La denuncia insólita
Muchas familias vascas empadronan a sus hijos en falsos domicilios con el fin de matricularlos luego en los centros educativos que prefieren. Por eso el Ararteko ha instado al Departamento de Educación a que reaccione ante esos fraudes y exige su sanción. Desde un punto de vista legal, la cuestión no ofrece dudas: un empadronamiento ficticio es una conducta fraudulenta que debe ser perseguida. Lo que sí ofrece dudas es el papel que juega el Defensor del Pueblo vasco en este asunto. ¿Qué hace el Ararteko denunciando ante el poder público a personas particulares? Esto sí que es, como en la canción, el País del Revés. Lo grave es que nuestro conformismo político llega a tal punto que el hecho de que el Ararteko asuma funciones policiales no escandaliza a nadie.
La función del Defensor del Pueblo, desde los orígenes de la institución, es la de un operador jurídico, respetado por todos debido a su prestigio e independencia, que protege a la ciudadanía frente a las arbitrariedades del poder. Esa es su misión. Y esa es la que habría cumplido en este caso si, por ejemplo, hubiera profundizado en cuestiones apremiantes que casi todos nos hacemos y casi nadie se atreve a formular. ¿Por qué hay familias que llegan a mentir para llevar a sus hijos a algunas escuelas y evitar algunas otras? ¿Hasta qué punto yerra el Gobierno cuando impone una educación socializada, pero no garantiza la misma aceptación de todos los centros que financia? Sería función del Ararteko pedir cuentas al poder público por esos desequilibrios en vez de exigir que los ciudadanos sean investigados.
Al margen de los argumentos políticos, incluso éticos, que explican por qué los ciudadanos procuran escapar de normas colectivistas, hay que reconocer que los casos de fraude en el sistema educativo son frecuentes y que las leyes deben cumplirse siempre. Lo que ocurre es que para garantizar tal cumplimiento ya financiamos un nutrido ejército de funcionarios distribuidos en al menos cinco niveles institucionales: municipal, foral, autonómico, estatal, comunitario. Ante tal cantidad de fiscalizadores, no se entiende qué pinta el Ararteko, defensor de la ciudadanía, quitándoles trabajo. Es cierto que su actuación en este asunto la motivaron reclamaciones de particulares, perjudicados por el comportamiento de otros particulares, pero ello no enmienda lo que es una distorsión ética y estética de su alto ministerio: el Ararteko está para defender a los ciudadanos frente al poder, no para denunciar a ciertos ciudadanos ante el poder, ni mucho menos para exigir explícitamente al Poder que actúe contra aquellos.
No debe el Ararteko denunciar a las personas, ni exigir sanciones e inspecciones sobre ellas. Si debe amedrentar a alguien, políticamente hablando, es al poder. Bastantes sanciones, inspecciones, autorizaciones, admisiones, fiscalizaciones, liquidaciones, imposiciones, exacciones, controles, requerimientos, apremios, permisos y pesquisas padece la ciudadanía como para que él se sume a esa faraónica estructura consagrada diariamente a tan exhaustiva inquisición: el celo inspector del Ararteko en los fraudes domiciliarios ha llegado a tal punto que las distintas administraciones, temerosas, se pasan la pelota en la responsabilidad de tales vigilancias, intentando librarse de la siguiente reprimenda.
El caso establece un precedente de imprevisibles consecuencias. Vivimos en una sociedad colectivizada: las personas zozobran en medio de una marea de reglamentos que constriñen sus vidas y por ello los incumplimientos, voluntarios o no, van aumentando. ¿Se va a dedicar el Ararteko a denunciar las irregularidades que cometa la gente en el uso, casi siempre obligatorio, de los servicios públicos? ¿Abroncará a la autoridad cada vez que ésta se muestre negligente en su implacable control de nuestras vidas? El sistema educativo, el sanitario, los transportes públicos, la exacción de multas y tributos... Cuántos crímenes de la ciudadanía, a la espera de la implacable inspección del Defensor. Formidable labor la que le espera. Y curiosa respuesta la de este pueblo, tan rebelde y levantisco en unas pocas cosas, y tan fácil de embridar en las que importan.
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