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Columna
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La estupidez del poder

Es bueno que la gente sepa con quién se la juega. Al vicepresidente del Consell Víctor Campos le parece "desgraciada, increíble, inaudita e inexplicable" una sentencia del Tribunal Supremo que ha venido a recordar que los alcaldes se deben a los ciudadanos. El regidor popular de Vila-real, Manuel Vilanova, ha sido condenado, entre el estupor de sus correligionarios, a un año y medio de cárcel e inhabilitado por ignorar reiteradamente las quejas de unos vecinos contra el ruido insoportable de una fábrica en situación irregular. Opina el coordinador provincial de la campaña del PP en Castellón, Rubén Ibáñez, que el fallo crea incertidumbre en la sociedad y en el municipalismo mientras Campos, a su vez, sostiene que la sentencia está "contaminada".

Es sabido que en los contratiempos se calibra el calado de los políticos y, una vez más, la respuesta de los populares ante la crisis, sin la menor alusión a la necesidad insoslayable de acatar el castigo, deja una sensación de falta de entereza. Lo que a todas luces es una resolución judicial ejemplarizante, que los servidores públicos harán bien en tener en cuenta, para esos dirigentes barnizados por la banalidad de un poder cuya estrategia consiste en la simulación constante de los acontecimientos y la negación sistemática de las responsabilidades sólo puede explicarse como consecuencia de una conspiración. La súbita irrupción de la realidad más cruda en su mundo de ficciones supera aquello que son capaces de afrontar sin perder la compostura. Y eso que deberían haber comenzado a prepararse porque, al fin y al cabo, hace ya unos años que tontean peligrosamente con la retórica para eludir las exigencias de una ejecutoria plagada de problemas.

Desenmascarados por una actitud tan patética, a medio camino de la impotencia argumentativa y la rabieta incontrolable, los populares valencianos, cuya lista de cargos públicos imputados o condenados comienza a ser extensa, revelan que al frente de nuestras instituciones se prolonga una derecha, muy poco gallarda, cuya insignificancia procede de una inauténtica concepción del poder. Ahora mismo, tras la sentencia de Vila-real, especulan con los mensajes como si el asunto tuviera que ver con las elecciones, y no con la justicia. Resulta difícil decir si en su embrutecimiento progresivo fue primero la banalidad o la indecencia, pero está claro que la corrupción estupidiza.

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