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GRANDES REPORTAJES

El regreso

Antonio Banderas ha vuelto a la ciudad de Málaga para dirigir 'El camino de los ingleses', la película que refleja los años de su juventud. Melanie, sus sueños y su hija Stella aparecen en esta conversación sincera, y entre amigos

Elvira Lindo
Banderas reconoce que ha aceptado pequeños papeles por formarse como director, por ver cómo trabajan los grandes, como Brian de Palma.
Banderas reconoce que ha aceptado pequeños papeles por formarse como director, por ver cómo trabajan los grandes, como Brian de Palma.MATIAS NIETO

Elegante y discreto, como sólo puede ser un barrio burgués de Londres, South Kensington disfruta estos últimos días de septiembre de unas tardes de sol inusitadas. La hilera de casas elegantes, idénticas, proporcionan al espíritu una felicidad serena y uno imagina la emoción de la visita del sol para quien ya no esperaba tenerlo en muchos meses. El coche se detiene ante el hotel Blakes, cuya fachada se camufla entre las casas del vecindario, y que es célebre por ofrecer un lujo no ostentoso a quien fuera de casa quiere sentirse como en un hogar. El Blakes es cobijo de actores internacionales que confían en el buen hacer de Anouska Hempel, actriz que acabó dedicándose al negocio de la decoración y la hostelería y que conoce bien a ese tipo de personaje rico, caprichoso y vulnerable que quiere sentirse arropado. El artista, el actor. Se disfruta nada más entrar de una decoración suntuosa, rica en detalles orientales, que abriga estos muros de arquitectura victoriana. En medio de esa oscuridad que ahora parece reinar en todos los lugares de moda brilla la cabeza de Melanie Griffith, que parece iluminar el espacio como si fuera una alta lámpara de pie que estuviera rematada por una tulipa dorada y sobresaliera por encima de los empleados del hotel que se dirigen a ella familiarmente. Melanie Griffith revisa el correo en la mesa de recepción, pero enseguida distingue el aspecto de esta compatriota de su marido. Me mira, sonríe y pronuncia mi nombre. Me estaban esperando. Y quien esto escribe, que no es particularmente dada a la mitomanía, se queda un momento engolfada en la ilusión de haber escuchado su nombre en boca de la mujer que protagonizó Armas de mujer, La noche se mueve o Algo salvaje. La voz infantil y tremendamente sexy que susurró palabras de amor al oído de Harrison Ford, la misma voz que juguetea ahora hablando en un español torpemente gracioso, aprendido con poca disciplina y muchas reuniones de amigos de su marido. La melena rubia se agacha para darme dos besos, dos, y se echa a andar por el pasillo haciéndome una indicación con el brazo para que la siga. Es el brazo largo y flaco que luce el corazón tatuado del que todo el planeta tiene noticia. "Antonio". Voy tras ella, tras la figura esbelta y sobriamente vestida, toda de negro, rematada con unas botas de cuero elegantísimas y planas que ha estrenado esa misma tarde. Es al verla de espaldas cuando percibo su calidad de estrella. No hay duda: hay algo en ella que la distingue, algo que no necesariamente poseen todas las actrices, el halo que haría que el espectador la distinguiera entre un millar de figurantes.

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Melanie ha venido desde Los Ángeles a acompañar a su marido en los días en los que éste mezcla la película que ahora está a punto de estrenarse, El camino de los ingleses. Es difícil hablar en fila india por un pasillo con alguien que acabas de conocer, así que, aparte de celebrar el buen tiempo, le pregunto tontamente si disfruta de estos días en Londres. Me dice: "Es una ciudad especial para mí, aquí me casé con Antonio". Y el Antonio cuyo sonido "t" la belleza rubia salpica hacia fuera aparece al fondo de uno de esos patios en los que la burguesía inglesa juega a la jardinería. Antonio, con los brazos abiertos, con esa simpatía natural que la experiencia ha convertido en el saber hacer de un hombre de mundo, me conduce al salón del apartamento decorado en blanco provenzal y me invita a sentarme y a disfrutar de una merienda que su mujer ha dispuesto para nosotros. Exquisiteces que tristemente se quedarán sin ser probadas: ellos, por frugalidad; quien esto escribe, por educación. Suena de fondo Modern times, el último disco de Bob Dylan.

