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Reportaje:EL ASESINATO DE LITVINENKO

Carambolas asesinas

El crimen se mueve en el contexto de la lucha por el poder en Rusia

Pilar Bonet

Las pistas de la muerte de Alexander Litvinenko pueden llevar a varias direcciones verosímiles o fantásticas, pero, sea quien sea el criminal, los analistas de la política interior rusa dan por sentado que el asesinato del ex oficial del Servicio Federal de Seguridad (FSB) de Rusia se inscribe en la lucha encarnizada por el poder en el Kremlin tras los comicios presidenciales del 2008. De momento, es una pieza sin encaje de un rompecabezas inacabado. Las tradiciones rusas producen bizantinos esquemas de pensamiento y acción, y por eso hay que considerar también una eventual carambola asesina, es decir, el sacrificio de víctimas inocentes para golpear a un adversario en el rebote.

La lucha entre bastidores recuerda a la que precedió a los comicios presidenciales de 1996
Todas las hipótesis son posibles dada la falta de transparencia en la política rusa y la opacidad del FSB
Con la llegada de Putin, los veteranos de la seguridad se han instalado en todas partes
No hay que descartar el sacrificio de una víctima inocente para golpear en el rebote a un adversario
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El presidente Vladímir Putin insiste en que no desea cambiar la Constitución para seguir en el cargo que ha ocupado ocho años. Numerosos paisanos y ex colegas de Putin en los servicios de seguridad tienen puestos claves en la Administración, en el Gobierno y en los consorcios estatales cebados con los despojos del imperio petrolero de Mijaíl Jodorkovski. Estos funcionarios tienen motivo para aferrarse a sus sillones y a las oportunidades materiales que éstos les han brindado.

El ciudadano ruso es ajeno a la lucha entre bastidores que, en algunos de sus retorcidos aspectos, recuerda la que precedió a los comicios presidenciales de 1996. La popularidad de Borís Yeltsin estaba entonces por los suelos y los llamados oligarcas decidieron proteger las inmensas fortunas que amasaban y apoyaron a aquel hombre enfermo. Para movilizar al electorado tuvieron que escenificar (con calumnias e informaciones fabricadas) un dramático dilema. El comunismo, que estaba ya en plena decadencia, resucitó como una amenaza para las reformas, y Yeltsin, en un proceso paralelo, resurgió como el salvador de Rusia. Había otras opciones, pero el Kremlin no quería verlas.

En 1996 el objetivo era reelegir a Yeltsin. Hoy se trata de hacer que Putin, un líder sano y popular, quiera seguir presidiendo para evitar males mayores. Uno de ellos sería la llegada al poder de duros antioccidentales, incluso fascistoides, y dispuestos a recuperar el imperio. Otro, una revolución naranja a la rusa caótica y amenazadora para el Estado.

La forma de presentar el supuesto envenenamiento del ex jefe del Gobierno ruso, Yegor Gaidar, indica que los sectores liberales supervivientes de la época de Yeltsin tratan de transmitir a la sociedad una sensación de peligro como en 1996. Anatoli Chubáis, que fue el ideólogo de las privatizaciones y el jefe de la Administración de Yeltsin, ha opinado que el problema de salud de Gaidar en Irlanda fue un intento de asesinato, relacionado con el de Litvinenko y el de Politkovskaia. La muerte de Gaidar habría sido muy atractiva para "los partidarios de las variantes anticonstitucionales y violentas del cambio del poder en Rusia", ha dicho Chubáis, que no implica a los servicios secretos rusos en el caso.

Chubáis, que hoy dirige el monopolio estatal de la energía eléctrica, fue, junto con Gaidar, uno de los pilares de la reforma económica de Rusia a principios de los noventa. Ambos evitan entrar en conflicto con Putin y se abstienen de declaraciones y acciones que pudieran irritarlo. Gaidar dirige un instituto económico que colabora con el Kremlin.

