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¿Misión imposible para Alemania?

Europa necesita un nuevo argumento. ¿Puede Alemania convertirse en el guionista de una Europa que tenga el mismo éxito en el siglo XXI que en la segunda mitad del XX, desde la firma del Tratado de Roma en 1957? Un observador que viniera de Marte se frotaría los ojos de incredulidad al observar todo lo conseguido desde 1957: los mejores 50 años de Europa en sus 2.500 años de existencia.

En un momento en el que el populismo antieuropeo está creciendo, en que una derecha euroescéptica se alía con la izquierda contraria a Bruselas para decir no a la Constitución Europea en Francia y Holanda y en que una mayoría se opone en Suecia al euro, sería bueno reafirmar los grandes logros de Europa.

El Viejo Continente tiene velocidades y ritmos propios, mucho más lentos de lo que sus hiperactivos dirigentes piensan. Seis meses no son nada para el reloj europeo, y habrán acabado antes de que nos queramos dar cuenta.

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Lo que Alemania puede hacer es señalar el camino con una honradez, una discreción y un realismo inexistentes en lo que va de siglo. Es absolutamente primordial hacer progresos en materia energética. A todos los europeos les interesan dos cosas: abordar el calentamiento global y proporcionar seguridad económica garantizando el suministro energético.

Puede que para lograr ese objetivo sea preciso establecer con Rusia una línea política más clara de la que Berlín, por naturaleza y por tradición, ha estado acostumbrado a mantener. La nueva potencia rusa, que podría denominarse Kremprom, después de la fusión del poder político y la fuerza económica del Kremlin y Gazprom, se sirve de dinero y contratos, no de ideología y partidos comunistas, para consolidar su influencia en Europa Occidental y, utilizando la táctica de divide y vencerás, pretende llegar a acuerdos bilaterales con Berlín, París o Londres, en lugar de mantener una relación multilateral con la Unión Europea.

Pero de nada sirve quejarse de que en Rusia la energía está controlada políticamente si Europa se niega a dotar de transparencia o a liberalizar sus mercados energéticos, enormemente secretistas y protegidos por los Estados. Además, dado que la energía nuclear es el único medio seguro de producir electricidad en grandes cantidades, evitando al mismo tiempo tanto la emisión de CO2 como la dependencia respecto a los suministros de Estados autoritarios, es curioso que en el ánimo de la nación de ciencia más orgullosa de Europa siga pesando el miedo a la energía nuclear.

En consecuencia, sólo con que Alemania pudiera hacer que Europa avanzara en materia energética, sus seis meses de presidencia tendrían un gran peso histórico. Las políticas nacionales de los países europeos también influirán en la presidencia alemana durante la primera mitad de 2007. Francia debe elegir primero al presidente de la República y después un nuevo Parlamento, otro jefe de Gobierno y un nuevo Ejecutivo durante los meses de abril, mayo e incluso julio. Por lo tanto, Merkel carecerá de un socio clave durante la presidencia alemana. Esto puede ser una ventaja, porque a los otros países de la UE siempre les ha molestado que el eje franco-alemán decida por ellos el futuro de Europa. Desde Berlín, Merkel debe mirar hacia el Este, el Sur y el Norte, y también hacia el otro lado del Rin y del Canal de la Mancha.

Para el Reino Unido, la transición de Tony Blair a Gordon Brown es algo así como el paso del elegante Willy Brandt al firme Helmut Schmidt. De manera que Alemania debe dirigir Europa sin saber a ciencia cierta cuáles serán las principales personalidades y prioridades de París y Londres en la segunda mitad de 2007.

Alemania debe evitar también caer en la tentación de considerar que la Constitución Europea es como Lázaro, y que se le puede pedir que vuelva a la vida. Esto es difícil de aceptar para europeístas como yo que defendieron con energía la aprobación de ese texto. También para los países que lo ratificaron. Europa tomó un camino equivocado cuando tantas naciones decidieron someter el futuro de la UE a las pasiones populistas de la política plebiscitaria. Nicolas Sarkozy tiene razón al señalar que cualquier tratado futuro debería ratificarse en los parlamentos y no en las urnas.

Pero los socialistas franceses, al igual que los conservadores británicos, han prometido a sus votantes que someterán a referéndum cualquier nuevo texto. Negociar uno nuevo será una pesadilla. Algunos querrán incluir nuevas cláusulas sociales para que Europa vuelva a la economía estancada de los últimos años. Otros querrán poner más obstáculos a la entrada de Turquía en la UE. Los habrá que defenderán la referencia al cristianismo. Si se abre la caja de Pandora con un nuevo proceso de negociación del Tratado, todas las capitales europeas pensarán que se pueden salir con la suya.

De manera que Alemania debe ser como el niño del cuento infantil y proclamar con educación, pero con firmeza, que, en realidad, el emperador constitucional está desnudo. Es triste decirlo pero hay que comprender que hasta que el proceso decisorio no abandone los plebiscitos para residir en los parlamentos será prácticamente imposible dar grandes pasos en el camino de la construcción europea. Soñemos con Europa, pero primero sentemos, ladrillo a ladrillo, unos buenos cimientos. La entrada de Croacia en la Unión Europea permitirá la introducción de enmiendas que pueden colmar las ambiciones de quienes pretenden poner fin a las presidencias de seis meses o instituir un ministerio europeo de Asuntos Exteriores.

Europa necesita más acción y menos palabrería. La presidencia alemana debería tener más prosa que poesía. Para escribir la historia de una nueva Europa hay que comenzar por redactar bien las primeras páginas, sin esperar terminar toda la epopeya en 180 días. Alemania puede ofrecernos una nueva forma de construir Europa, en la que otros podrán apoyarse.

Denis MacShane es parlamentario laborista británico y fue ministro para Europa hasta 2005.

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