"Me encanta", dice Antonio y se enciende un cigarrillo americano, "es más de lo mismo, pero por eso me gusta".

Tengo ante mis ojos sus ojos mediterráneos que desde el primer momento miran sorprendentemente abiertos, sin parpadear, haciéndote sentir, como dirían en América, la persona más importante de la habitación. Es su arma, el arma con la que cautiva al interlocutor y con la que se ha ganado su lugar en el mundo. Dejando a un lado esos ojos excepcionales, de expresión honesta y a la vez humorística, Antonio Banderas es físicamente moderado. Ni muy alto ni demasiado fuerte. Él sí podría salir a la calle y camuflarse tras unas gafas de sol, él sí podría ser uno más, él sí. El hombre que tengo ahora delante de mí, haciéndome ver que estará dedicado en cuerpo y alma a esta charla sin límite preestablecido, podría haber sido otro Antonio, haber abandonado su anhelo juvenil de ser actor y haber sido el feliz dueño de un restaurante o haber regentado un negocio, siempre exitoso, siempre el centro de un lugar en el que pudiera hacer gala de su buen carácter. Sería este mismo Antonio, con el mismo cigarrillo en la mano, tarareando de vez en cuando la canción del ya viejo Bob Dylan. De alguna forma, de eso trata la historia que ha llevado al cine, de los sueños realizados y de las muchas vidas posibles. Él está muy capacitado para hablar del deseo porque la realidad aumentó las expectativas que ese deseo había trazado. Eso es algo que suele suceder a la inversa.

"Es cierto, cuando empecé en el grupo de teatro de Málaga, muy jovencillo, mi sueño era ser actor, pero la realidad siempre me fue sorprendiendo. El irme a Madrid, el llegar a trabajar en el teatro María Guerrero con Lluís Pasqual, el trabajar con Almodóvar y luego en América… Siempre cuento que yo vivía en la pensión de doña Antonia, en el centro de Madrid; recuerdo que algunas noches no podía dormir porque la pensión daba, pared con pared, con el teatro en el que se interpretaba Evita. Los bajos del musical me mataban, todas las noches me las pasaba maldiciendo. Quién me iba a decir a mí que acabaría interpretándola en el cine. Todo es algo que podía no haber ocurrido y, si no hubiera ocurrido, yo no me hubiera sentido especialmente desgraciado porque hay muchas cosas que tengo que no esperaba".

Desgraciado no es un adjetivo que describa al personaje, ni en su momento actual ni en su actitud ante la vida. Lo que sus amigos definen como una suerte que le acompaña desde que nació se basa en algo menos misterioso y que a todas luces define la psicología de Banderas por encima de ninguna otra cosa: es un soñador activo, es optimista. Alegre. Esa alegría es la que ha sabido transmitir a toda la troupe de jóvenes actores con la que rodó en Málaga los pasados meses una historia de sueños juveniles, basada en la novela del también malagueño Antonio Soler, pero que él ha transformado en algo muy personal.

