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Reportaje:El conflicto libanés

Una saga familiar empapada en sangre

Los Gemayel han participado en los entresijos del Gobierno libanés desde los años treinta

La política en Líbano está dominada por sagas que pagan con sangre, generación tras generación, su apego al poder. La familia Gemayel, patriarcas de la minoría cristiano-maronita, ha participado desde su lujoso feudo de Bikfaya, en las montañas al norte de Beirut, en los entresijos del Gobierno desde los años treinta del siglo pasado. Es la norma en este país mediterráneo. Los apellidos ilustres de cualquiera de las sectas -los Yumblat entre los drusos; los Hariri entre los suníes; los Franjieh entre los cristianos afectos al régimen sirio- aparecen en lo alto del escalafón político y en el macabro e interminable listado de magnicidios.

Pierre no es el primero de los Gemayel en ser víctima de un ataque de esta naturaleza. Ni mucho menos. El abuelo del dirigente asesinado, del mismo nombre y que también padeció atentados con bombas, fue el fundador de las Falanges Libanesas. Viajó al Berlín de los años treinta y quedó maravillado por la eficacia de las juventudes hitlerianas. La impronta nazi se plasmó en la fundación de Kataeb, las Falanges Libanesas, el partido-milicia cuyo lema es Dios, patria y justicia y cuyo salvajismo en la guerra civil (1975-1990) alcanzó cotas delirantes.

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Muchos de sus milicianos colgaban en sus cinturones las orejas arrancadas de los enemigos, especialmente de los combatientes palestinos, refugiados en Líbano tras su expulsión de Jordania tras el Septiembre Negro de 1970. Kataeb, siempre en guardia frente a las tesis panarabistas, contempló la presencia palestina como un riesgo para la estabilidad del país, permanentemente aquejado por las guerras sectarias.

El heredero de la saga, Bashir Gemayel, tío del ministro tiroteado ayer, sufrió un intento de asesinato en 1979. Entonces falleció Maya, su hija de año y medio. Bashir, ya presidente electo de Líbano, pereció en otro atentado con explosivos el 14 de septiembre de 1982, en la sede de su partido en Beirut junto a otras 60 personas.

Sabra y Chatila

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Dos días después, la venganza de sus leales se consumó en Sabra y Chatila, los campos de refugiados palestinos en la capital libanesa. Entre 1.000 y 2.000 civiles, hombres, mujeres, y niños, fueron asesinados a tiros, descuartizados. La invasión israelí de Líbano estaba en su apogeo, y la cobertura del Ejército judío a los falangistas permitió la matanza. Ariel Sharon, entonces ministro de Defensa, fue declarado responsable de la carnicería por el propio Parlamento de Jerusalén.

Ambos dirigentes, Bashir y Sharon, habían mantenido al menos una reunión secreta en el bastión de los Gemayel en Bifkaia, adonde se desplazó el general israelí en un vuelo nocturno en helicóptero. Ambos tenían intereses comunes: destrozar a la cúpula de la Organización para la Liberación de Palestina en Líbano. Y a fe que lo consiguieron. Sólo meses después de Sabra y Chatila, el último de los fedayines palestinos embarcaba en el puerto de Trípoli rumbo a Túnez. Los barrios cristianos de Beirut, un cuarto de siglo después, todavía son empapelados con carteles de Bashir. Nadie ha podido reemplazar al carismático líder.

Desde luego, no su hermano Amín, padre de Pierre, quien heredó la presidencia. A diferencia de Bashir, Amín era más comprensivo con los palestinos y no se enfrentó al régimen sirio hasta el final de su mandato, en 1988, cuando partió a un exilio que se prologó más de una década. Fue a partir de entonces cuando las Falanges Libanesas empezaron a escindirse y llegó su decadencia.

Nuevas fuerzas políticas y paramilitares nacieron al calor de la guerra civil, y algunas de ellas -las lideradas por el señor de la guerra Samir Geagea o por el Movimiento Patriótico Libre del general Michel Aoun- han restado influencia a las Falanges entre la dividida parroquia cristiana maronita. De hecho, Pierre se presentó a las elecciones de junio de 2005 como independiente, aunque no había duda de su apoyo a las Fuerzas del 14 de Marzo, la coalición antisiria.

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