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El conflicto libanés
Columna
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¿Alguien tiene un plan?

Lluís Bassets

Estados Unidos invadió Irak con mínimo apoyo internacional, a partir de informaciones incorrectas y con una planificación militar equivocada. Thomas E. Ricks, autor de Fiasco. La aventura militar americana en Irak, arranca con este análisis su libro, que constituye una lectura imprescindible para entender el barrizal sangriento en el que se han hundido los neocons con su descabellada idea de llevar la democracia a Oriente Próximo con la punta de los fusiles.

Pero hay otros errores más de fondo, intelectuales y morales, de comprensión racional y de valoración ética, propios de la ideología neocon. El principal es la idea bolchevique de que un buen agregado de medios militares, tecnológicos y financieros -el mejor y más eficaz del mundo-, bajo la dirección de una vanguardia de dirigentes políticos, dotados de una sólida idea moral y de suficiente determinación, basta para vencer a quien sea. Bush concibió la democratización de Irak como punto de partida para transformar la región, derrocar las dictaduras y alcanzar incluso la paz entre Israel y Palestina.

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Israel ha tenido, durante este tiempo, una amplia oportunidad para optar, a su vez, por agarrarse a idénticos errores. El viejo Sharon supo elaborar un sofisticado plan de segregación que implicaba la salida de Gaza y parte de Cisjordania, la construcción de un muro de separación y la instalación de una entidad palestina, más próxima a un batustán que a un Estado, en el territorio residual. Era un sustitutivo unilateral de la paz, para comprar tiempo mientras se abrían paso los planes norteamericanos. Momento hubo en que el conflicto israelo-palestino parecía encapsularse en un cuarto oscuro al abrigo de las miradas exteriores.

La realidad ha hecho un terrible trabajo de demolición. No queda en pie ni uno solo de los planes conocidos para alcanzar algo similar a la paz en Oriente Próximo, si se hace abstracción de los que yacen en los archivos. EE UU se encuentra desarbolado en Irak entre tres escenarios, a cual peor: la retirada súbita, que deja atrás una guerra civil abierta; la retirada escalonada, que le seguirá proporcionando disgustos sin garantizar resultados, y una dudosa apertura hacia Irán y Siria. Pero Teherán se burla del Consejo de Seguridad, mientras anuncia que en primavera ya será una potencia nuclear. Damasco deja notar su influencia en Líbano, con las sangrientas consecuencias de todos conocidas. Y ambos le toman la delantera a Washington y convocan ya para este fin de semana una cumbre regional con el Gobierno de Bagdad.

La desolación no es menor por parte israelí, donde sólo se conoce un plan, después del fracaso de Líbano y del regreso militar a Gaza. Es el de Avigdor Lieberman, dirigente de Nuestra Casa Israel, el partido de extrema derecha de la minoría rusa, que acaba de entrar en el Gobierno de Ehud Olmert. Es muy sencillo: controlar militarmente las fronteras de Gaza, incluyendo el paso con Egipto; asesinar a los dirigentes de Hamás; ignorar a la Autoridad Palestina; y atacar a Teherán. Lieberman es el ministro de las Amenazas Estratégicas y está deseoso de asumir todas las competencias de su ministerio. La ministra de Exteriores, Tzipi Livni, desea asimismo tomar la iniciativa para evitar que el vacío de ideas sea llenado por otros. Por Francia, Italia y España, por ejemplo, que han querido dotar de contenido político su presencia militar en la FINUL, en el sur del Líbano, con la idea de una hipotética misión de interposición en Gaza, tal como ya sugirió hace mucho tiempo el ex ministro de Exteriores israelí Shlomo Ben Ami.

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Fracasada la idea de empezar por Bagdad para alcanzar la paz en Jerusalén, quizás ha llegado la hora de regresar a la casilla de partida y volver a buscar la paz en Jerusalén para que luego un día se pueda alcanzar en toda la región. No hay relación de causa a efecto, está claro, pero este plan está todavía por ensayar.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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