"La novela fue la excusa. Me la regaló Antonio Meliveo (músico y productor de cine). Meliveo es amigo mío de juventud y Soler también; con Soler tuve menos relación, pero todos nos conocíamos, nuestros intereses eran comunes, el teatro y cierta inquietud cultural muy de la época. Date cuenta de que la historia transcurre en 1978. Hacía tiempo que quería contar algo así, generacional, y al leer la novela lo vi clarísimo. Cuando el director de fotografía me preguntó qué es lo que quería hacer, yo le dije: "Mira, lo que yo quiero exactamente es fotografiar el recuerdo". Yo admiro mucho el realismo puro y duro, lo valoro, pero no es mi estilo. A mí me gusta mirar hacia atrás de la manera en que lo hacía Federico Fellini o Bob Fosse… Ellos me interesan más porque no te cuentan exactamente los hechos, sino cómo tú has asimilado lo que pasó, cómo el recuerdo es modificado por la memoria y la propia vida. No sé qué van a decir los malagueños de la película, a lo mejor hay gente que se siente decepcionada porque espera que sea como un documental sobre Málaga. Lo siento, pero… lo que uno recuerda siempre tiene algo de sueño, de irrealidad. Quería ver en pantalla los colores del recuerdo, que para mí eran tan fuertes. Porque sí, vivíamos en una dictadura, pero si uno es sincero lo que más te importa en esos años juveniles es una novia, lo que deseas hacer con ella, los amigos, y esa fuerza que tiene la vida cuando la tienes entera por delante. Eso era lo que yo quería retratar. En la juventud y en la niñez los colores siempre son luminosos".

Mientras nos dejamos llevar por esta conversación desordenada y caprichosa, Melanie entra y sale. Interviene, come un pequeño bocado, se sienta encima de él, le besa, se deja preguntar también.

-Ahora estás de vacaciones… -le digo.

-Bueno… No tengo trabajo.

-¿No tienes trabajo?

-No.

-¿Pero tienes proyectos?

-Tampoco, no tengo nada.

-¿Nada?, ¿Melanie Griffith no tiene ningún proyecto para el futuro?

-No, soy demasiado mayor. Para los productores soy demasiado mayor.

-Entonces…

-Entonces soy esposa y mami. Está bien. Me gusta.

-Ahora te pareces más a tu madre…

-… (Ella sonríe y mira a Antonio).

- ¿Qué aprendiste de ella?

Los dos se miran con una complicidad e ironía que me excluye de entender claramente qué es lo que se están diciendo con la mirada.

-A maquillarme. (Se ríen los dos).

-Mi suegra -dice Antonio- es una mujer excepcional, con mucha fuerza, mucha personalidad. Ella tenía una belleza muy especial, fría, un poco a lo Catherine Deneuve… Esa belleza encuadraba muy bien en el cine que hacía Hitchcock, pero Melanie es otra cosa. Melanie es la maestra.

-No escribas eso -me dice ella.

-Es verdad, Melanie es la maestra en el arte de la naturalidad, nadie puede superarla en eso. Es una actriz maravillosa. Yo estoy deseando dirigirla.

-Tú, Antonio, con una familia tan malagueña, tan española, tan protegido siempre, y tú, Melanie, que viviste una infancia americana y de Hollywood, ¿cómo conseguisteis unir esos dos mundos?

-Fue un lío al principio -dice Antonio y los dos se ríen.

-Todo era raro para mí -dice Melanie-. Hasta la pata de cerdo seca, el jamón, que había en la cocina.

-Siempre nos acordamos de las primeras navidades. Juntamos a las dos familias enteras en Málaga. Qué valor. Imagínate, mi padre enfrente de mi suegra. Mi padre, como les ocurre a todos los españoles de su generación, piensa que si le gritas a un extranjero te va a entender mejor y se pasó la cena gritando: "¡Que le digo que cómo me gustó usted en Los pájaros!". Pero lo gracioso es que luego mi padre se metía detrás de mi madre a la cocina para ayudarla y seguía gritando, y mi madre le gritaba a él: "¡A mí no me grites, que yo sí que te entiendo!".

Los dos son ágiles, juveniles, con esa rara cualidad de los que atravesarán los años de jóvenes a viejos pasando de puntillas por la madurez.

-Hago yoga -me dice abrazado a Melanie-, me introdujo ella. Nunca me ha gustado la gente musculosa, creo que el cuerpo ha de responder a una armonía y el yoga ayuda a eso. Lo hago todos los días y luego corro durante una hora. Me gusta sudar, me viene muy bien. Soy muy nervioso y eso me beneficia. En estos días que sufro jet-lag me levanto, hago meditación, practico mis ejercicios. En mi casa no entran las pastillas, por razones obvias (las razones obvias provienen de la mujer de pasado difícil que acaba de salir de la habitación y tras un "I love you, babe" se acaba de marchar a la calle).

