El minimalismo ha crecido
Los suecos Marten Claesson (1970), Eero Koivisto (1958) y Ola Rune (1963) forman un estudio atípico. Se conocieron en clase, pero ninguno llegó a la Escuela de Arquitectura de Estocolmo a edad adolescente. Koivisto, el mayor, lo hizo tras intentar triunfar como bajista en un grupo de rock. Rune, el mediano, cuando no terminó de lanzarse en Londres como diseñador de moda. Claesson era el técnico, y aterrizó en la escuela después de sentirse más artista que sus colegas ingenieros. Y en la limpieza de una mesa vacía se encontraron. Corría el año 1995 y de esa sobriedad hicieron una estética. Y un lema. Para dibujar algo es preciso mejorar el papel en blanco.
Han pasado diez años desde aquellos comienzos. Hoy dibujan con curvas y colores. Y lo hacen por medio mundo: edificios en Japón y diseños para empresas italianas. Lo suyo es la contención, la sobriedad exquisita. Luego se dan el gusto de romperla. ¿O de diferenciarla? Con esa fama de exquisitos, sorprende que su lugar de trabajo esté en Sodermalm, la zona bohemian-chic en el sur de Estocolmo. Tiendas de ropa, algún café vegetariano, talleres de reparación, una carnicería y, de repente, un escaparate insólito: un bajo completamente blanco. Es su estudio. Se descienden tres peldaños. Tras el cristal del escaparate sólo hay una mesa cuadrada y ocho sillas. Dos por lado. Detrás: tres paños de cristal traslúcido.
Han puesto un dispensador de celo sujetando la puerta para que no haya que llamar. No hay timbre. Tras los paños traslúcidos está el secreto, y un cierto desorden: la zona de trabajo de los cinco arquitectos, y dos diseñadores, que hoy forman el estudio.
Junto a la estantería cuelga un papel con una nota en sueco, claro. Me la traducen: "Chicos, me interesa este local. Os dejo esta nota porque no encuentro el timbre y he notado que os vais a mudar". Me explican que cuando la encontraron pegada a la puerta acababan de llegar. Estaban, por fin, instalados.
¿Cómo se llega al minimalismo? ¿Se elige? ¿Se lleva en la sangre?
En 1990 todos estudiábamos juntos. Teníamos eso en común. Pero poco más. Entre nosotros había una diferencia de edad de 12 años. Pero elegimos sentarnos en la misma mesa. Así empezó todo: alrededor de una mesa vacía. Nos hicimos íntimos amigos. Respecto al minimalismo, nadie nos forzó. No tenemos ningún arquitecto en la familia.
¿Qué tenían en común?
Aparentemente, nada. Luego han empezado a salir cosas. Nuestros padres son médicos. Los tres. No sabemos si eso marca de alguna manera. También nuestra posición en el estudio es la misma que teníamos en nuestra familia. Eero es el mayor, y es el más osado, el que tira del grupo. Ola, el mediano, es el diplomático, el abogado del diablo. Y Marten, el pequeño, pero, tal vez, el más crecido, el único con casa propia y tres hijos. Es el que mantiene los pies en el suelo, el que se pregunta cómo hacer las cosas. Pero todos hacemos de todo. Así ha sido siempre. Fuimos amigos antes que socios. Nos gustaba trabajar juntos, y si no íbamos a tener más remedio que trabajar, más valía hacerlo juntos. Todo crece cuando se hace a tres manos: la ayuda, la crítica Nos hemos acostumbrado a hacerlo todo juntos. Y nos gusta así.
Entonces, ¿cómo se llega a la sobriedad? ¿Está en el ADN? ¿Es cultural? ¿Se siente, se necesita, se aprende, se impone?
Uno debe ser curioso. No centrarse sólo en su propio trabajo. Y aprender cómo respira el mundo. Para poder vivir, un arquitecto y un diseñador necesitan tener algún talento especial. Y es importante saber encontrarlo. No todo el mundo puede hacer edificios esculturales. Uno debe ser autocrítico y saber qué puede aportar. Es una cuestión de supervivencia, de picardía casi. Se trata de atender a lo que el mundo pide y luego servirlo con embalaje nuevo.
Están diciendo que son casi minimalistas porque no han sabido ser maximalistas.
