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Reportaje:Los nuevos países de la UE

Sobrevivir a Ceausescu en Rumania

La dictadura comunista que arruinó el país, institucionalizó la corrupción y destruyó barrios históricos de Bucarest sigue siendo un lastre en la política y en la vida de los rumanos

Guillermo Altares

El Palacio del Parlamento de Bucarest y los edificios aledaños son algo más que un monumento al mal gusto. Para la construcción de La Casa Poporului (Casa del Pueblo), el segundo edificio público más grande del mundo después del Pentágono, Nicolae Ceausescu arrasó barrios históricos y desplazó a miles de personas. Para los rumanos, es el recuerdo vivo de los horrores de la dictadura comunista, cuya herencia ha sido, y sigue siendo, un lastre para el desarrollo del país, que entrará en la UE el 1 de enero.

"Es un milagro que los que hemos conseguido sobrevivir a ese periodo no estemos locos", asegura la escritora Silvia Kerim, que ha relatado en su libro Parfumeria la destrucción de Bucarest. La conversación tiene lugar en una bella casa de una planta del siglo XIX cargada con los recuerdos de toda una vida y que escapó por poco a las excavadoras. "Vi el desastre. Cada día que iba al trabajo, veía cómo había desaparecido una casa, a veces una calle".

Una palabra que define el destrozo es ceaushima, mezcla entre Hiroshima y Ceausescu
"Incluso los jóvenes que no lo vivieron han sido contaminados por sus padres", dice Kerim

Desde la omnipresencia de la corrupción (uno de los campos en los que la Comisión Europea le ha exigido mayores esfuerzos) hasta la economía (el dictador dejó a Rumania sumida en la más absoluta pobreza), pasando por una desconfianza crónica hacia el Estado, la herencia de la dictadura es una losa tan complicada como la propia gestión de la Casa del Pueblo.

"Una palabra que puede definir el destrozo es ceaushima, una mezcla entre Hiroshima y Ceausescu", explica Stelian Tanase, periodista, presentador televisivo y escritor. "Es difícil imaginar la pesadilla de vivir con ese monstruo en la ciudad, que ha quedado destruida para siempre. Bucarest era una urbe de edificios pequeños, con jardines y viñedos, como un pueblo grande en el que se mezclan Oriente y Occidente, Estambul y París. Ese edificio nace de la mezcla de campesino analfabeto y Stalin. El palacio es un templo al tirano. Y además arruinó al país. ¿Dónde están los hospitales, las escuelas, las autopistas...? Todo se metió en ese edificio horrendo", dice Tanase.

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"Rumania ha sido un país muy aislado y las consecuencias de este aislamiento era que lo desconocíamos casi todo de la UE o la OTAN o de la economía de mercado", explica la escritora Gabriela Adasmesteaunu, que acaba de publicar en Francia su novela Una mañana perdida, en la que sigue la historia rumana del siglo XX. "Los únicos que sabían algo de todo esto, porque podían viajar al extranjero, eran los miembros de las estructuras del partido y de la policía y por eso se convirtieron en los grandes capitalistas", agrega.

En los años treinta, Bucarest era conocida como París del Danubio y bullía como una de las ciudades más cultas de Europa, con nombres como Mircea Eliade, Emil Cioran, Eugene Ionesco o Mihail Sebastian. En una guía turística de 1934, pueden encontrarse los anuncios de las Galeries Lafayette y las direcciones de 18 teatros y 50 cines. Impulsada por el petróleo, las materias primas y la agricultura, la economía rumana funcionaba a toda máquina. Pero casi cinco décadas de dictaduras estalinistas arruinaron el país. Ahora, con 22 millones de habitantes, de los que dos viven en la capital, los salarios rumanos representan sólo el 16% de la media comunitaria, mientras que el PIB representa el 32% de los Veinticinco, aunque el país vive crecimientos del 7%. Pese a que en su camino hacia la UE han hecho esfuerzos enormes, y que el Gobierno ha puesto en marcha un plan que afecta a todos los aspectos de la vida pública, Transparencia Internacional sigue considerando a Rumania el segundo país con mayor percepción de la corrupción de Europa, tras Albania.

Junto a Bulgaria, perdió el tren de la gran ampliación de 2004, en la que entraron 10 países, ocho de ellos antiguos miembros del bloque soviético, mucho más avanzados que Rumania. Los cambios son profundos y numerosos -empezando porque la residencia de Ceausescu en Bucarest es ahora la sede la OTAN- y el desarrollo urbano vertiginoso, pero la huella del pasado es enorme.

"La gente no puede imaginarse lo que era esto. Nadie se fiaba de nadie. Era una sociedad corrompida por un cáncer", explica Joaquín Garrigós, director del Instituto Cervantes y traductor al castellano de la gran literatura rumana. "Varias generaciones están profundamente marcadas por haber vivido durante años en un ambiente de lucha constante por la existencia", dice Garrigós. Los años ochenta fueron especialmente duros cuando Ceausescu, que logró ganarse las simpatías de Occidente al salirse de la disciplina del Pacto de Varsovia tras condenar la invasión soviética de Checoslovaquia en 1968 (Rumania tenía el rango de nación más favorecida por EE UU), tras visitar China y Corea del Norte, decidió llevar a cabo su propia revolución cultural, lo que convirtió a este régimen en el más duro de la Europa Oriental, junto a Albania. Fue entonces cuando comenzó a destruir Bucarest y arrasar los pueblos húngaros de Transilvania (un proyecto que no pudo acabar al ser depuesto y fusilado junto a su mujer Elena en las navidades de 1989). Para pagar la deuda externa, sometió a su pueblo a una pobreza atroz: la electricidad, la calefacción, por no hablar del racionamiento de la comida y, por supuesto, de la terrorífica omnipresencia de la policía política, la Securitate.

"Corrías el riesgo de ir a la cárcel sólo por tener contactos son extranjeros", relata Silvia Kerim, mientras desde su ventana se contempla una calle de casas bajas, que logró sobrevivir al ceaushima pero que está ahora sucumbiendo a la especulación inmobiliaria. La escritora recuerda cómo ponían almohadas encima de los teléfonos, para amortiguar los micrófonos, el miedo constante a ser delatados y asegura que la construcción de bloques socialistas se debe a que era más fácil espiar en ellos a la gente. "Gran parte del comportamiento de la sociedad actual se explica por el pasado, porque incluso los jóvenes que no lo vivieron han sido contaminados por sus padres. Ni siquiera ahora me puedo creer que haya escapado al terror de toda aquella época".

Nicolae Ceausescu en Bucarest en 1979.
Nicolae Ceausescu en Bucarest en 1979.MARISA FLÓREZ

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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