Retrato de un sofista
A menudo a uno le ataca la sospecha de que su oficio no sirve para nada. Mucho más cuando la profesión es artística, y no digamos ya si de lo que hablamos es de películas. Pero a veces surge algún ejemplo alentador: la sonrisa del bebé Lumière, la chalina de Buster Keaton o los muslos de Marilyn. Puede haber películas que merezcan la pena... Dentro de unos días se estrenará La silla de Fernando. No soy quien para hacer crítica de cine: no la he visto aún. Pero puedo decir que merece la pena
El mayor espectáculo de La silla de Fernando será asistir a la lección magistral de un sofista seductor, un embaucador. Un conversador.
Fernán-Gómez es el más valorado de los actores de nuestra historia a juzgar por lo que de él opinan sus peores enemigos, es decir, sus compañeros. Fernán-Gómez alcanzó el sillón de la Real Academia procedente de la cátedra de los cafés. Fernán-Gómez ha dirigido películas extraordinarias y tiene más goyas que la duquesa de Alba... Bueno, pues por encima de todos esos Fernandos, está el Fernando conversador.
La habilidad secreta del Maestro para convertirse en indiscutible protagonista de todas las reuniones en las que participa es que hace un excelente uso de todos sus conocimientos, los administra a la perfección: como gran escritor que es, piensa un buen texto. Argumentos que el magnífico director organiza mentalmente eligiendo el momento y el ritmo más adecuados para lanzar sus frases. Por último, el genial actor lo interpreta con intención adecuada y buena dicción. Es imparable. El sofista Fernando puede sostener una idea y la contraria, Es, exactamente, la antítesis de un charlatán. Ni repite ni improvisa. Crea.
Si Fernando llegara a leer estas tonterías elogiosas, diría, por ejemplo, que él no es un gran conversador.... en todo caso, un humilde disertador... porque para que haya conversación, debe haber controversia. Se opondría a que lo suyo, simples paliques, sean discursos. Y los presentes quedaríamos suspendidos de sus sofismas, de las verdades relativas de un literato que, como buen cómico, siempre pretende entretener.
Solamente por haber recogido las opiniones de Fernán-Gómez, sean las que sean y sobre lo que sea, ya se les pueden dar las gracias a los responsables del asunto. Ya no será necesario andar explicando cómo eran las disertaciones de café de don Fernando. Habrá un documento completo y directo. No sé cómo serían las tertulias señoreadas por Valle-Inclán; las debo imaginar. Parece ser que en una ocasión defendió públicamente que el secreto del furor de los toros bravos se debía a que eran carnívoros. Dicen que ceceaba. En algunas hemerotecas se encuentran reseñas de su magisterio oral. Pero ¿se imaginan si existiera hora y media de don Ramón explicando la conveniencia de eliminar a los hermanos Quintero?
A partir de ahora tenemos La silla de Fernando. Impagable pieza histórica, dirigida por Luis Trueba y David Alegre (no es una errata, sino una metáfora).
Babelia
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