Somos tres. Tenemos la crítica en casa y eso nos hace ser realistas. No sé si nos gustaría ser maximalistas. Cuando hemos querido probar algo en la vida: moda o música, lo hemos hecho. Hasta que hemos podido o hasta que nos hemos cansado. Lo único que podemos decir es que lo que hacemos nos gusta. Por eso lo hacemos. Pero no es lo único que nos gusta. En la vida te gustan muchas cosas, y muchas personas, que no te llevarías luego a casa. Pues eso.
Una vez tomaron esa decisión de limitar sus colores, sus formas. ¿Lo acataron con tranquilidad o envueltos en dudas?
Si no tienes dudas es que no estás explorando lo suficiente. Tenemos dudas todo el rato, naturalmente. Pero tampoco se trata de mostrárselas a los clientes. No es cuestión de asustarlos. Quien no tiene miedos no crece.
¿Y cómo las combaten?
Nos interesa progresar. Ir desarrollando un trabajo, unas ideas sobre la arquitectura, el interiorismo y el diseño. Para evolucionar tienes que cuestionar. Funciona así. De modo que vivimos cómodamente en la duda. Nos hace sentir que estamos trabajando. Nosotros barajamos la luz, los espacios y el color. Después de diez años sabemos cómo hacer ciertas cosas. Seguramente habría clientes que nos las comprarían. Pero no queremos hacer eso con nuestra vida. Queremos crecer. Aprender. Tener nuevas ideas. Sufrir o disfrutar cada proyecto, cada encargo. Cambiar es un reto mayor que permanecer.
¿Cómo han ido cambiando?
Somos más atrevidos. Las dudas nos han regalado eso. Hace poco terminamos el café de la Ópera de Estocolmo. El más antiguo de la ciudad. No se podía hacer casi nada en él. Cada clavo estaba protegido. Los techos eran altísimos, los candelabros eran maravillosos. Pero nada se podía tocar. Nos encargaron la remodelación. Y, por supuesto, respetamos cada clavo. No tocamos nada. Pero lo cambiamos casi todo. Le dimos la vuelta al encargo.
¿Cómo?
Con un espejo gigante que no se podía apoyar en ningún sitio. Fue un invento. Trabajamos con una fibra japonesa que evita que alguien vea desde el asiento de al lado lo que estás escribiendo en tu pantalla de ordenador. Lo investigamos con la empresa italiana de cocinas Boffi y lo pegamos a una superficie. Tuvimos miedo. Y claro que dudamos. Era una idea cara, pero entre los tres decidimos tirar adelante con ella. El resultado, creemos que es muy bueno. Pero eso no nos evitará volver a dudar cuando corramos otro riesgo. No las tienes todas contigo todo el rato.
Hace diez años que, desde que empezaron, se ganaron una reputación como minimalistas. Y desde entonces han tratado de romperla. Sin dramatismos, pasito a pasito. ¿Por qué?
Eso es exactamente lo que queremos: hacer cosas simples con significados algo menos que simples. Lo que nos gusta es eliminar lo que no es necesario. Dejar las cosas en su esencia. Y luego aderezarlas.
¿Cómo se adereza un diseño, cómo se le da sabor?
Estamos ahora en una habitación blanca. Completamente blanca: suelo, paredes, mesa, sillas, tazas de café, lámparas Todo es blanco. Y nuestra presencia le da vida. Y sentido. En las cosas sobrias los detalles hablan. Parece muy sencillo. Pero no resulta tanto. En esta habitación blanca hay tres paños de cristal traslúcido. Se adivina que esconden el secreto del lugar. Pero uno no lo sabe. Refuerzan esta sala. Eso cuesta saber elegirlo. Hace diez años nos gastamos todos nuestros ahorros en esos tres grandes paños de cristal.
Si puedes construir lugares con pocas distracciones, en los que los protagonistas sean las personas, has triunfado. Sabes hacer algo bien. Sean del estilo que sean. Cuando uno ha pensado en la gente se nota en lo que hace. El estilo no es nada, uno puede educarlo. O educarse para que le gusten ciertas cosas.
¿De verdad creen eso?
Si alguien te explica un cuadro es más fácil que te guste. Puedes verlo mejor.
¿Las cosas deben gustar porque nos las explican o porque nos gustan sin más, sin explicación?
