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Enigmas del PP

En su artículo ¿Qué le pasa a la derecha? (EL PAÍS, 25 de septiembre), Nicolás Sartorius hizo un agudo análisis del PP. Pero sus explicaciones no logran desvelar las razones que han empujado al PP a adoptar su estrategia actual. Como cualquier partido de masas, el PP tiene que hacer cálculos electorales en la definición de su política. La teoría de selección racional da por hecho que la estrategia de los partidos que tienen posibilidad de ganar las elecciones obedece a la lógica de la búsqueda o mantenimiento del poder gubernamental y parlamentario. O sea que la estrategia política se construye racionalmente, según cálculos de aritmética parlamentaria y electoral, potenciación de oportunidades, explotación de espacios públicos y bases y clientelas sociales, y posicionamiento respecto a otros partidos.

Muchos comentaristas pensaron que la victoria electoral del PSOE obligaría al PP a re-examinar su estrategia electoral para recrear las políticas más consensuadas del periodo de Gobierno minoritario de 1996 a 2000. Se equivocaron. Como es bien conocido, en su intento de deslegitimar al Gobierno del PSOE, el PP se ha apartado de todos los demás partidos.

En primer lugar, su principal utillaje ha sido la movilización populista de la derecha a través de los medios de comunicación y organizaciones de tendencia conservadora en torno a tres temas: terrorismo, nación y moralidad.

En segundo lugar, el PP ha insistido en la ilegalidad del resultado de marzo de 2004, ilegalidad no sólo porque el PSOE supuestamente instrumentalizó para fines electorales el atentado del 11-M en Madrid, sino también porque, dicen, se han ocultado indicios que podrían indicar que ETA estuvo detrás del atentado.

En tercer lugar, el PP mantuvo un discurso catastrofista sobre la desintegración de España en torno a la renegociación del Estatuto catalán. En realidad, el tono dramático de su discurso tiene poco que ver con el problema real de encontrar los mecanismos para el encaje de las nacionalidades o naciones dentro del Estado, de encontrar un equilibrio entre devolución de competencias a las comunidades y cohesión social y económica a nivel del Estado.

En cuarto lugar, y sobre todo, el PP mantiene un acoso contra el Gobierno por su estrategia antiterrorista, tildada por el PP de blanda, de "traicionar a los muertos" de revigorizar a ETA.

Toda esta campaña se caracteriza por un populismo que va más allá del marco constitucional, una forma de campaña electoral permanente, como ya ha sido caracterizada.

¿A qué motivos obedece la estrategia actual del PP? Teniendo en cuenta los sondeos, una estrategia racional implicaría ahora el acercamiento del PP a los partidos regionales de centro, como CiU o PNV. En cambio, el PP se ha aislado de ésos y todos los demás partidos y se encuentra solo.

Aún peor, ha hecho más difícil la posibilidad de un acuerdo poselectoral parlamentario de esos partidos regionales a un supuesto gobierno minoritario del PP. La coalición que más apoyo podría aportar al PP, CiU, ha declarado a través de sus líderes que no contemplaría apoyar al PP si mantiene su política actual hacia Catalunya. A pesar de unas declaraciones de Rajoy en marzo, en las que escenificó la posibilidad de un acercamiento entre el PP y CiU, parece difícil que el PP pueda cambiar su estrategia hacia Catalunya antes de las próximas elecciones en 2008, sobre todo cuando Rajoy está aparentemente en minoría en la cúpula del partido en este tema. Compárese la disponibilidad pragmática hacia CiU del PP entre 1993 y 2000.

De modo que parece que el PP confía en conseguir una mayoría absoluta en 2008 o en unas elecciones anticipadas. Bajo cualquier criterio racional, es una estrategia arriesgada.

Puede que el punto de referencia para la estrategia del PP sea el Gobierno de Aznar de 2000-2004, que pudo legislar sin tener que buscar apoyo parla-mentario. Es posible que la cúpula piense que había muchos votantes del PP que se abstuvieron en las elecciones de 2004 o que la izquierda supo aprovechar una coyuntura política especial que no se repetirá. O sea, que hay una base conservadora mucho más amplia que la que reflejan los sondeos o los resultados de las elecciones de 2004, apoyo que podría conquistarse a través de una política de movilización en torno al nacionalismo y a la moralidad conservadora. Es una estrategia más afín a la del ala derecha del partido conservador de Inglaterra liderado por lord Tebbit que al ala moderada de Cameron, para quien el partido conservador tiene que movilizar el voto del centro -jóvenes, profesionales de clase media-, y el voto femenino. Esto podría explicar la mayor identificación del PP a nivel europeo con Sarkozy.

La estrategia adoptada por el PP puede que refleje, en segundo lugar, un cálculo sobre la rentabilidad electoral que para el PSOE puede tener el alto el fuego de ETA y la necesidad consiguiente de descalificar cualquier acuerdo como concesión al terrorismo. Bajo esta óptica, puede interpretarse el aparente consenso entre Zapatero y Rajoy cuando se anunció el alto el fuego en marzo. El PP necesitaba aparecer en la foto y no presentarse como obstáculo a la paz. Pero en la conferencia de prensa inmediatamente posterior, Rajoy impuso unas líneas rojas para su colaboración con Zapatero, insistiendo como condición que no debía de haber ninguna contrapartida.

