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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Irán y el Holocausto

Irán ha dado el oxígeno de la publicidad internacional a alguno de los más recalcitrantes revisionistas del Holocausto. Ha sido una reunión de dos días en la que se trataba, según el barniz seudoacadémico utilizado para la ocasión, de analizar las condiciones en las que surgió el Estado de Israel, examinar si realmente ocurrió el exterminio masivo judío por los nazis y permitir a los supuestos investigadores allí reunidos "expresarse libremente sobre un tema tabú en Occidente". Que el cónclave, que designó ayer un "comité internacional" de estudio, haya sido patrocinado por el presidente Mahmud Ahmadineyad resulta dramáticamente coherente con la actitud de un jefe de Estado que desde su asunción del cargo, hace poco más de un año, ha manifestado pública y repetidamente que el Holocausto representa un mito histórico e Israel un tumor que debe ser borrado del mapa.

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Teherán ha preparado durante meses la cita, que incluso publicitó ampliamente durante la visita en septiembre pasado del secretario general de la ONU. A la quermés intelectual, que tan bien sirve los propósitos del régimen teocrático, no han faltado antiguos jefes del Ku Klux Klan y otros supremacistas blancos, ni siquiera un puñado de judíos ortodoxos de varios países, que, sin negar la aniquilación de millones de los suyos, rechazan la existencia del Estado de Israel y consideran el Holocausto como un comodín de impunidad para los excesos del Gobierno israelí.

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El cónclave iraní, condenado internacionalmente, con Europa y el Vaticano al frente, no pasaría de ser un chiste extravagante y enfermizo si no fuera por su inevitable utilización como una nueva plataforma de odio en un escenario tan absolutamente degradado como Oriente Próximo. Sería irresponsable desvincularlo del hecho de que el Gobierno integrista que lo patrocina persigue con ahínco el arma atómica. Como lo sería ignorar que, coincidiendo con sus prolegómenos, el primer ministro israelí, entrevistado en Alemania, haya cometido el lapsus de confirmar por vez primera lo que todo el mundo sabe: que su país está en posesión de un arsenal nuclear.

La reunión para hacer la luz sobre el Holocausto se ha desarrollado en un país donde el poder real lo detentan opacos órganos de clérigos designados por procedimientos aún más opacos. Donde presumiblemente muchos de sus ciudadanos se preguntan por qué tienen el derecho de negar impunemente un acontecimiento histórico contrastado, pero no pueden cuestionar a sus propios dirigentes sin arriesgarse a la cárcel. El sombrío régimen islamista que patrocina la revisión del mito, en fin, practica la censura y la purga, detiene a estudiantes, alienta la delación contra los liberales, cierra periódicos y encarcela a periodistas.

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