Las dos opciones sirven. Lo que no sirve es hacer ver que te gusta algo. Mentir no sirve de nada. La información no debe hacer daño.
¿Qué hace que un diseño, una mesa, una silla o un cepillo de dientes les guste?
La emoción. Necesitamos sentir las cosas, que nos lleguen.
Esa podría ser la clave de su trabajo: el gesto justo, el color apropiado. Sobre todo en las piezas de diseño.
El diseño es mucho más rápido que la arquitectura. Vive menos tiempo. No es que sea moda, pero es un pariente de la moda. Antes no era así. Pero hoy día sí lo es. Hay muy pocas compañías en el mundo con la paciencia suficiente como para construir un clásico. Las sillas y las mesas desaparecen de los catálogos sin tiempo casi a ser conocidas. Se renueva la producción constantemente. Tal vez como diseñadores no deberíamos hacer otra pieza si creemos que no podemos mejorar la anterior. Pero los catálogos se vacían. Y los encargos llegan. La silla Ant, de Arné Jacobsen, explica muy bien, ella solita, esta historia. Ha tenido varias resurrecciones. Su fabricante sabe que sube y vuelve a bajar. Ahora mismo está de baja. Tiene muchas rivales, muchas sillas que buscan ese sector del mercado: el clásico desenfadado. Le ha salido competencia. Pero si su productor la mantiene, volverá. Es una silla para siempre. Y eso hay que saber verlo también.
¿Para que algo dure para siempre la clave está en el equilibrio?
A nosotros nos gusta la confrontación, la sorpresa. Cuando vamos a las ferias de diseño nos impresionan las cosas tan extrañas que la gente es capaz de hacer. Nos admiran. De hecho lo que buscamos es eso: lo extraordinario. No lo que puede relacionarse con lo nuestro. De lo extravagante, de lo exagerado, de lo osado, uno aprende siempre. A veces, a lanzarse a arriesgar. A veces, a no cometer los errores que otros ya han cometido.
¿Necesitan controlarlo todo antes de lanzarse a arriesgar?
Controlar es tan importante como dejarse llevar. Cuando diseñamos algo necesitamos que la gente entienda cómo utilizar un objeto. No nos interesa hacer sillas que la gente no sepa cómo usar. Pero sí podríamos hacer una silla que sólo se entendiera al lado de una mesa. Es decir, el límite entre el riesgo y el desastre puede ser estrecho. Por eso uno, al diseñar, debe ser certero. En los países nórdicos nacemos con una necesidad: que las cosas funcionen. Nos cuesta entender otra cosa. Los objetos son herramientas.
¿Esa necesidad funcionalista de los países nórdicos no es en parte mito? Entiendan de qué les hablo: no a todos los españoles les gustan los toros
No, claro. A algunos les gusta el fútbol [risas]. Es cierto lo que dice, pero también forma parte de nuestra cultura. Ni queriendo ir contra la funcionalidad nos saldría algo inútil. Estamos hechos así. Para nosotros la función es algo esencial. No es cierto que seamos todos minimalistas. Pero sí se podría decir que no hacemos cosas inútiles. Hoy día es absurdo que uno haga una silla sólo para sentarse. Hay miles de sillas para sentarse. Uno diseña una silla porque cree que con ella se puede decir algo distinto, servir un uso nuevo, un matiz diferente. Pero la función, el hecho de sentarse, es innegable e inolvidable. No hace falta decirlo. Un nórdico no haría jamás una silla en la que nadie se pudiera sentar. Necesitamos pensar en quién debe vender esas sillas. Un diseñador debe pensar en todo: el usuario y el industrial que pone el dinero para desarrollar sus ideas.
¿Qué opinan de grupos suecos contestatarios, como el colectivo Front, que valoran más la expresión que la función? ¿Creen que son una fiebre, un capricho?
Son una necesidad. Ayudan a nuestra creatividad. Y hacen posible nuestra libertad. Eso no quiere decir que vayamos a ir a comprar su último invento para llevárnoslo a casa o para meterlo en la de un cliente. No. Pero es bueno que existan cosas distintas. Para el mundo. Y para el diseño. Eso es algo positivo. Es mejor que existan muchos grupos contestatarios y no que existan muchos diseñadores que sigan una línea. Las líneas se acaban.
