El Ejército israelí se retira del norte de Gaza dejando más de 60 palestinos muertos
Las tropas israelíes abandonaron ayer Beit Hanun, en el norte de la franja de Gaza, dejando la ciudad, de unos 40.000 habitantes, arrasada: cientos de viviendas destruidas, las infraestructuras seriamente dañadas, docenas de hombres capturados y 64 muertos, dos decenas de ellos civiles.
Pero esa retirada no significa que cesen las muertes. Ayer murieron ocho milicianos y una mujer, cuñada de Yamila al Shanti, diputada de Hamás. Al Shanti fue la principal organizadora de la operación que llevó a cientos de mujeres a facilitar la huida, el viernes, de unos 60 milicianos que se refugiaban en una mezquita de Beit Hanun, que fue derruida.
Mientras Hamás y Fatah tratan de pactar un Gobierno de unidad palestino dirigido por un tecnócrata ajeno a los islamistas, el Ejecutivo israelí se encargó ayer de propinar el esperado varapalo a esa negociación. Si la pretensión de los partidos palestinos es sortear el embargo económico que ha postrado Gaza y Cisjordania en la miseria, la ministra de Exteriores hebrea, Tzipi Livni, echó un jarro de agua fría al alentar a EE UU y a la UE a proseguir con las sanciones económicas, salvo en el supuesto muy improbable de que el Gabinete reconozca a Israel.
El Gobierno de Ehud Olmert no va a disminuir la presión si el nuevo Ejecutivo palestino no se pliega a las exigencias de los impulsores del bloqueo: reconocimiento formal del Estado judío, renuncia a la violencia y aceptación de los acuerdos suscritos por la Organización para la Liberación de Palestina. Y no es probable que el eventual Gabinete -sería designado en buena medida por Hamás, aunque sus líderes quedaran excluidos- se amolde a esos requisitos.
Tzipi Livni no se anduvo por las ramas: "No importa cuáles sean sus nombres. Lo que importa son los principios que guíen al Gobierno palestino y que cumplan las tres condiciones". Sin el reconocimiento explícito de Israel por parte de Hamás, no hay compromiso entre los partidos palestinos que valga. Livni animó a Estados Unidos y a la UE a perseverar en el castigo económico. Es la retórica habitual desde Tel Aviv, siempre tan precisa en las exigencias a los palestinos como difusa a la hora de admitir alguno de sus derechos.
Las garantías que pueda ofrecer el presidente Mahmud Abbas sobre el levantamiento del embargo era uno de los asuntos cruciales de su negociación con el primer ministro de Hamás, Ismail Haniya. Nada apunta a que el mandatario pueda conseguir la reanudación de las ayudas financieras. De ahí que un pacto entre las facciones palestinas no contribuiría, al menos a corto plazo, a aliviar las penurias de los casi cuatro millones que pueblan los territorios ocupados. Entre otras cosas porque el acuerdo se basa en un juego de palabras que permite a ambos partidos interpretaciones a su gusto sobre la resistencia armada o el reconocimiento del Estado sionista. "Si queremos un Gobierno que satisfaga las condiciones impuestas por Israel y EE UU, las diferencias entre Hamás y Fatah aflorarán", afirma el profesor de Ciencias Políticas Sattar Kassem.
El interés de la Administración y el Ejército israelíes se centra más bien en fomentar la discordia entre Hamás y Fatah. Desde hace semanas, militares estadounidenses financian y entrenan a la Guardia Presidencial palestina ante un probable enfrentamiento armado con Hamás.
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