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Mefisto y los arquitectos

Rafael Argullol

Estos días se ha comentado mucho el proyecto Gazprom City, un complejo arquitectónico culminado por un rascacielos de 320 metros que deberá edificarse junto al río Neva, en San Petersburgo. Los comentarios han sido de índole estética, aunque no han faltado tampoco los que aludían a las circunstancias políticas y económicas. En contra del proyecto se han manifestado algunas de las principales instituciones culturales petersburguesas y muchos ciudadanos, algunos de los cuales han protestado con pancartas: "Un rascacielos para cada imbécil" o "una torre para cada idiota".

El motivo esencial de la protesta es la destrucción del perfil histórico de San Petersburgo en el caso de que se erija Gazprom City, al menos en el proyecto actual. Quien conozca San Petersburgo tenderá a creer, desde luego, que un rascacielos de 320 metros en pleno centro puede ser un atentado definitivo a la armonía de la ciudad. Pero en la polémica se mezclan otras razones. El historiador Daniel Kotsiubinsky ha resumido algunas de ellas con la afirmación de que, con el nuevo conjunto arquitectónico, Putin construirá su pirámide de Keops.

Al parecer, Vladímir Putin, petersburgués de origen, está trasladando muchas sedes de empresas a su ciudad natal. Naturalmente la joya de la corona no es otra que Gazprom, el imponente monopolio de la energía sobre el que cabalga el nuevo poder ruso. Trasladando la sede de Gazprom desde Omsk, en la lejana Siberia, a San Petersburgo Putin estaría realizando una jugada con múltiples connotaciones simbólicas. Además de construir su "pirámide de Keops" edificaría el icono del nuevo poder para advertencia de propios y extraños, es decir, de sus conciudadanos y de los ciudadanos de los países europeos dependientes, como es sabido, de la energía que Gazprom puede proporcionar o negar en el inmediato futuro. La "mazorca de maíz" y el "falo camaleón", como los petersburgueses, con sorna, denominan al rascacielos proyectado, es, además, un fetiche político perfectamente calculado.

No obstante, lo que en esta polémica -y en otras polémicas semejantes que afectan también al equilibrio urbanístico de las ciudades- me llama la atención es la actitud de los arquitectos que participan en los concursos, generalmente restringidos, que se convocan por parte de las autoridades políticas. En el caso de San Petersburgo todos eran de renombre mundial: Rem Koolhaas, Jean Nouvel, Daniel Liebeskind LLC, Herzog & De Meuron y el estudio RMJM London Limited, ganador del concurso. No sé la reacción de los perdedores pero me ha resultado curiosa la de un representante del estudio ganador que, según los periódicos, ha calificado a los petersburgueses que protestaban como "un lastimoso grupito". Hay que recordar que entre el "lastimoso grupito" se hallan los presidentes de la Sociedad de Conservación de los Monumentos y del Colegio de Arquitectos y el director del Museo Ermitage.

Visto en fotografía el proyecto Gazprom City de RMJM London Limited no me parece ni bueno ni malo. Es un ejemplar más de la actual arquitectura espectacular que, basada en una sofisticada tecnología y en imponentes efectos especiales, propone una suerte de tótems a las ciudades ricas del mundo con independencia de su ubicación en el planeta. El tótem sirve por igual para norte, sur, este y oeste y morfológicamente acostumbra a ser provocativo, estilizado y "bonito", sobre todo si se toma como una escultura para ver desde los aviones o para mostrar en las postales destinadas a turistas.

Lo más discutible de estos bonitos tótems -los hay también feísimos- es que muy pocas veces tienen en cuenta la singularidad del territorio en el que van a ser incrustados. El mismo tótem sirve para un lugar y para otro. Sorprendentemente, los constructores de tótems a gran escala tampoco tienen demasiadas manías a la hora de elegir al patrón ni aparentar estar muy preocupados para calibrar el alcance destructivo de sus obras. La impresión que uno tiene es que ciertos estudios internacionales de arquitectos contemplan los paisajes urbanos con la misma alegría única y depredadora con que las gigantescas empresas multinacionales observan los paisajes económicos del mundo.

Incluso hay cierta simetría de conductas. Si la empresa deslocaliza industrias y puestos de trabajo sin tener para nada en cuenta lo que melancólicamente Graham Greene llamaba el factor humano, atenta tan sólo al abstracto sismógrafo de los beneficios, el estudio multinacional de arquitectura localiza sus iconos de poder, siempre adecuados al simbolismo que exigen los poderosos, con similar despreocupación con respecto a las consecuencias concretas para los habitantes de una ciudad.

Quizá sea injusto con alguno de los arquitectos antes citados, participantes en el concurso de San Petersburgo, pero creo que en general se echa en falta una visión crítica de la arquitectura que ellos -y tantos otros- pasan por alto y que, en algún caso, sí existía con anterioridad. La arquitectura contemporánea, volcada en el aprovechamiento máximo del espectáculo y de la globalización carece, salvo contadas excepciones, de una reflexión sólida sobre la relación entre el hábitat y los habitantes, el paso imprescindible para llegar a una construcción equilibrada, aquella conciencia de la dimensión humana de la arquitectura que no sólo han reclamado los maestros modernos sino que dejó ya muy claro, en el siglo XV, Leon Battista Alberti.

Con sus tótems erigidos aquí y allá algunos arquitectos aupados al estrellato, y que significativamente se apoderan de gran parte de los encargos a lo largo y ancho del planeta, han vuelto a una concepción arcaica de la arquitectura por más que se vanaglorien de la tecnología empleada en sus propuestas. Lo arcaico y lo reaccionario pueden perfectamente cubrirse con las más vistosas máscaras tecnológicas. Es, de nuevo, el arquitecto del rey al servicio de los rituales del poder.

¡Y qué puede importarle al arquitecto del rey la vivienda del ciudadano! ¿Cuántos edificios de viviendas dignas en una ciudad digna son pensados en los grandes estudios de arquitectura? El arquitecto del rey está mucho más interesado en servir a su señor y en sacar réditos y fama de su servilismo. Ofrece sus fetiches al mejor postor: ahí tenéis la vistosa sede de banco, el hotel más elevado, el rascacielos que certificará el dominio de tal o cual corporación. Nada nuevo bajo el sol porque siempre ha habido arquitectos dispuestos a ser el arquitecto del rey. Acaso lo novedoso es que ahora en los medios de comunicación aparentan ser los únicos que hay y, además, sus productos se esparcen por todas las ciudades del mundo siempre que haya un cliente dispuesto a pagar.

Es posible que, como dijo el representante de RMJM London Limited, los manifestantes que protestaban en San Petersburgo contra el Proyecto Gazprom City fueran "un lastimoso grupito"; unos pobres diablos. Y, no obstante, aparte de estos pobres diablos hay en todos estos algún demonio de envergadura que anda suelto comprando almas. Sabe que no pocos están dispuestos a venderlas a cambio de un buen encargo.

Rafael Argullol es escritor.

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