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Columna
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La delgada línea azul

Felip Puig (un hombre al que admiro sin reservas desde que dijo en Ràdio 4 que desayuna "un Actimel o un Danacol") ha criticado al presidente Montilla. Sus palabras, pronunciadas en Barcelona Televisió, han sido recogidas por muchos medios. Como por ejemplo en el confidencial e-notícies, que el jueves titulaba: "CiU cuestiona a Montilla porque no sabe montar en el metro". Puig dijo que le parece una contradicción que Montilla quiera promover el transporte público y "no sepa ir en metro", del mismo modo que lo es que quiera potenciar la escuela pública y "lleve a sus hijos a la privada".

Yo no sé exactamente qué significa no saber montar en metro, pero es lo que ha dicho Puig. Aunque estoy segura de que Montilla es perfectamente capaz de coger la línea azul en la estación de Cornellà Centre, es un suponer, y de bajarse en Maragall (con perdón). Así que supongo que lo que habrá querido decir es que Montilla nunca va en metro.

Saber el precio de una barra de pan y usar el transporte público: dos de los deberes ineludibles de los políticos

Para los medios de comunicación, los políticos tienen dos únicos deberes ineludibles: usar el transporte público y saber el precio de una barra de pan. Estas dos cuestiones ya parece que garantizan la nobleza del sujeto, que, así, te demuestra que trabaja por y para el pueblo. No hay entrevistador excitado que no haya preguntado alguna vez a un político cuando fue la última vez que fue en metro o cuanto cuesta una barra de pan. Y no hay presentador excitado que no se excite todavía más si el político en cuestión no ha ido en metro o no sabe el precio de la susodicha barra. Seguramente hubo un primer día en que preguntarlo fue ingenioso. Pero ahora no prueba nada. Yo no sé lo que cuesta una barra de pan, porque compro poco pan y las veces que lo compro, lo compro junto con otros artículos. Sé lo que cuesta el periódico, sé lo que cuesta un cóctel, se lo que cuestan distintas sustancias en el mercado negro, pero no sé lo que cuesta la gasolina de mi moto y no sé lo que cuesta un filete. Hace años que no cojo el metro. Pero eso no me hace menos conocedora de la realidad de Cataluña y no impide para nada que, si un día soy presidenta de la Generalitat (con su ayuda, dilectos lectores), no pueda promover el metro. Del mismo modo, a pesar de no haber visitado nunca una casa de prostitución trabajaré por el bien de las prostitutas. Y lo mismo les digo con lo del botellón. A pesar de no haber bebido nunca en la calle, trataré de promover un consumo etílico de calidad. Montilla, del mismo modo, puede considerar perfectamente que la escuela pública no le convence para sus hijos, pero que la promoverá como es su deber. E igual, si se promueve mucho, manda allí a sus nietos. Lo que está claro es que hay miles de personas que tienen una grandísima habilidad para ir en metro y serían unos presidentes penosos.

Recuerdo que en el programa que hacía Manel Fuentes en TV-3, vino Jordi Pujol de invitado. Mientras le maquillaban, me estuvo hablando de mi pueblo, porque lo había visitado en distintas ocasiones. Lo conocía mucho. Y sin embargo me explicó también que volver a la vida civil, después de tanto tiempo siendo presidente, le resultaba muy extraño, porque había un montón de cosas cotidianas que ahora no sabía hacer. Dijo que un presidente no lleva dinero o no suele encargarse de pagar el peaje de la autopista y que ahora, hacerlo, no le resultaba fácil. Que mientras duró su mandato habían aparecido los teléfonos móviles, por ejemplo, o un montón de cosas que ahora él tendría que aprender a usar. Pero no creo que el hecho de no encargarse de pagar los peajes le impidiese a Pujol, ex jefe de Felip Puig, tener una opinión sobre si son o no son abusivos.

Un día, en la radio, una locutora de la Cadena Ser dijo que ella, de vez en cuando, cogía el autobús "para no perder el contacto con la realidad". Me parece un gesto estupendo por su parte. Pero también se puede tener contacto con la realidad en los bares, en los museos, en los pueblos sin transporte público, en la cola del súper, en la del paro, en las mezquitas y hasta en los clubes de intercambio de parejas. Además, cuando un político, para hacerse el popular, decide que cogerá el metro, a los contribuyentes nos cuesta una pasta. Montilla yendo en metro significa un gasto extra de guardaespaldas, de mossos que vigilan las salidas y de policías secretas molestando a los demás usuarios por si son terroristas. Prefiero pagarle yo misma el coche oficial o acercarle en moto y que se gaste el sobrante conmigo en la realidad de un bar (o en la realidad de una clase particular de catalán).

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