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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Límites del deseo

Una película rodada al alimón con Roger Gual, Smoking room, bastó para situar al argentino Julio D. Wallovits como un valor a seguir, sobre todo por las virtudes de aquella sangrante ópera prima: un humor feroz, la voluntad de mostrar comportamientos colectivos como sarcásticas operaciones que nos obligaban a mirarnos a nuestro propio espejo; juegos de poder que se enmascaraban detrás de razones fútiles. El debú en solitario de Gual, Remake, este mismo año, nos hizo suponer que el gusto por el retrato social venía justamente de él, mientras que dos cortometrajes elusivos e inclasificables, rodados hace ya algunos meses, nos advirtieron de que lo de Wallovits iba por otro lado.

LA SILLA

Dirección: Julio Wallovits. Intérpretes: Francesc Garrido, Alex Brendemühl, Ulises Dumont, Esther Bové, Iván Morales, André Schneider. Género: drama surreal, España, 2006. Duración: 95 minutos.

Y La silla viene a confirmarlo: estamos ante todo un perro verde, un creador cuyo mundo parece limitar con Samuel Beckett y Eugene Ionesco, con el surrealismo y con tradiciones cinematográficas ciertamente poco frecuentadas por realizadores hoy en la treintena, como es el caso del argentino. La silla es un filme desconcertante, que se juega en el terreno de las claves metafóricas antes que del realismo estricto, por más que algunas de las conversaciones que se oyen en el filme (por ejemplo, las de los dos, digamos, policías que controlan al protagonista, Francesc Garrido) tienen el mismo zumbón sonido que impregnaba una peripecia realista como era Smoking room.

Pero aquí todo va por otros derroteros. En realidad, detrás de su universo absurdo, poblado por personajes de seriedad pétrea, a lo Buster Keaton, se esconde una astuta reflexión sobre los límites del deseo... que es como decir una reflexión sobre qué significa, lisa y llanamente, vivir. Y a pesar de que no oculta (antes bien, hace de ello bandera) que no está pensada para ser vista por un público amplio (estamos ante una orgullosa película de autor en toda la acepción de la palabra), sino para esos happy few, que diría Stendhal, capaces de penetrar en sus arcanos y en su particular sentido del humor, merece encontrar a esos espectadores poco o nada interesados en la convencional narrativa comercial: aquí se les convoca, en cambio, para digerir una crítica a muchos aspectos absurdos de nuestra cotidianidad, pero interpretada por personajes que parecen estar un poco mal de la cabeza, por obsesos insomnes, por tipos que sueñan con que una silla les cambie la vida. Es libre, no pacta con nadie y es un desafío abierto para espectadores inteligentes: avisados quedan.

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