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Reportaje:

La resurrección de Pim Fortuyn

Los grandes partidos holandeses optan ante la inmigración por la línea dura que defendía el político populista asesinado en 2002

Ana Carbajosa

Pim Fortuyn, el político holandés que se deshizo de la camisa de fuerza de la corrección política y proclamó a los cuatro vientos "la amenaza" del desembarco de millones de musulmanes en Europa, murió hace ahora casi cinco años a manos de un perturbado defensor de los derechos de los animales. A dos días de las elecciones legislativas holandesas, su partido de extrema derecha está hecho trizas y con pocos visos de obtener un asiento en el Parlamento. Pero poco importa. Si Pym Fortuyn levantara la cabeza, probablemente sonreiría. Porque su legado ha alcanzado cotas mucho más altas y su discurso en contra de la multiculturalidad y del islam está hoy más vivo que nunca.

Los partidos mayoritarios y gran parte de la sociedad holandesa han fagocitado sus ideas, proclaman mano dura frente a la inmigración y defienden la asimilación a los modos y costumbres holandeses como la única vía para la integración de los inmigrantes musulmanes. Mientras, la brecha entre el más de un millón de musulmanes que vive en Holanda y los nativos crece, y algunos expertos advierten del riesgo de que el polvorín estalle como ya ha pasado en Francia. El modelo multicultural de un país famoso por sus altísimas cotas de tolerancia ha muerto, y ha dado paso a la resurrección de Pim Fortuyn y su retórica antiislámica.

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El Gobierno holandés acaba de aprobar una propuesta para prohibir el uso del burka en lugares públicos. Esta medida, que afectaría apenas a decenas de mujeres en Holanda, es un mensaje claro del Ejecutivo de centro-derecha de que no está dispuesto a ceder en la defensa de los valores occidentales. Y mientras, líderes políticos de uno y otro color tratan de captar votos con una escalada verbal en contra del islam que parece no tener fin.

Marco Pastors probablemente sea el que se haya llevado la palma. Pastors se considera el sucesor político de Pym Fortuyn y lidera uno de los partidos de extrema derecha en los que por disputas internas ha quedado dividida la formación de Fortuyn. Sentado en un café de Rotterdam, no le tiembla el pulso al comparar "el peligro de islamización" con el nazismo. "En Alemania había suficientes indicios para saber lo que iba a pasar con los judíos y nadie hizo nada. Ahora, no estamos tomando medidas frente a las comunidades islámicas". Habla del 11-S y del asesinato en 2004 del cineasta Theo van Gogh a manos de un extremista islámico como prueba de que hay que tomar medidas.

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Pastors quiere frenar la llegada de nuevos musulmanes y echa mano de las estadísticas, que indican que cerca del 70% de los jóvenes turcos y marroquíes que viven en Holanda viajan a sus países de origen a buscar una mujer para casarse. "No es una cuestión de amor. Es una manera de traer más inmigrantes, sobre todo gente con valores tradicionales". Este hombre, atractivo y de vestimenta impecable, reconoce que los partidos mayoritarios le han dejado poco espacio político, y que "las ideas de Pim Fortuyn se han esparcido como un aerosol". En las urnas le hará daño sobre todo la ministra de Inmigración, la liberal Rita Verdonk, impulsora de la ley en contra del burka. "Ha capitalizado muchos votos que normalmente me pertenecerían", sostiene.

"Cada vez más gente está de acuerdo con las ideas de Pim Fortuyn", explica Gabriel van den Brink, sociólogo de la Universidad de Tilburg. "Los partidos políticos y la sociedad se han movido masivamente hacia la derecha, hacia el discurso de la asimilación. En Holanda ha quedado claro que la tolerancia a la diversidad no es infinita, y que no somos tan abiertos de mente como parecemos, sobre todo cuando se trata de aceptar a los extranjeros. Si no se comportan como nosotros, siempre estarán al margen de la sociedad".

Van den Brink ha escrito un libro sobre la brecha cultural entre inmigrantes y autóctonos en Rotterdam. Tal vez sea en esta ciudad, que alberga el mayor puerto de Europa, donde mejor se aprecie el fenómeno de la segregación, del que tampoco escapan el resto de núcleos urbanos como La Haya o Amsterdam.

Los blancos han abandonado poco a poco el centro de esta ciudad de cerca de un millón de habitantes y se han mudado a los apacibles suburbios donde no tienen que convivir con gente que viste, habla y se comporta de manera diferente de la suya. Y los céntricos "barrios negros", habitados mayoritariamente por inmigrantes, se han convertido en guetos, donde para cortarse el pelo o comprar verduras no hace falta hablar holandés. El turco o el bereber son suficientes.

Delfshaven es uno de esos distritos. Pese a ser el más pobre de Rotterdam, es sin embargo un barrio bastante habitable si se compara con los guetos de otras ciudades europeas. Relucientes viviendas de protección oficial, de diseño, a la holandesa, comparten calle con casas más viejas y deterioradas. Un grupo de chavales no mayores de 12 años trastea con un teléfono móvil en una esquina. Del altavoz del aparato sale un grito, "Alá Akbar [Dios es el más grande]". En la pantalla del móvil observan entre risas un vídeo bajado de Internet de la decapitación de un secuestrado en Irak. A escasos metros de ellos se levanta la catedral de Laurentius y Elizabeth, en la que una multitud despidió a Pim Fortuyn el día de su muerte.

Una joven con velo islámico, frente a un anuncio de lencería, en Amsterdam.
Una joven con velo islámico, frente a un anuncio de lencería, en Amsterdam.AP

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Sobre la firma

Ana Carbajosa
Periodista especializada en información internacional, fue corresponsal en Berlín, Jerusalén y Bruselas. Es autora de varios libros, el último sobre el Reino Unido post Brexit, ‘Una isla a la deriva’ (2023). Ahora dirige la sección de desarrollo de EL PAÍS, Planeta Futuro.

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