-Tengo que confesarte que he venido por conocerla a ella también…

-Ya lo sé. No me extraña.

-Cuando la ves en persona comprendes la esencia de la vulnerabilidad que siempre le ha concedido a todos sus personajes…

-Sí, sí, es una mujer que dan ganas de acurrucarla.

-¿Cómo puede llevar un actor y más una actriz de su categoría el no trabajar?

-Pues sorprendentemente bien. Ella está muy centrada en nuestros hijos; es una madre excepcional, ¿sabes? Pero yo te confieso que no lo llevaría igual, a mí me llevarían los demonios. Si me faltara el trabajo creo que sufriría muchísimo, afortunadamente eso no me ha pasado y por eso en parte estoy iniciando esta carrera como director. No descarto que finalmente me dedique fundamentalmente a esto.

-¿Tú entiendes la razón por la que a una mujer a partir de los 35 años le empieza a faltar trabajo en el cine?

-No, en absoluto. A mí, que una actriz de su talento esté sin trabajar me parece un desperdicio.

-Quiero decir que si tú, como espectador, puedes entender que el público quiera ver a una protagonista joven, si crees que sólo una mujer joven puede despertar deseo…

-Eso es una conclusión a la que han llegado los productores, que intentan cautivar al público juvenil, que se supone que es el mayoritario. No es mi caso. A mí me gustan las mujeres mayores; vamos, maduras. Me gusta tener alguien en la vida con quien entenderme de igual a igual. Mis mitos han sido mujeres como Anna Magnani o Simone Signoret y no necesariamente cuando eran jóvenes. Quiero que una mujer sea interesante. Hombre, claro que me gusta una tía buena, pero no es lo único que me interesa de una mujer, tiene que haber más cualidades. Pero date cuenta de una cosa: si en una película una mujer joven está con un hombre maduro se acepta como algo natural; si una mujer madura está con un hombre joven, ése es el argumento de la historia. Fíjate que Melanie es sólo tres años mayor que yo y nunca se cansan de repetirlo.

-¿Y cómo crees que te ve a ti ahora en América?

-A mí me gusta el momento en el que estoy, me gusta porque me encuentro en ese lugar intermedio que me resulta ventajoso. No estoy arriba, en el top, ni estoy abajo. Hago películas supercomerciales en las que me permito pedir un dinero que luego me deja hacer otras cosas.

-¿No tienes un caché?

-No, ni Melanie ni yo tenemos caché. Si hago una película popular para todos los públicos sé lo que puedo llegar a pedir, pero si me llama un director que me interesa para un proyecto que me interesa artísticamente, voy volando. Yo le dije a Brian de Palma que sí a un papel pequeño sólo por ver cómo rodaba. Le pedí que me dejara verle trabajar, y aunque a veces eso es incómodo para un director, me lo permitió.

-¿Qué le dirías a la gente que echa de menos al Antonio de Átame?

-Que no descarto volver a trabajar con Almodóvar.

-¿Y sigues condicionado a hacer papeles de latino, con todo lo que ello implica?

-No, los americanos han aceptado mi acento. El acento Banderas ya ha sido admitido.

-Y en cuanto a la crítica, ¿cómo se te considera en estos momentos?

-Bueno, para mí hacer el musical Nine en Broadway fue decisivo, ha sido importantísimo. Han empezado a verme de otra manera, como algo más que un actor comercial. Era teatro, que para ellos son palabras mayúsculas, no todos los actores de Hollywood se atreven. Fíjate los palos que le han dado ahora a Julia Roberts. Era cantar en directo una música que no era fácil. Era sostener toda una obra.

-¿Te gustan los musicales?

-Muchísimo. Me gusta mucho la música. Aprendí a tocar el piano; bueno, a defenderme en un rodaje en Almería en el que estaba aburridísimo. Me compré un pianito portátil y ahí empecé. Aquí, por ejemplo, en Londres, he cantado con Sting y con Billy Joel, que yo mismo lo pensaba y me decía: Dios mío, aquí estoy con estos dos monstruos. Y en mis dos películas la música es muy evocadora. En esta de ahora hasta hay una canción de los Who, porque era la música de mi juventud.

