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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Tras el año electoral

América Latina ha vivido un intenso año electoral que se ha cerrado con las presidenciales venezolanas. Más que un giro a la izquierda, lo que ha caracterizado esta larga ristra de elecciones -y quedan otras nueve por delante para los próximos dos años- ha sido el mensaje central de los electores: hagan algo contra la pobreza o la región se irá a pique. No se trata de la pobreza relativa en una de las zonas con mayor desigualdad del mundo, sino de la pobreza absoluta, pues 40 millones de personas malviven en América Latina con menos de dos dólares al día. A realzar su importancia ha contribuido el que los pobres hayan empezado a descubrir el valor de sus votos.

En estas campañas se ha notado una sospechosa ausencia: la de toda propuesta y debate importante sobre fiscalidad. Parece como si los candidatos, temerosos de perder las elecciones, hayan escabullido la gran cuestión pendiente que tiene la región -la falta de recaudación de impuestos, consecuencia de la falta de Estado- y que ha de permitir justamente luchar contra la pobreza. La otra cuestión ausente, y sin embargo crucial, ha sido el asentamiento de instituciones políticas más fuertes y del Estado de derecho.

Con ser notable que por vez primera todas las elecciones hayan sido democráticas y que el apego a este sistema (salvo en Cuba) se mantenga -aunque preocupantemente por debajo de la media en Brasil y México, los dos gigantes-, aumenta el número de los que preferirían un Gobierno autoritario a uno democrático, aunque la opción de los golpes militares haya quedado en el pasado. Pero éste es el pasto para los populismos, que los hay de todo signo. Es grave que, según el último Latinobarómetro, haya desconfianza entre los ciudadanos: casi la mitad de los encuestados en la región aún piensa que las elecciones han sido fraudulentas.

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Los resultados han reflejado unas sociedades divididas ante opciones que realmente eran diferentes y estaban enfrentadas. Brasil y México son los países más poblados y las economías más fuertes. En el primero, el presidente de los pobres ha ganado un segundo mandato, pero con un aviso a Lula sobre la corrupción. En México, bajo la apariencia de continuidad en la victoria del candidato del Partido de Acción Nacional, lo que se está produciendo es una renovación generacional de gran alcance, a la vez que no parece que pueda durar sin desinflarse la oposición en la calle del perdedor López Obrador al ganador y ya presidente Calderón.

El tercer triunfo electoral ganado por Chávez ha centrado buena parte de los cálculos para saber si América Latina había girado a la izquierda o a la derecha. Sin duda, el venezolano ha ganado poder internamente, pero en términos regionales las elecciones de su país no han salido como él esperaba hace un año, aunque sigue teniendo el instrumento del petróleo caro y el dinero que entra a espuertas en sus incontroladas arcas. Perú y otras naciones han escapado al chavismo, y Morales en Bolivia parece ganar en realismo frente al populismo que le llevó a la presidencia.

Hay otro cambio importante: la actitud de Washington hacia una posición más abierta, más dialogante, de mayor respeto con América Latina. La mayor prueba de este cambio llegará en Cuba, pues cuando desaparezca Fidel Castro deben ser los cubanos los que tomen su destino en sus manos sin interferencias exteriores.

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