espacio, lugar y tiempo

Digámoslo de otro modo: lo que parece imposible de percibir en esa obra, su real valoración, desde el deambular de la calle, contemplada esa misma escultura en su lugar natural, o sea en el interior del propio museo, pongamos por caso, permitiría captar los múltiples registros que en ella habitan. Y así, observaríamos cómo la escultura contiene un sucinto repertorio de planos que son límite y, al mismo tiempo, conformadores de juegos interiores. A esto se añade la presencia de unos pequeños huecos curvos que sirven como nexos entre planos. Son algo así como las sutiles pautas vacías por donde respira la opaca pesantez de las planchas. Nada de esto puede apreciarse ubicada la escultura, como está, en medio del césped, que hasta parece prohibido pisarlo. Es una lástima la dificultad que supone poder acceder con íntima naturalidad a esta obra y, por extensión, al pensamiento de su autor. No todos saben cuál es su trayectoria vital como artista. Tal vez convenía advertir cómo cada una de las líneas trazadas en sus creaciones lleva en su interior una potencia que busca acariciar el espacio, modulándolo, palpándolo. Lo que para el profano no son más que líneas, todas ellas frías en apariencia, para el artista esa suma de líneas se convierte en un lenguaje de universos espaciales.

Para mayor comprensión del quehacer de este artista -desde muy joven adepto a la mística oriental y a la simbología cabalística-, conviene señalar que, pese a que las líneas son movidas por actos intelectivos, el conjunto de movimientos creacionales depara en su totalidad un componente de sentimientos poéticos. Donde acaba la reflexión empieza el sentimiento. Claro que, si invirtiéramos los términos, acabaríamos dando por bueno el decir de Locke cuando aseguraba: "No hay nada en el entendimiento que no haya estado en la sensación".

El emplazamiento erróneo de esta escultura tal vez nos lleva a comprender que no siempre la belleza puede estar en todas partes, sin distinción de espacio, lugar y tiempo. En ocasiones, en nombre de la belleza se realizan sonados desatinos. Incluso, a veces, gente con una acreditada dedicación suele ignorar lo mejor de ella. Nada más oportuno para terminar que aquella rotunda expresión de quien fuera el máximo escultor de los últimos cien años, tal el rumano Constantin Brancusi: "La belleza es equidad absoluta". Tan es verdad como que el río en su origen no es más que una minúscula veta de agua. Lo pequeño inexorablemente conduce a lo grande.

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