En tercer lugar, puede que las tácticas actuales reflejen la dificultad de elaborar una nueva estrategia como consecuencia de la jerarquización del partido, sobre todo cuando el actual liderazgo es el mismo que perdió las elecciones (incluido la eminence grise Aznar), y cuya legitimidad depende de la justificación del manejo de los ataques terroristas del 1-M.

O sea que uno de los motivos de la estrategia populista es la convicción de la cúpula dirigente de que los resultados de las elecciones de 2004 no fueron plenamente legítimos, por lo que el PP no necesita seguir los protocolos normales de la democracia.

La continuación en la cúpula del mismo liderazgo contrasta con la norma de muchos partidos en Europa, incluidos los conservadores británicos, de elegir un nuevo equipo cada vez que pierden las elecciones.

Este centralismo, concebido a finales de los años ochenta para unir las diferentes familias y facciones conservadoras, tiene como resultado que el partido es poco permeable a la disidencia y renovación. El único desacuerdo parece surgir de los nuevos barones regionales, que están emergiendo a partir de las comunidades autónomas, aprovechando los enormes recursos procedentes de la devolución fiscal y los fondos europeos. Este proceso ha dado lugar a un federalismo competitivo basado en agravios comparativos y nuevas identidades regionales.

Las mayores tensiones dentro del PP derivan de las presiones bajo las cuales tienen que actuar estos barones regionales. Así que cualquier disidencia dentro del partido emana del poder regional. No es casualidad que las voces más independientes del PP son Núñez Feijóo, Ruiz-Gallardón y Matas, de los cuales el más disidente es Ruiz-Gallardón, portavoz no oficial del sector moderado del partido.

¿Cuáles son los problemas que la estrategia actual del PP puede acarrear?

Primero, una campaña electoral permanente tiene el riesgo de perder novedad, de desgastarse, y de presentar una pérdida de renovación en la oferta del PP para el electorado indeciso, incluso de carencia de aliento entre los incondicionales.

En torno al debate sobre el Estatut el PP pudo brevemente igualar al PSOE en intención de voto en los sondeos de opinión, ventaja que ha derrochado ya. Pero el Estatut ha perdido intensidad como foco de polarización después de su paso por el Congreso, el Parlament y el referéndum en Catalunya.

Otra contradicción potencial de la estrategia populista del PP es que podría animar a votantes de izquierda actualmente desilusionados con el PSOE a votar de nuevo como en marzo de 2004, en gran número, para ejercer el voto útil e impedir una victoria del PP.

Además, la puesta en cuestión por el PP de la investigación judicial del 11-M tiene pocas posibilidades de apoyo popular, porque no se basa en ningún indicio y puede parecer al público más bien fruto de un oportunismo defensivo por parte de los responsables de la seguridad en esos días.

Sin embargo, el problema más agudo es que una política de polarización como la que sigue el PP no es precisamente la más apropiada para atraer el voto del centro. Descontando el voto españolista que podría abarcar parte del centro e incluso a algunos ex votantes socialistas, y descontando el voto de nuevas generaciones y capas sociales que podrían situarse más a la derecha (como las que Berlusconi ha podido atraer), existe un centro electoral que no se puede menospreciar si se quiere ganar el poder.

Parece, en definitiva, que la búsqueda de poder por el PP según criterios de selección racional está siendo distorsionada por tres factores. El primero es la asimilación incompleta por parte del PP de las normas de la democracia parlamentaria. El segundo es el no haber interiorizado su discurso de centro, sobre todo el no haber asumido una noción de España más acorde con las realidades sociales e identitarias del presente y el no haber confrontado su propio pasado para eliminar culturas y mentalidades neofranquistas. El tercer problema está vinculado a los otros dos factores: la falta de democracia interna imprescindible para la elaboración de nuevas estrategias según las necesidades políticas, lo que ha acarreado la prolongada hegemonía interna del liderazgo del último Gobierno del PP, cuya estrategia está basada en la defensa y la proyección hacia el futuro del Gobierno de 2000-2004.

Sin embargo, está surgiendo de forma muy discreta una oposición interna a este liderazgo no tanto al interior del partido, sino más bien desde las instituciones autonómicas controladas por el PP o desde los líderes regionales del partido. Es un liderazgo de reemplazo de la cúpula actual. Promete la posibilidad de una nueva estrategia y un nuevo papel para el PP. Pero difícilmente puede emerger antes de las elecciones de 2008, y sólo si pierde otra vez el PP, como cada vez parece más probable, a no ser que descarrile el proceso de paz en Euskadi.

Sebastián Balfour es catedrático de Estudios Españoles Contemporáneos. London School of Economics and Political Science.

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