Cartujos en Manhattan
Un recorrido por la exposición de pintura española en el Guggenheim de la mano de la directora del museo neoyorquino
"Goya comenzó algo que yo he finalizado". Las palabras de Pablo Picasso se refieren al bodegón al que le puso punto final en octubre de 1939 -un cráneo de oveja descarnado apoyado en un costillar sanguinolento-, pero bien podrían referirse a Pintura española: de El Greco a Picasso; el tiempo, la verdad y la historia, la exposición que abre hoy sus puertas en el Museo Guggenheim (www.guggenheim.org) de Nueva York, comisariada por Carmen Giménez y Francisco Calvo Serraller. Goya y Picasso son, precisamente, los artistas más abundantemente representados en una muestra marcada por la desaparición de Niños del carretón (1778-1779), un cuadro del pintor aragonés robado la semana pasada en Pensilvania cuando viajaba a la muestra neoyorquina desde el Museo de Arte de Toledo (Ohio). La Sociedad Estatal para la Acción Cultural Exterior (SEACEX) remite al Guggenheim, su pareja en la organización de la exposición y responsable del traslado de ese cuadro concreto, y el Guggenheim, impenetrable, remite al FBI, que remite a su vez al escueto comunicado que hizo público el lunes.
"Goya + Picasso = Francis Bacon", observa Lisa Dennison
La muestra es un intento de aclarar qué significa lo español, dice Calvo Serraller
"La religión atraviesa toda la exposición", afirma la directora del Guggenheim
Unos y otros prefieren insistir en la importancia de los 137 cuadros, obra de 24 artistas, que ya cuelgan en el impoluto zigurat invertido diseñado hace medio siglo por Frank Lloyd Wright. Entre ellos, el citado cráneo de oveja pintado por Picasso y, a su lado, la obra que le sirvió de modelo, Bodegón con costillas, lomo y cabeza de cordero, ejecutado por Goya entre 1808 y 1812. De sangre a sangre, si el artista de Fuendetodos trabajó en su cuadro durante la Guerra de la Independencia y dos años antes de sus famosos fusilamientos, el de Málaga se volcó en el suyo justo al acabar la Guerra Civil y dos años después del celebérrimo Guernica. El interés de Picasso por el cuadro de Goya le llevó a intentar comprarlo para el Prado cuando fue nombrado director del museo madrileño y después de verlo expuesto en una galería parisiense. Más tarde, se consolaría con recrearlo y visitarlo en su lugar de destino final, el Museo del Louvre.
Pintura española: de El Greco a Picasso, que rompe el hilo cronológico y se organiza en 15 secciones temáticas, está llena de diálogos y homenajes de ese tipo. Lo señala Lisa Dennison, directora del Museo Guggenheim, que no suelta prenda sobre los niños perdidos con su carretón, pero accede a seleccionar sus cuadros favoritos de entre los de la muestra. "Los que mejor representan la exposición, eh. No los que yo me llevaría a casa. Ésa sería otra historia", aclara sonriente al pie de la rampa de Wright. Así, Dennison recuerda la primera sensación que tuvo al ver colgados juntos los dos bodegones con cabeza de cordero: "Pensé: Goya + Picasso = Francis Bacon. Ésta es una exposición de obra del pasado que ha abierto muchos caminos al futuro. ¿Cómo no pensar en Damien Hirst al ver esas cabezas cortadas?", se pregunta trazando la línea expresionista abierta por Goya para el arte moderno y cristalizada hoy en los animales conservados en formol por el rebelde oficial del joven arte británico. Expresionismo, por cierto, hay para dar y tomar en la muestra de Nueva York. Un expresionismo, claro, de antes de que existiera siquiera la palabra expresionismo. Francisco Calvo Serraller afirmó ayer que la exposición no es tanto una historia del arte español -el siglo XIX sigue siendo una gran laguna- como un intento de aclarar qué significa lo español en la historia del arte. Y como aclaración es contundente: bodegones ascéticos, retratos adustos, crucifixiones, canibalismo, llantos, guerra y corridas de toros. Mucha sangre, truculencia y religión. Nada de armonía y clasicismo. Contrarreforma y barroco.
Tras el prólogo del famoso Agnus Dei del Museo del Prado -otro cordero, en este caso, pintado por Zurbarán- el recorrido se abre con una monumental obra del propio Zurbarán: San Hugo en el refectorio. El grupo de frailes cartujos, sentados a una mesa ocupada por jarras de cerámica, pan y trozos de carne cruda, es también el perturbador comité de bienvenida elegido por el Guggenheim para adornar, en una reproducción a gran escala, los andamios que ocultan temporalmente la fachada del museo que da a Central Park. "La religión atraviesa toda la exposición, incluso a los artista no religiosos. Por eso este cuadro es decisivo, una buena puerta de entrada", aclara Lisa Dennison, que añade también a su selección un cuadro repetido en las banderolas de la Quinta Avenida: La duquesa de Alba, pintado en 1797 y en el que la noble, enlutada, señala con el dedo al autor del retrato en una enigmática inscripción en la tierra que pisa: "Sólo Goya". "Aunque la obra pertenece a la Hispanic Society de Nueva York muchos neoyorquinos no saben que el cuadro puede verse siempre a unas calles de aquí", explica Dennison. En la misma sección dedicada a las Damas cuelgan obras maestras como los retratos de Ana de Austria (1571), de Alonso Sánchez Coello; la reina Mariana (1656), de Velázquez y Olga en un sillón (1917), una muestra del Picasso más clásico y sereno. Este último es uno de los que la directora del Guggenheim se llevaría a casa. Es una debilidad, lo reconoce: "Es uno de mis cuadros favoritos. Lo elijo por motivos personales. Me encanta", concluye. Pertenece al Museo Picasso de París. Entre tanto, en su propio museo tiene un buen consuelo a tan sólo unos metros: Mujer planchando (1904), obra maestra de la etapa azul picassiana y niña de los ojos de la colección que ella misma custodia.
Si no midiera dos metros por el lado más corto y no perteneciera al vecino Metropolitan, Dennison añadiría un segundo cuadro a sus debilidades: La visión de san Juan (1608-1614), un desasosegante baile de desnudos y sábanas que parece pintado ayer mismo. Lo mismo que sucede con otro de los subrayados por la directora: Estudio para 'Premonición de la Guerra Civil' (1936), de Salvador Dalí: "Cuando has recorrido la rampa de la exposición y llegas hasta esta obra te das cuenta de que resume perfectamente todo lo que has visto. Es un desnudo, una crucifixión, un grito... Y una referencia clarísima a la historia".
Como en el caso de Goya, Picasso, Bacon y Hirst, a Lisa Dennison le ha sorprendido descubrir los rastros actuales de obras de hace cinco siglos y la huella universal de una pintura profundamente española. Una riqueza y una paradoja que han marcado una historia cuyos hitos fundadores se apoyan en El Greco, Velázquez, Goya y Picasso, es decir, en un griego naturalizado español, un sevillano fascinado por Italia, un ilustrado obsesionado por la España negra y muerto en el exilio y un malagueño afrancesado. Una historia que, al fin, empieza en Toledo (Castilla-La Mancha) y termina en Toledo (Ohio).
Babelia
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