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Columna
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Budapest y Suez

A últimos de octubre y comienzos de noviembre de hace 50 años dos acontecimientos marcaron poderosamente el mundo, avisando de lo que cambiaba y de lo que no podía cambiar. El 23 de octubre una algarada se transformaba en Budapest en una insurrección contra el comunismo estalinista, que sólo podían sofocar los tanques soviéticos con su ofensiva final del 4 de noviembre. Y a fin de ese mismo mes, Israel invadía el Sinaí aconchabado con Francia y Reino Unido, para acabar con el presidente egipcio Naser, que había nacionalizado el Canal, operación que concluía el 6 de noviembre con la retirada de los últimos imperialistas europeos, por órdenes de Washington y la ONU, cuando ya ocupaban la vía de agua. Israel no se retiraría hasta el 1 de marzo de 1957, forzada por el presidente Eisenhower, en lo que hoy se ve como el nadir de las relaciones entre Washington y Tel Aviv.

En ambos casos, había importantes bajas políticas. La expedición de Suez fue el gran estertor del imperialismo franco-británico, que ponía fin a la era iniciada en el siglo XIX con la implantación de las dos potencias en África y Asia. Ya nunca más un poder europeo intentaría una operación tan abiertamente colonial en el Tercer Mundo; las independencias africanas y árabes se multiplicarían en los años siguientes, entre ellas la de Argelia en 1962; y Reino Unido tendría que replegar su presencia militar al Este de Suez en 1971. Quedaban el Peñón y las Malvinas.

Y con los sucesos de Hungría quien sufría, al menos una primera muerte, era el comunismo reformista, aunque fuera necesario rematarlo en agosto de 1968 en Praga, cuando recibía el nombre de comunismo con rostro humano. Los dos bloques que partían Europa quedaban herméticamente sellados con sangre, y la división de Alemania parecía confirmada para la eternidad, aunque sin que ello produjera gran disgusto a las potencias ex imperiales, ni que le faltara al respeto a Estados Unidos.

Los dos acontecimientos estaban en cierto modo vinculados, porque la Unión Soviética se había servido de la conmoción suscitada en Occidente por la guerra de Suez como pantalla protectora para proceder a su operación de limpieza en Hungría. Y de ambos se deducían asimismo alumbramientos políticos de variado signo. En el mundo afro-árabe-islámico se consagraba la figura de un nuevo líder, el coronel Gamal Abdel Naser, primero en su categoría que desafiaba abiertamente a Occidente y, gracias a la amenaza de intervención norteamericana y soviética, era capaz de trocar una derrota militar en inmensa victoria política. Su prematura muerte en 1970, deja espacio a la especulación, pero la criatura política sobre la que quería auparse, el arabismo o unidad del mundo árabe, se desintegraría con la estrepitosa derrota de Egipto en la guerra de 1967 contra Israel y las ulteriores contiendas interárabes sobre metas, límites, y medios de la causa palestina.

Relacionado tanto con la debacle franco-británica, como con el ucase del Kremlin, la idea de la construcción europea recibía, sin embargo, un nuevo impulso. Aunque ya estuviera prevista la firma para la constitución del Mercado Común, ésta cobraba en marzo de 1957 una diferente urgencia, y no es difícil trazar la filiación de ambos acontecimientos con el tratado de amistad y, sobre todo, reconciliación entre Francia y Alemania, De Gaulle y Adenauer, en 1963. Igual de clara está la conexión entre Suez y el interés británico por obtener de Washington algún tipo de reconocimiento de la relación especial entre los dos países anglosajones; y, curiosamente, mientras la guerra en el Levante subrayaba en Londres la necesidad de acercarse a Estados Unidos para seguir pesando en el mundo, con desprecio de Europa, en París cundía el efecto contrario de que había que reforzar la independencia nacional centrada en la Comunidad, con el gaullismo en el poder en 1958, la force de frappe nuclear en los años sesenta, y la retirada de la estructura militar de la OTAN en 1965.

El imperialismo obvio de la Vieja Europa ya ni se recuerda; la reinvención del comunismo, pese al breve interludio eurocomunista, quizá era imposible, pero el Canal será ya para siempre egipcio, y el recuerdo de Budapest en armas habita la comunidad imaginada de los húngaros, junto a san Esteban, la batalla de Mohacs, y Laszlo Kossuth.

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