-¿Qué sentiste en el momento en que se levantaba el telón en Broadway?

-Pánico. De pronto es el momento ese en el que piensas: qué coño hago yo aquí. Pero tenía tantas cosas que hacer en escena durante dos horas que no tuve mucho tiempo para regodearme en ese pensamiento. La crítica lo valoró muchísimo. Creo que para ellos no soy el mismo desde entonces.

Melanie vuelve a entrar gatuna y misteriosa de la calle.

-Melanie, ¿tú estuviste al mismo tiempo haciendo Chicago?

-Sí, me pareció el mejor momento aprovechando que Antonio estaba allí. Había trabajado, cuando empecé, en el Off-Off Broadway, pero nunca en un teatro comercial, así que esta vez me presenté a una audición para el papel de Roxie Heart.

-¿Te presentaste a una audición, no te daban el papel directamente?

-No, yo quería hacer las cosas bien, como todo el mundo. Y fueron tres meses mágicos, porque nuestros teatros estaban uno frente al otro en la calle 49, el teatro Ambassador y el teatro Eugene O'Neill.

-Sí -dice Antonio-, toda aquella experiencia es para que yo me pusiera un día y la escribiera. Algún día lo haré. Era algo mágico, desde mi camerino yo la veía a ella arreglarse el pelo, pintarse.

-Mi función -dice Melanie- acababa diez minutos antes que la de Antonio. Entonces yo salía del teatro y cruzaba la calle, pero nunca la cruzaba sola, siempre había un montón de admiradores esperándome, y era muy divertido ir de una puerta a otra escoltada por una masa de gente. Entraba al teatro de Antonio y todas las noches veía acabar su función y los aplausos. Me encantaba. Lo recogía y nos íbamos a cenar.

-Había un día en que yo no tenía función y me gustaba ir a verla entre cajas y ver a las chicas que salían con ella (se ríe), que estaban estupendas.

Melanie se esfuma de nuevo después de enseñarme los libros que le han comprado a la niña Stella en una elegante librería de viejo cercana. Alicia en el País de las Maravillas y cinco volúmenes de aquellos libros de serie de Enyd Blyton con que los niños de la generación de Banderas y la mía supimos algo de la cultura escolar inglesa y de las tartas de frambuesa comidas en secreto en maravillosos cobertizos.

-¿Cómo conseguís mantener cierta normalidad en vuestras vidas?

-Bueno, pasamos tanto tiempo fuera de casa que nos gusta recogernos. No hacemos casi vida social, recibimos amigos. Por casa pasan Sharon (Stone), Salmita, Penélope. Yo les preparo una paella. Arnold Schwarzenegger, por ejemplo, es un fan tremendo de mi paella. Pero nos dedicamos fundamentalmente a los hijos. Me gusta que nuestros hijos estén en Málaga rodeados de mucha gente, como yo me crié, de los hijos de mis amigos, de mi familia. En Hollywood los niños han vivido siempre muy abandonados; detrás de cada hijo de estrella que se crió allí hay una historia desgraciada. Nosotros, cuando llegamos de un viaje, hacemos terapia de sofá. Hablamos con ellos. Yo soy para los hijos de mi mujer una referencia. Es verdad que en América enseguida se desentienden de los hijos. Nosotros queremos estar encima de ellos. Queremos que conozcan el mundo verdadero. Viven en una casa magnífica, tienen lo mejor, pero nos gusta aprovechar los rodajes para que conozcan mundo. El tiempo que yo he trabajado en América Latina los paseábamos por allí, les decíamos: mirad, así viven los niños de estos países, así es la realidad, lo vuestro es una excepción.

-Pero vosotros ya no podéis ser como cualquiera, vivís con la condición ineludible de ser dos grandes estrellas del cine.

