La presión del gas
Se suponía que la Bielorrusia del dictador Lukashenko era la más fiel aliada, política, militar y económicamente, de la Rusia de Putin. Sin embargo, el Kremlin no ha dudado en amenazar a Minsk con cuadruplicar el precio del gas que le vende si ambos países no llegan a un acuerdo para compartir a partes iguales la red de gasoductos bielorrusa, por la que transita un 20% de lo que va al resto de Europa. Justo ahora a las puertas del invierno, interesa al conjunto de Europa saber cómo termina este pulso al igual que ocurrió hace ahora un año con Georgia.
En esta ocasión, la disputa gira no sobre el principio, sino sobre el precio a fijar a los gasoductos. Las relaciones entre Moscú y Minsk atraviesan difíciles circunstancias. Lukashenko ha realizado una significativa visita a Irán donde ha firmado acuerdos de intenciones en materia de energía y petróleo. El exceso de presión sobre sus aliados naturales puede acabar volviéndose en contra de Rusia. En octubre, Putin amenazó con recortar los suministros de petróleo a Minsk -que Bielorrusia reexporta tras refinarlo- si no llegaban a un acuerdo sobre una unión aduanera. Después, le desafió con utilizar la palanca del suministro eléctrico. Ahora, el Kremlin pulsa la tecla del gas, en un mal momento, pues pese a tener Rusia un 16% de las reservas mundiales, la falta de inversiones por parte de la empresa Gazprom puede llevar este invierno a cortes en los suministros en algunas partes de la propia Rusia. Aunque exige a algunos de sus vecinos de la antigua Unión Soviética -como Georgia y Bielorrusia-, Moscú le pide a Turkmenistán que siga bombeándole el gas que le falta a Gazprom pero a un precio muy por debajo del mercado.
Putin está practicando un indigno neoimperialismo con el gas y otros productos energéticos. Pero los países que buscan realmente autonomía e independencia respecto al gigante ruso deberían prepararse a aceptar las reglas del mercado, como han hecho otros que pagan por el gas ruso que reciben lo que marca el mercado.
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