Todas las hipótesis sobre el "presunto asesino" de Litvinenko son posibles, dada la falta de transparencia en la política rusa y la opacidad del FSB, que no ha sido reformado a fondo ni sometido verdaderamente al Parlamento. En cuestión de días, la comentarista Yulia Latinina, considerada una experta en temas relacionados con los servicios de seguridad, ha cambiado radicalmente de opinión. En su programa El eco de Moscú, Latinina consideró primero que el envenenamiento de Litvinenko era una farsa de Borís Berezovski, el magnate exiliado en Londres, y, cuando el ex agente murió y apareció polonio en su cuerpo, que se trataba de un crimen perpetrado desde instituciones del Estado ruso.

Con la llegada de Putin al poder, los veteranos de los servicios de seguridad se han instalado en todas partes. La socióloga Olga Kryshtanóvskaia, especializada en el estudio del FSB, calculaba en 2005 que uno de cada cuatro miembros de la élite son siloviki, como se les llama a los militares, policías y miembros de los servicios de seguridad, y que la cifra de siloviki metidos en política se duplicó de 1993 a 2003. Esta invasión ha hecho que la mentalidad gremial de los servicios de seguridad -con un hiperatrofiado sentido del enemigo- se extienda a las instituciones, incluidos los medios de comunicación.

El pasado verano, el Parlamento aprobó una modificación a la ley sobre los servicios de seguridad que permite liquidar a los terroristas en el extranjero y legitimó así una práctica ejercitada en 2004 en Qatar, cuando varios agentes rusos (en parte, bajo cobertura diplomática) hicieron volar por los aires a Zelimjan Yandarbíev, ex presidente separatista de Chechenia. Según la prensa rusa, los agentes recibieron el material para el crimen por valija diplomática. Dos de los agentes fueron juzgados y condenados a cadena perpetua, pero el Kremlin consiguió liberarlos y en Moscú les recibieron con alfombra roja. Antes de sacar conclusiones, conviene recordar la muerte del guerrillero Jatab, que luchaba en Chechenia y que era conocido como el Árabe Negro. Jatab fue víctima de una carta envenenada en 2002. La jactancia rusa sobre el invento sirvió para que el mensajero fuera detectado y eliminado por la guerrilla chechena. La prensa rusa ha contado incluso que el comandante Shamíl Basáyev volvió a empaquetar el veneno y lo colocó en un escondrijo de armas, sobre cuya existencia fueron alertadas las tropas federales. El efecto bumerán se habría cobrado la vida de un alto mando ruso.

En los noventa, muchos profesionales capacitados del FSB abandonaron el cuerpo, en parte para dedicarse a los negocios. La socióloga Kryshtanóvskaia cree que la pérdida de los profesionales expertos está siendo sustituida por una nueva generación de jóvenes ambiciosos y cínicos.

Cuando los cuerpos de seguridad estaban mal pagados, aparecían grupos de oficiales que denunciaban abusos y prácticas corruptas, sin que fuera posible saber si actuaban así por sentido del deber o por intereses propios. En noviembre de 1998, un grupo de oficiales del FSB, entre ellos Litvinenko, dijo haber recibido la orden de matar a Borís Berezovski, por entonces secretario de la Comunidad de Estados Independientes. "No somos adversarios del FSB ni de Putin personalmente. Somos parte de este sistema. Y por eso esperamos que el FSB encontrará fuerzas para depurarse de todos aquellos mandos que dan órdenes ilegales", dijo. La respuesta vino en la prensa rusa de entonces y la formulaba un colega de Litvinenko: "Has de saber que no se perdona a los traidores", le advertía.

Agentes con licencia para matar

La Duma aprobó el pasado verano una reforma legal que permite liquidar a los 'terroristas' en el extranjero. Ya no hay refugio seguro para el enemigo. Aunque tampoco lo había antes, como demuestra el asesinato perpetrado en 2004 en Qatar del ex presidente de Chechenia Yandarbíev.

La sombra del KGB

Lo que hace verosímil cualquier hipótesis sobre el asesinato de Litvinenko es la falta de transparencia de la política interna rusa y de la opacidad del FSB, heredero del KGB soviético [al que perteneció Putin], y que ni ha sido reformado ni está sometido al Parlamento ruso.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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