A nosotros nos pagan por definir estilos. No por copiar. Los diseñadores y los arquitectos somos responsables de lo que hacemos. Tenemos que saber por qué hacemos las cosas. Y creo que muchos de esos jóvenes saben lo que quieren hacer. No saberlo es engañar a la gente. Uno tiene que ser consciente de lo que hace. Y de lo que compra. Hay demasiada gente tirando cosas de las que se cansa. Tanto desperdicio no tiene sentido.
¿Su propuesta para evitarlo es un diseño sobrio, que no pase de moda?
Las cosas bien hechas no pasan de moda. Y si lo hacen, vuelven. En cualquier caso, pueden usarse siempre. Esa es la responsabilidad que les pediríamos a los diseñadores. Que hagan las cosas como si tuvieran que durar siempre.
Dicen que todos los diseños que han realizado les han hecho evolucionar, crecer como arquitectos. ¿Creen que llegarán a un punto en que se soltarán el pelo?
¿Si nos hartaremos de controlarlo todo? Puede ser. Pero todavía nos falta mucho. Nos gusta controlar. Pero también nos gusta avanzar. No nos importa hacer una carrera de pasos pequeños. Nos sentimos cómodos así. Nos gusta la gente que parece hacer siempre lo mismo, que mantiene un sello y que cambia con cada proyecto, como Herzog & De Meuron. Pero eso es una elección.
¿Y cuál es la suya?
Hemos decidido ser siempre pequeños. Cuando hemos empezado a hacer edificios en Japón, en Alemania y en otros países, hemos tenido que plantearnos qué queríamos hacer. Y la respuesta ha sido lo de siempre: cosas bien hechas, que nos motiven. Claro que nos gustaría ganar dinero. Pero no querríamos ser esclavos de nuestra oficina. Somos arquitectos y somos diseñadores. Tenemos dos carreras que se ayudan una a otra. Pero de los dos lados nos invitan a hacer cosas, a dar conferencias, a dar clase. Tenemos amigos en los dos campos. Y eso nos alimenta intelectualmente. Pero nos deja poco tiempo libre. Creemos que una gran oficina no nos dejaría crecer personal ni profesionalmente. Sólo empresarialmente. Pero tal vez nos equivocamos. No somos una gran compañía.
Limitan su vocabulario formal, su paleta de colores, ¿y ahora también sus objetivos?
Se puede decir que sí. Es más fácil trabajar con una pauta, con unos límites, que con total libertad. Los límites que te pone el presupuesto de un cliente o sus ideas, fuerzan nuestra creatividad. Uno es más ingenioso si sale a la calle cuando lo tiene prohibido que si sale por la puerta, con total libertad. No sé cómo reaccionaríamos ante la libertad total. A lo mejor es maravilloso. Pero tengo la sensación de que sería difícil.
Han hecho varias viviendas. Desde apartamentos de menos de treinta metros hasta la residencia de un embajador. ¿Las soluciones minimalistas sirven para cualquier lugar?
Las buenas ideas mejoran cualquier sitio. Y las buenas ideas simples son buenas ideas dos veces. Hacer una casa es un diálogo a tres. La clave es conocer al cliente. Saber cómo vive. Cómo usa la cocina. Cómo le gusta despertarse. Toda su intimidad. Toda su rutina. Con toda esa información, los arquitectos debemos trabajar para que lo cotidiano parezca extraordinario. Y eso se puede hacer con fuegos artificiales o en silencio. Nosotros elegimos el silencio. Para todos los días, preferimos el silencio.
¿Cómo son sus casas?
Como las de muchos arquitectos: cambiantes. Marten, que tiene tres hijos pequeños, tiene la casa más organizada de las tres. La más desarrollada. La más pensada. Eero tiene también tres hijos de edades muy distintas. Tal vez por eso su casa es cambiante. Ola vive con su novia y utiliza la casa para probar cosas. Por eso dice: "Vivo de alquiler, de modo que no me apetece hacer grandes obras. La cambio todo el rato, pero la mantengo simple".
¿Tiran mucho?
Tiramos o regalamos. Pero lo que disfrutamos es ver las cosas que nos gustan. Si uno tiene demasiadas cosas termina por no ver nada. El que sabe elegir qué le importa termina viviendo mejor.
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