-Es verdad, pero hasta en ese mundo de estrellas encuentras la debilidad humana. Al principio, yo me sentía muy impresionado; imagínate, me veía al lado de Tom Hanks, por ejemplo, y era como si no pudiera comportarme de forma natural, pero enseguida empecé a normalizarlo.

-En eso te ayudó, imagino, la manera de ser de tus padres.

-Seguramente, a mis padres siempre les ha encantado el cine. Era una de sus aficiones. Cuando yo era pequeño siempre se iban al cine. A mi padre le encantaba David Lean, por ejemplo. Y sabían muchísimo, conocían a todos los actores. Pero no eran mitómanos, siempre han sido muy naturales, siempre han sabido cómo comportarse. Por ponerte un ejemplo, cuando se estrenó Evita aquí, en Londres, había una sala donde estaban los vips, los invitados de los artistas. Ahí dejé a mis padres. Cuando volví, mi madre estaba riéndose y hablando sin parar con el entonces primer ministro John Major, que sabía español porque veraneaba en España. Y Sarah Ferguson me dijo: pero qué graciosísima es tu madre.

-Por esas casualidades de la vida yo hice un trayecto en coche con ella, en el Festival de Málaga, ella recogía un premio especial que te daban. Me habló de lo que admiraba a Melanie antes de que fuera tu mujer, de lo que le había gustado Armas de mujer…

-Sí, mi madre es la bomba.

-¿Recuerdas la primera vez que viste tú a Melanie Griffith?

-Perfectamente. No fue en Two much, fue antes. Yo estaba en Hollywood con Mujeres al borde de un ataque de nervios. Iba con Pedro. Y ella iba precisamente con Armas de mujer. Esa noche perdimos todos. Recuerdo que la vi al entrar, vestida con un traje largo gris perla, con perlas que le colgaban en el escote. Estaba espectacular, y yo voy y le pregunto a Pedro: "¿Quién es esa tía tan buena?", y me dijo: "Quién va a ser, Melanie Griffith".

En estos días en los que da los últimos toques a la película, Londres le sirve de base para las entrevistas españolas. Le veo posar en la calle, aceptar disciplinadamente las indicaciones de los fotógrafos, cambiarse de ropa, de chaqueta, siempre en un estilo muy juvenil, discreto. Sólo la coleta y el pelo pegado hacia atrás le disparan la fuerza de sus ojos, que utiliza de forma intencionada y coqueta en su pose más característica: baja la cabeza y mira fijamente a la cámara, con una dureza ligeramente irónica, llena de sentido del humor. En la mano derecha, un anillo de hombre duro, la cabeza de un leopardo con dos ojos de rubí. El anillo que le regaló Melanie Griffith al poco tiempo de conocerlo. La forma de sellar un compromiso que entonces parecía el simple coqueteo del chico de Málaga que se había ligado a la extranjera y que el tiempo ha consolidado convirtiéndole en padre de familia, marido, tatuaje y artista internacional.

-¡Antonio Banderas! -le grita un señor de la vecindad cuando nos estamos subiendo al Mercedes que nos ha de llevar a los estudios donde Antonio empezará a trabajar de siete a tres de la madrugada-. Encantado de verlo por aquí.

-Qué raro debe de ser que le conozcan a uno en todo el mundo… -le digo.

-Lo vas asimilando.

-Creo que mientras rodabas la película en el centro de Málaga había cientos de personas observando el rodaje.

-Sí, eso fue muy divertido.

-Parecería como si una película de Berlanga tuviera lugar al mismo tiempo que tú rodabas tu historia.

-Sí, algo así. Era muy gracioso porque la gente se tomaba aquello como un espectáculo. Y tú sabes lo pesados que son los rodajes. A lo mejor estábamos rodando simplemente a Juan Diego saliendo de la cárcel. El ayudante mandaba callar y la gente se quedaba en silencio, y cuando yo decía ¡corten!, todo el mundo empezaba a aplaudir.

-Parece que has logrado encontrar una cierta paz cuando vas a Málaga, que puedes vivir más o menos tranquilamente.

