"El suelo se hundía bajo mis pies"
El tenor Roberto Alagna protagonizó una espectacular espantada, tras ser abucheado por el público. el pasado domingo en la primera representación tras el estreno (el jueves) de la ópera Aida en la Scala de Milán. El director Ricardo Chailly no paró la orquesta y, sobre la marcha, Alagna fue sustituido por Antonello Palombi, que cantó en vaqueros y camisa y fue ovacionado.
Pregunta. El pasado domingo, abandonó el escenario de la Scala en plena representación de Aida, de Verdi, tras haber sido abucheado. ¿Por qué?
Respuesta. Estaba en estado de shock. Acababa de terminar el aria Celeste Aida, se oyó un bravo que inmediatamente fue sofocado por abucheos. Jamás me habían abucheado. Sentí que el suelo se hundía bajo mis pies. No podía respirar. Me desabroché la coraza de soldado y saludé como tengo por costumbre, a lo Cyrano, con una mano en la frente y estirando luego el brazo. Y me fui. Pensé volver, pero el cantante suplente, Antonello Palombi, entró en escena empujándome sin que la orquesta dejara de sonar un instante.
"Pensé volver, pero Antonello Palombi entró en escena empujándome sin que la orquesta dejara de sonar un instante"
"Cuando llegué al teatro, tres individuos me estaban esperando en la puerta y me hicieron un gesto que significaba 'te vamos a sacudir"
"Me pregunto si tras todo esto no hay una intriga contra Lissner, que es el que me trajo de vuelta a la Scala, de la que Muti me apartó"
P. ¿Se trataría, según usted, de una de esas intrigas como las que ya habido en la Scala otras veces?
R. Llevaba un mes sufriendo humillaciones. Todos los días había algo. Alguien que te susurraba al pasar: "¡Qué valor tienes!", o "¿no te da miedo interpretar ese papel después de Carlo Bergonzi?". El ensayo general fue bien, y el estreno, un gran éxito, aunque una persona me abucheó. Al día siguiente, los periódicos italianos titularon: "Triunfo para todos. Abucheos para Alagna". El domingo, cuando llegué al teatro para la segunda representación, tres individuos me estaban esperando en la puerta, y me hicieron un gesto con la mano que significaba: "Te vamos a sacudir". Cuando subí, encontré en mi camerino al tenor que me sustituye calentando la voz. En los pasillos todo el mundo me evitaba. La representación comenzó. Antes incluso de que yo abriera la boca, sonó un abucheo. Canté sin olvidar las críticas publicadas el día antes. Decían que era muy lento, por lo que canté con un ritmo más rápido; que era demasiado romántico, y lo hice de un modo más guerrero; saqué el sí bemol agudo final en fuerte, como querían, aunque en la partitura está escrito piano. Luego pasó lo que pasó.
P. ¿No cree que el hecho de que anunciara su despedida de la Scala al día siguiente del estreno pudo envenenar el ambiente?
R. No he aprendido diplomacia, he aprendido a cantar bien. Me sentía herido y dije lo que pensaba a los periodistas de La Repubblica y de La Stampa. No sé por qué razón un cantante no va a poder responder a lo que escriben sobre él. ¿Sabe? Hay una gran diferencia entre la imagen que el gran público tiene de los cantantes y la realidad. En la cena de personalidades que se celebró tras el estreno, los artistas no estábamos invitados. Los cantantes siempre tienen miedo de ser despedidos por los directores de sala, de orquesta o escénicos.
P. Desde hace un año, tiene problemas de salud. ¿Estaba en forma para enfrentarse a la Scala?
R. No tiene más que oír la retransmisión del estreno por radio,aunque esa tarde tuve una crisis de hipoglucemia. Cuando mi médico llegó al camerino, mi índice de azúcar era de 0,5 gramos en lugar de 1,10, que es lo normal. Pero no podía no continuar. Me quedé hasta el tercer acto para recuperarme. Luego, nadie me hablaba, me había convertido en un apestado. Tras mi hospitalización, a finales de 2005, he pasado un año difícil. Me descubrieron una anomalía metabólica con un índice de plaquetas muy bajo. Pero había remontado la pendiente, canté Aida en Orange y todo iba muy bien.
P. Stéphane Lissner, el director de la Scala, habla ahora de ruptura de contrato y se niega a pensar en la posibilidad de su vuelta a escena.
R. Estaré en Milán hasta la próxima representación. Lissner y yo ya hemos hablado y esto no empañará nuestra amistad. Pero cuando le manifesté mi intención de volver para las próximas representaciones, me respondió: "No puedo". Ése es el castigo. Se dice que me he burlado del público, pero fue él el que me expulsó. Bueno, el público... me han expulsado. No hay ruptura de contrato. Considero que en esas condiciones no podía cantar. Me pregunto si tras todo esto no hay una intriga contra Lissner, que es el que me trajo de vuelta a la Scala, de la que Ricardo Muti me había apartado durante diez años. Quizá a no todo el mundo le guste que sea un francés quien dirija la Scala.
P. Además del hecho de entrar a los 43 años en el panteón de los cantantes abucheados en la Scala. ¿Qué consecuencias puede tener para su carrera?
R. Efectivamente, ha habido precedentes ilustres como Anna Moffo en La Traviata con Karajan; Katia Ricciarelli en Luisa Miller, e incluso Pavarotti, quien siempre ha lamentado haber llegado hasta el final en Don Carlo, que le provocó un rasguño en la voz. Mi gesto puede costarme caro porque el sistema de coproducciones internacionales hace que este mundo sea hoy muy pequeño. También pueden llevarme a juicio. Por no hablar de mi salud, pues no duermo desde ese día.
P. La mediatización de la que son objeto usted y su esposa, la cantante Angela Gheorghiu, los 400.000 ejemplares de su disco sobre Luis Mariano, ¿no le han hecho perder la cabeza?
R. Me gusta mi arte y me siento orgulloso de defenderlo y de hacer que se conozca por el medio que sea. ¿Acaso canto peor por haber hecho un disco con canciones de Mariano? Es ridículo. Respecto a mi esposa, no hemos cantado juntos desde hace tres años. Y con mis hermanos David y Federico sólo he hecho en total tres producciones de ópera. No soy de los que montan en cólera, pero tengo un temperamento sanguíneo debido a mi origen siciliano. Y además, soy un artista, en caso contrario no cantaría como canto.
© Le Monde.
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