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El proceso para el fin del terrorismo
Columna
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Proceso

Enrique Gil Calvo

Cuando se han cumplido ocho meses desde que ETA declaró su alto el fuego permanente, el ya famoso proceso vasco (llamado por unos de paz y por otros de fin dialogado de la violencia) atraviesa su peor momento, hasta el punto de que puede decirse sin temor a errar que está en crisis o que se halla en un callejón sin salida. Tanto es así que ni siquiera puede descartarse su ruptura definitiva con regreso a los atentados potencialmente mortales, aunque también es posible que el presente bloqueo se pudra para empantanarse en la situación actual. ¿A qué factores se ha debido esta crisis tan difícil de superar? Observado el proceso desde el exterior, sin disponer de información confidencial, la crisis parece deberse a que el Gobierno se ha resistido hasta ahora a hacer ninguna concesión políticamente significativa, atrapado como está entre la espada de ETA-Batasuna, que plantea exigencias imposibles de atender, y la pared del aparato judicial, que aplica al pie de la letra interpretaciones legales implícitamente obstruccionistas.

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No obstante, debe reconocerse que el Gobierno sí hizo dos concesiones menores. La primera era puramente retórica, pues aceptó redefinir un conflicto asimétrico, como es el terrorismo, en términos simétricos, como son las negociaciones de paz, a la espera de que eso redunde en la dignificación de la lucha armada y por tanto haga más tolerable la rendición de los terroristas. Y la segunda fue pragmática, dado que a través del PSE se iniciaron conversaciones exploratorias con Batasuna para pactar la metodología de la prevista Mesa de Partidos, destinada a renegociar un nuevo Estatuto futuro. Pero ninguna de estas dos concesiones ha significado hasta ahora pagar precio político alguno, pues al margen de eso, el Gobierno no ha cedido ni un milímetro en los puntos cruciales: legalización de Batasuna (Ley de Partidos), impunidad de los criminales (acercamiento y liberación de presos) y no digamos ya sus maximalistas exigencias de autodeterminación y territorialidad (Navarra), imposibles de satisfacer.

Por tanto, como el Gobierno parece decidido a no ceder ni un ápice, ETA-Batasuna ha optado por apretarle las tuercas con una espiral de órdagos en ascenso (escalada de kale borroka, tiroteos ante los medios en el monte, espectaculares ekintzas de rearme, nueva cosecha de extorsiones a empresarios...), con objeto de echarle un pulso cada vez más irresistible que le obligue a ceder ante sus exigencias de impunidad o a retirarse de la negociación, con las nefastas consecuencias políticas que el fracaso del proceso tendría para Zapatero. Todo ello justificado con un lenguaje totalitario y militarista que les lleva a entender la práctica de la agresión violenta como una respuesta que creen legítima ante la obligada represión del Estado de derecho. Con lo cual se demuestra la falacia de la Propuesta de Anoeta que hace justo dos años formuló ETA-Batasuna como una aceptación de la democracia. Más les valdría a Otegi y los suyos regresar a la ikastola, a ver si así aprendían las primeras letras del abecedario democrático...

A no ser que todo esto sea puro teatro y hayamos estado ante una nueva tregua-trampa como aquella otra en que tuvieron que caer, bien a su pesar, Aznar y Mayor Oreja. ¿Tenía ETA realmente intención de negociar su abandono de las armas? ¿O se trataba de un proceso puramente propagandístico, tal como insinué hace seis meses, cuando lo comparé en esta misma columna con la guerrilla mediática del subcomandante Marcos? Al fin y al cabo, su proclamación de un "alto el fuego permanente" muy bien pudiera significar que los terroristas pretendían permanecer blandiendo las armas indefinidamente, aunque fuera sin usarlas más que para amenazarnos con no abandonarlas. Pues en realidad, lo mismo que antes conseguían usándolas para matar, que era robar el protagonismo mediático para dictarnos su agenda política, lo logran ahora blandiéndolas de forma permanente para dejar de matar, ya que con su actual bloqueo del proceso están alcanzando los mismos efectos que antes obtenían con sus atentados.

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