-Bueno, en estos años me han dado allí medallas, reconocimientos, habría quien podría considerar todo ese tipo de cosas algo cheesy (hortera), pero la verdad es que yo lo agradezco; además, con el tiempo he necesitado volver a mis raíces. Si he estado en la Semana Santa malagueña lo he hecho de corazón. A Melanie le encanta, ella percibe que hay algo más que lo puramente religioso, que es una expresión de espiritualidad.

-Pero tú no puedes ir por Málaga como cuando eras joven. Hacer lo que te dé la gana sin ser observado se te ha acabado allí.

-Esa era otra de las razones por las que quería hacer esta película, para vivir a través de estos personajes la forma tan libre en que yo viví esa Málaga y que nunca volveré a disfrutar. Tuve una infancia bastante feliz. Normal, sin grandes lujos, de clase media. Madre maestra y padre policía. Es gracioso, ahora pienso que pasé de presumir en la escuela porque mi padre era policía a ocultarlo precisamente en los años en los que transcurre la película. Aunque mi padre no era de la brigada político-social y eso para mí fue un alivio.

-¿Le hubiera gustado a tu mujer vivir una infancia como la tuya?

-No lo dudes. Es duro, pero es así, para ella es algo envidiable.

-¿Y hay algún sitio del mundo donde puedas tener de nuevo tu libertad juvenil?

-Pues no es en Los Ángeles, porque Los Ángeles no es nada. Allí estás por lo que estás. Mi próxima ciudad será Nueva York, creo que allí es donde vamos a poder sentirnos más a gusto. Viviremos en el Upper West, cerca de Columbus Circle, en ese barrio, que es de verdad un barrio, y donde creo que nuestros hijos podrán criarse sin ser asediados.

-¿Te refieres también al asedio que hay en España a la gente famosa?

-Absolutamente. Me parece indignante. Lo de Marbella está siendo sangrante. Si una persona como Julián Muñoz ha cometido algún delito hay mecanismos en nuestro país para que pague, pero que a un individuo se le acose de esa manera es inhumano. Yo no quiero que a mi hija Stella le hagan pagar el hecho de que su madre y su padre son famosos. Ella no lo ha buscado. No quiero que salga del instituto y tenga veinte fotógrafos esperándola. No quiero que nadie le perturbe y le fastidie su juventud. Eso en Nueva York no le va a pasar, ella podrá ser simplemente ella.

En los estudios están esperando gente de producción de la película: el técnico de mezclas, Peter Maxwell, y los otros dos Antonio de la historia, Soler y Meliveo. Banderas se pone inmediatamente manos a la obra y no sólo controla los desajustes acústicos, sino que sirve de traductor, sin pereza y con elocuencia, entre los técnicos ingleses y los españoles. El acento Banderas, como así lo han acuñado los críticos americanos, se basa sobre todo en la naturalidad con la que los dos acentos que andan en su cabeza, el andaluz y el americano, se han acabado ajustando, haciendo que el andaluz a veces suene algo americanizado y el americano tenga un deje. Pero aquel joven que hizo su primer protagonista en el María Guerrero gracias a esa vieja historia que se repite de generación en generación de cómicos por la cual el actor principal se pone enfermo y el jovencillo pilla al vuelo su oportunidad, aquel joven que vivió intensamente el Madrid de los ochenta y cuyo entusiasmo cautivó a Almodóvar, el joven que tuvo una entrevista en Londres para su primera película americana, Los reyes del mambo, sin tener casi ni idea de inglés, mirando a los ojos de su interlocutor, diciéndole a todo que sí y aprendiéndose luego el papel fonéticamente, hoy es un hombre de mundo, que ha conjugado el desparpajo malagueño con la campechanía americana.

-Quise tener a los actores cerca de mí -me dice mientras los vemos en pantalla, jovencísimos, luminosos, primerizos-, vivía con ellos, quería que todos nos empapáramos de lo que se cuenta en la película. Al fin y al cabo, les decía, vosotros estáis en la misma situación que los personajes, también queréis que vuestra vida cambie, que dé un giro.

