Sobriedad e inteligencia

Se había levantado una gran expectación previa. Lógico. Winterreise, de Schubert, es una de las obras más emblemáticas del repertorio vocal del Romanticismo. El aficionado no se cansa de escucharla en infinidad de versiones. Siempre encuentra algo nuevo. Esta vez además iba a ser una soprano la encargada de sacar a la luz su infinidad de matices, en vez de un barítono, como es lo habitual. Había, pues, curiosidad y hasta cierto morbo.

Le echa valor a la vida la alemana Christine Schäfer. Ha sido la Lulu de Berg más perversa y fascinante de la última década; se ha introducido hasta el último entresijo de Pierrot lunaire, de Schönberg, con Pierre Boulez de oficiante y cómplice, y no ha dejado en ningún momento de apoyarse en Mozart, dando vida en varios montajes a personajes como Doña Anna, Konstance o Cherubino. También Schubert está entre sus puntos de apoyo. Animal de teatro donde los haya, Schäfer incluso fue la protagonista de una puesta en escena de Winterreise en Duisburgo, en la edición de 2002 de la Trienal del Ruhr, moviéndose con un embarazo avanzado, a las órdenes de Oliver Herrmann, en un cuadrilátero de boxeo.

Sobriedad espartana

A Madrid ha venido Schäfer con sobriedad espartana en el aspecto visual. De negro severo, y vestida por su peor enemigo, con una chaqueta enorme para sus dimensiones físicas, disminuyendo cualquier tipo de atractivo físico. Pero la seducción venía en esta ocasión de la inteligencia, de una manera de cantar que lleva directamente al espíritu de la obra, con lo que ésta tiene de poesía de la desolación más absoluta. Importa poco si la voz es pequeña o grande, si el color es insinuante o brillante. Lo que importa es la invitación a un viaje interior sin concesiones ni tapujos. Lo que importa es el rigor, la musicalidad, la fascinación y estremecimiento por una intuición de la verdad que se manifiesta casi tocable. Y todo ello lo despliega Christine Schäfer a manos llenas, con generosidad. No sé si emociona o deliberadamente huye de los sentimientos fáciles. Lo que transmite, desde luego, es un escalofrío

Eric Schneider comprende a la soprano desde el piano y se ajusta a su visión. Caminan juntos. La experiencia de acompañarles es enriquecedora. Su lectura de Winterreise es más trágica que dramática, más interiorizada que extrovertida, más sensible que espectacular, más desasosegante que estética, más moral que ilustrativa. Es una lectura de las que abren heridas en vez de ofrecer consuelo. Christine Schäfer es, por encima de todo, una intérprete profunda. Una artistaza, créanme. Se la juega cada día, con una entrega conceptual e intelectual a la altura de sus lúcidas propuestas. Nunca le agradeceremos lo suficiente que sea como es. Y que lo plasme con tanta sinceridad y sencillez encima de un escenario.