Mientras Banderas se concentra en la pantalla, hago un aparte con Meliveo, al que es fácil imaginar en sus años juveniles, cuando recorría Málaga de punta a cabo en una moto imposible, hecha de retales. Hablamos en voz baja.

-¿Se parece este Banderas al que fue tu amigo de juventud?

-El Banderas de mediados de los setenta era un joven ilusionado e ilusionante, impetuoso, alegre y entusiasta, hiperactivo, irreflexivo, soñador; era un parlanchín retórico, un embaucador ingenioso, desprendido, desordenado, olvidadizo… Un vendaval. Después de treinta años, el vendaval se ha convertido en huracán y el soñador ya no lo es. Ahora ya no cuenta sueños, ahora cuenta realidades. Ya no sueña, proyecta y realiza. Por esto, si me dice: "subamos en coche al Everest", yo le digo: "¿en el tuyo o en el mío?".

Al otro lado está Soler, el responsable de que estemos todos esta noche aquí. Se ha encontrado con un Banderas al que los amigos llamaban, y a veces aún llaman, Jose. Ha sido tratado con respeto y consideración por el actor-director que le consultaba los cambios a los que la historia se iba sometiendo.

-Sí, Antonio era Jose. Lo recuerdo entusiasta y con un punto de inocencia bastante acusado. Con una especial habilidad para ver el lado bueno de las cosas y no dejarse enredar por aquello que no pudiera proporcionarle un enriquecimiento personal.

A la hora de la cena, los Banderas nos llevan a Zuma, un restaurante japonés inmenso en el que la gente cool inglesa se desfoga el viernes por la noche. La entrada del matrimonio en el restaurante parece un plano secuencia de Martin Scorsese. Irrumpe la estrella rubia seguida del actor español. Se abre un pasillo natural para que ellos pasen. Los camareros les van saludando, el maître, el propietario, la gente moderna y guapa de las mesas se vuelve sin reparo a mirarlos. Hay sonrisas, saludos, codazos. Nos sentamos en el suelo en torno a una mesa, pedimos la bebida. Melanie le explica al camarero cómo ha de preparar un cóctel sin alcohol al más puro estilo Shirley Temple.

Brindamos por esta película. ¿Qué esperas que diga la crítica, el público?, le pregunto. "No lo sé, dice él, creo que va a sorprender, no es una historia costumbrista al uso. Pero estoy tranquilo. He aprendido a no tener expectativas. El yoga, los años, me han ayudado a no sufrir con las expectativas". Los ojos de "la rubia", como él la llama cariñosamente, brillan en la penumbra. Sonríe a los dos amigos de su marido. Imagino que para ella es como ver algo de lo que fue el pasado del chico malagueño, ese pasado que no nos pertenece del ser amado. Algo de aquel Antonio podrá ver, y nosotros, en esta película, aunque sea una confesión camuflada por los personajes que creó el escritor Soler. La rubia escucha con atención, entendiendo a medias, una conversación que gira en torno a un nuevo proyecto que al actor le tienta desde hace un tiempo. Ella es ahora, más que nunca, una de esas chicas cómicas llenas de melancolía que dio vida en el cine. Esa belleza desvalida.

Banderas me mira fijamente y me dice: no escribas nada sobre esto, que es un proyecto delicado y no quiero que se me frustre. Le aseguro que no lo haré, que se sienta libre hablando, que yo he venido a la cena sólo para divertirme.

-A ver si en vez de una entrevista lo que resulta de todo esto es que nos estamos haciendo amigos.

Entonces comprendo que el secreto de este hombre no radica en su suerte sino en su encanto. En un encanto que consigue que el mundo, la rubia, los amigos, el camarero, la novela de Soler, el pasado de Meliveo, los productores, los padres, yo, Málaga, y el tatuaje sobre esa luminosa piel blanca, giremos en torno suyo.

'El camino de los ingleses', la película de Antonio Banderas, se estrena el próximo 1 de diciembre.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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